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Unas semanas después del ataque, Seojun se encontraba en un estado de rehabilitación en el laboratorio. Su herida había sanado sorprendentemente rápido, y esa velocidad de recuperación había despertado un nuevo interés en los científicos. Cada día, Seojun era sometido a numerosos estudios y procedimientos, y su cuerpo estaba cubierto de marcas de inyecciones en brazos y piernas.

En una habitación de rehabilitación, Seojun permanecía sentado en una silla, su mirada perdida en el vacío. Su mente parecía sumida en una oscuridad profunda, alejada del mundo que lo rodeaba. La tristeza y la desesperación se reflejaban en su pálido rostro, en las ojeras profundas bajo sus ojos, y en su cabello, que se había oscurecido aún más, perdiendo el brillo plateado que alguna vez tuvo.

Los asistentes del Dr. Kim se movían rápidamente alrededor de él, preparándose para el siguiente procedimiento. Primero, le quitaron las vendas de las piernas y brazos, revelando una piel más delgada y pálida. Había perdido mucho peso durante el tiempo que estuvo en el laboratorio, y su cuerpo estaba marcado por la falta de nutrientes y el estrés constante.

Uno de los asistentes, con una expresión de concentración, se acercó con una jeringa. Seojun observaba con ojos vacíos, sin mostrar ningún signo de resistencia. El Dr. Kim había ordenado que se le extrajeran más muestras de sangre para analizar la rapidez de su recuperación y los efectos secundarios de los tratamientos.

—Preparados para la extracción —anunció el asistente, mientras colocaba la aguja en el brazo de Seojun.

Seojun sintió un leve pinchazo, pero no reaccionó. Su cuerpo estaba demasiado cansado para oponerse. Miraba al suelo, su mente lejos de la realidad. Mientras tanto, otro asistente documentaba meticulosamente el procedimiento en una tableta, anotando cada detalle con precisión.

Una vez que terminaron de extraer las muestras, los asistentes volvieron a vendar las áreas de extracción y ayudaron a Seojun a levantarse de la silla. Su cuerpo parecía aún más débil, y sus movimientos eran lentos y temblorosos. Lo llevaron de vuelta a su celda, donde tendría que descansar antes de los próximos estudios.

El Dr. Kim, que había estado observando desde la puerta, se acercó al grupo cuando Seojun fue colocado de nuevo en la celda. Su expresión mostraba una mezcla de satisfacción y preocupación. Aunque los resultados eran prometedores, el deterioro físico de Seojun le recordaba que el experimento estaba llegando a un punto crítico.

—Asegúrense de que reciba la nutrición adecuada y de que se mantenga bajo observación constante —ordenó el Dr. Kim—. Necesitamos entender cómo estos cambios afectan su salud a largo plazo.

Los asistentes asintieron y comenzaron a realizar las tareas necesarias para seguir las órdenes del Dr. Kim. Mientras tanto, Seojun se acurrucó en una esquina de la celda, abrazando su peluche desgastado, su único consuelo en un mundo que parecía haberse vuelto completamente ajeno.

Los días transcurrían y la condición de Seojun seguía deteriorándose. Su delgadez era cada vez más notoria, y sus piernas, debilitadas por la falta de uso y nutrición, no podían sostenerlo adecuadamente. La falta de apetito había llevado a que se le administrara suero de manera constante para mantenerlo con vida.

Una tarde, mientras Seojun se encontraba en su celda, comenzó a escuchar gritos y llantos provenientes del pasillo. El sonido era agudo y desesperado, resonando a través de los pasillos del laboratorio. Intrigado y perturbado, Seojun se levantó con dificultad, sus piernas temblando mientras avanzaba hacia la puerta de su celda.

A través de las rejas, vio a un niño pequeño, llorando y gritando, con una expresión de terror en su rostro. El niño estaba en una situación desesperada, y el llanto era desgarrador. Seojun extendió su mano hacia el pequeño, deseando consolarlo o quizás salvarlo, pero al hacerlo, sintió una descarga eléctrica que lo hizo retroceder con un grito ahogado de sorpresa y dolor.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora