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Habían pasado varios meses desde el juicio, y la vida de Haneul y Jiho había encontrado una nueva normalidad. Haneul, con seis meses de embarazo, lucía radiante. Su vientre ya era notable, y cada día que pasaba se hacía más evidente que el bebé estaba creciendo sano y fuerte.

Una mañana, Haneul estaba en la cocina, preparando un té caliente mientras sentía las suaves patadas de su bebé. Sonrió al notar lo activo que estaba. Jiho, siempre atento, entró a la cocina y se acercó a Haneul por detrás, rodeando su cintura con sus brazos.

—Buenos días, chiquito lindo —susurró Jiho en su oído, dejando un beso en su cuello.

Haneul rió suavemente, recostándose contra el pecho de Jiho.

—Buenos días, amor —respondió Haneul, girando un poco la cabeza para mirarlo—. Nuestro pequeño no para de moverse hoy.

Jiho sonrió y bajó una mano hasta el vientre de Haneul, sintiendo las pequeñas patadas.

—Está tan ansioso como nosotros por salir y conocernos —dijo Jiho, besando nuevamente a Haneul, esta vez en la mejilla—. ¿Cómo te sientes?

—Un poco cansado, pero bien —admitió Haneul—. Aunque no puedo negar que cada vez es más difícil moverse con este peso extra.

Jiho se rió suavemente y le dio un pequeño apretón.

—Por eso estoy aquí, para ayudarte con lo que necesites. Solo dilo, y yo me encargo.

Haneul lo miró con cariño, sintiéndose afortunado de tener a Jiho a su lado.

—No sé qué haría sin ti, Jiho —dijo con sinceridad—. Has sido mi roca durante todo esto.

—Y siempre lo seré —respondió Jiho, su voz llena de determinación—. Este es nuestro camino, y lo recorreremos juntos, pase lo que pase.

Haneul sonrió y, dejando el té a un lado, se giró para abrazar a Jiho completamente. Los dos se quedaron en silencio durante un momento, disfrutando de la cercanía y la paz del momento. El futuro podía ser incierto, pero en ese instante, en la calidez de los brazos de Jiho, Haneul sabía que todo estaría bien.

Unos meses más tarde, el día que ambos habían esperado con ansias finalmente llegó. Haneul, ahora con nueve meses de embarazo, comenzó a sentir las primeras contracciones. Aunque estaba preparado, la realidad de que pronto sería padre lo llenó de nervios, mezclados con una intensa emoción.

A medida que las contracciones se hacían más frecuentes, Haneul no podía evitar que el miedo comenzara a apoderarse de él. Su respiración se volvía rápida y superficial, y sus manos temblaban ligeramente.

—Jiho... estoy asustado —confesó, su voz temblorosa mientras apretaba la mano de Jiho con fuerza.

Jiho, siempre atento y protector, no se separó de su lado ni un segundo. Al notar el pánico en los ojos de Haneul, se inclinó hacia él, sosteniendo su rostro con ambas manos.

—Hey, mírame, Haneul —dijo Jiho con una voz calmada y suave—. Estoy aquí contigo. Todo va a salir bien, te lo prometo. Solo concéntrate en mí, ¿de acuerdo? Vamos a traer a nuestro hijo al mundo juntos.

Haneul asintió, pero no pudo evitar que algunas lágrimas de miedo escaparan de sus ojos. Jiho lo abrazó con fuerza, tratando de transmitirle toda la seguridad que necesitaba.

Cuando llegaron al hospital, el equipo médico, al tanto del historial de Haneul, decidió realizar una cesárea para garantizar la seguridad de ambos. La noticia hizo que el nerviosismo de Haneul aumentara aún más, pero Jiho se mantuvo a su lado, hablándole en voz baja y acariciando su cabello, tratando de calmar sus miedos.

—Estás siendo muy valiente, chiquito lindo —le dijo Jiho con una sonrisa cálida mientras lo preparaban para la cirugía—. Ya casi estamos ahí. Solo un poco más, y tendremos a nuestro bebé en brazos.

Haneul, acostado en la camilla, intentó controlar su respiración mientras las lágrimas seguían cayendo. Aunque estaba asustado, sabía que tenía que ser fuerte. Agarró la mano de Jiho con fuerza, aferrándose a su voz y a su presencia.

La operación comenzó, y Haneul no dejó de mirar a Jiho, encontrando en sus ojos el apoyo y la fuerza que necesitaba para enfrentar el momento. Jiho no dejó de hablarle, llenándolo de palabras de amor y aliento.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, un suave llanto llenó la sala de operaciones. El sonido fue como música para los oídos de Haneul, quien, exhausto y aún tembloroso, sintió que las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas, pero esta vez, de alivio y felicidad.

—Es un niño —anunció el doctor con una sonrisa, mientras sostenía al pequeño en brazos—. Un hermoso y saludable niño.

Jiho miró al bebé con asombro y orgullo, y luego volvió su atención a Haneul, besando su frente con ternura.

—Lo hiciste, Haneul. Somos padres —dijo, su voz llena de emoción contenida.

Haneul asintió, aún sollozando ligeramente, pero ahora con una sonrisa radiante en su rostro. Cuando le acercaron al bebé envuelto en una manta, Haneul extendió los brazos para recibirlo, sintiendo un torrente de amor que lo envolvía por completo.

—Hola, mi pequeño —susurró Haneul, su voz temblorosa pero llena de amor—. Te hemos estado esperando.

Jiho, arrodillado a su lado, pasó un brazo alrededor de Haneul y miró a su hijo con admiración. En ese momento, los tres se convirtieron en una familia, y todo el miedo y la lucha que habían enfrentado se desvaneció, dejando solo amor y esperanza para el futuro.

Después de la cesárea, Haneul fue trasladado a una habitación privada para su recuperación. Aún bajo los efectos de la anestesia, se sentía un poco mareado y agotado, pero la felicidad y el alivio de haber traído a su hijo al mundo lo mantenían en paz.

Jiho lo acompañó en todo momento, sosteniendo su mano mientras lo acomodaban en la cama. Los médicos y enfermeras se aseguraron de que todo estuviera en orden antes de dejarlos a solas para que pudieran descansar.

—¿Cómo te sientes, amor? —preguntó Jiho, inclinándose para besar la frente de Haneul.

—Cansado... pero feliz —respondió Haneul, esbozando una débil sonrisa—. ¿Dónde está nuestro bebé?

—Está en la sala de recién nacidos —le explicó Jiho—. Lo están revisando y cuidando. No te preocupes, estará aquí contigo en un momento.

Haneul asintió lentamente, sus ojos comenzando a cerrarse por el cansancio. Jiho, sentado a su lado, acariciaba suavemente su mano, observando con ternura cómo su pareja luchaba por mantenerse despierto.

—Descansa, chiquito lindo —susurró Jiho con voz suave—. Yo estaré aquí cuando despiertes, y nuestro pequeño también. Has sido increíble, y ahora es momento de que te recuperes.

Haneul soltó un leve suspiro y, finalmente, se dejó llevar por el sueño. Mientras dormía, Jiho no se movió de su lado, manteniendo su promesa de estar allí para él. Acarició con ternura el cabello de Haneul, y se permitió respirar tranquilo por primera vez en muchas horas.

Minutos después, una enfermera entró en la habitación con una pequeña cuna rodante. Dentro de ella, envuelto en una suave manta, estaba su hijo, durmiendo pacíficamente.

—Aquí está su bebé —dijo la enfermera con una sonrisa—. Está sano y todo está perfecto. Los dejaré a solas para que puedan disfrutar de este momento.

Jiho agradeció en silencio y, cuando la enfermera se retiró, se acercó a la cuna. Miró al bebé, tan pequeño y frágil, sintiendo un torrente de amor indescriptible.

—Hola, pequeño —murmuró con una sonrisa—. Bienvenido a la familia. Tu papá y yo te hemos estado esperando con ansias.

Tomó la mano diminuta del bebé, que se cerró instintivamente alrededor de su dedo, y Jiho no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas de felicidad. Este era el comienzo de una nueva etapa, y aunque sabían que el camino por delante no sería fácil, en ese momento, todo estaba bien.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora