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En Seúl, los padres de Seojun habían formado una nueva familia después de la desaparición de su hijo mayor. La vida continuaba para ellos, con dos hijos que llenaban el hogar de risas y alegría. Sin embargo, Jun-seok, el padre de Seojun, cargaba con un peso en su conciencia que no podía ignorar más.

Una tarde, cuando sus hijos estaban en la escuela, Jun-seok decidió que era el momento de confesarle todo a su esposa, Hye-jin. Se sentaron en la sala, y él respiró profundamente antes de comenzar a hablar.

—Hye-jin... hay algo que necesitas saber, algo que he guardado por mucho tiempo —dijo Jun-seok, con voz grave y temblorosa.

Hye-jin lo miró preocupada, sintiendo que algo terrible estaba a punto de revelarse.

—¿Qué es, Jun-seok? —preguntó con cautela, mientras su corazón comenzaba a acelerarse.

Jun-seok tomó aire, tratando de encontrar las palabras correctas para lo que estaba a punto de decir.

—Seojun... —comenzó, pero su voz se quebró al pronunciar el nombre de su hijo desaparecido—. Fue mi culpa, Hye-jin... Yo... yo ordené que lo secuestraran.

Hye-jin se quedó inmóvil, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué? —murmuró, su voz apenas un susurro mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—Lo hice porque me dijeron que era la única manera de salvar nuestra familia —continuó Jun-seok, su rostro marcado por el remordimiento—. Lo entregué al Dr. Kim para un experimento... algo que pensé que no sería tan peligroso. Pero luego... todo cambió.

Hye-jin comenzó a llorar, su cuerpo temblando mientras trataba de asimilar la traición.

—¿Cómo pudiste hacerle eso a nuestro hijo? —gritó entre sollozos—. ¡Era solo un niño! ¡Tu propio hijo!

Jun-seok bajó la cabeza, incapaz de sostener la mirada de su esposa.

—No hay un solo día en que no me arrepienta de lo que hice... —dijo con voz rota—. Años después, me llamaron para que lo viera... pero cuando lo vi, ya no era Seojun.

Hye-jin lo miró, sus lágrimas cayendo sin control.

—¿Qué... qué viste? —preguntó con voz entrecortada.

—Era otro chico, Hye-jin. Su cabello, sus ojos... todo era diferente. Ya no podía distinguir la realidad de las alucinaciones. Parecía estar atrapado en su propia mente, sin forma de salir. Estaba irreconocible... ya no había rastro de nuestro Seojun en él.

Hye-jin sollozó aún más fuerte, el dolor y la rabia apoderándose de ella.

—¿Cómo pudiste...? —repitió, su voz llena de desesperación.

Jun-seok no respondió, porque sabía que no había justificación para lo que había hecho. Sabía que había perdido a su hijo mucho antes de ese día en el laboratorio, y ahora, tal vez, lo había perdido para siempre. Pero lo que ambos ignoraban era que Seojun seguía vivo, en algún lugar, luchando por sobrevivir en un mundo que no reconocía.

La tarde avanzaba lentamente, y el ambiente en la casa estaba tenso tras la conversación entre Jun-seok y Hye-jin. Mientras tanto, los niños, Haru y Sooyoung, estaban jugando cerca de la oficina de su padre, explorando como siempre hacían cuando los adultos no estaban vigilando de cerca.

Haru, el mayor de los dos, abrió la puerta de la oficina de su padre con curiosidad, sintiéndose como un aventurero en una tierra desconocida. Sooyoung lo siguió, riendo suavemente mientras sus pequeños pies cruzaban el umbral.

—¿Qué estamos buscando, oppa? —preguntó Sooyoung, con los ojos brillantes de emoción.

—No lo sé... algo interesante —respondió Haru, mientras sus ojos escaneaban la habitación en busca de algo inusual.

De repente, mientras Haru movía una pila de papeles en el escritorio de su padre, un sobre cayó al suelo, desparramando su contenido por toda la alfombra. Entre los papeles y documentos dispersos, una foto captó la atención de ambos niños.

—¡Mira! —exclamó Sooyoung, señalando la imagen.

Haru se inclinó para recoger la foto, y ambos niños la observaron con curiosidad. En la foto, sus padres aparecían mucho más jóvenes, sonriendo ampliamente mientras sostenían en brazos a un niño pequeño. El niño, de cabello oscuro y ojos brillantes, tenía una expresión de felicidad pura.

—¿Quién es ese niño? —preguntó Sooyoung, frunciendo el ceño, ya que no reconocía al niño en la foto.

—No lo sé... —respondió Haru, confundido.

Justo en ese momento, la puerta de la oficina se abrió de golpe, y Jun-seok, su padre, entró. Al ver a sus hijos con la foto en las manos y los papeles esparcidos por el suelo, su rostro se endureció.

—¿Qué están haciendo? —preguntó con un tono grave, mientras rápidamente les arrebataba la carpeta y las fotos.

Haru y Sooyoung se quedaron congelados, asustados por la reacción de su padre, quien guardó apresuradamente la carpeta en un cajón cerrado con llave, evitando a toda costa que vieran algo más.

La cena transcurría en silencio, solo interrumpida por el suave tintineo de los cubiertos contra los platos. Jun-seok y Hye-jin apenas intercambiaban miradas, cada uno sumido en sus propios pensamientos, cargados de culpa y secretos que habían guardado por tanto tiempo. Haru y Sooyoung, en cambio, comían con menos entusiasmo que de costumbre, sintiendo la tensión en el ambiente.

Finalmente, Haru rompió el silencio, incapaz de contener su curiosidad por más tiempo.

—Appa... —dijo, su voz tímida pero decidida—, ¿quién era el niño en las fotos que tenías en la oficina?

Jun-seok se detuvo en seco, con el tenedor a medio camino hacia su boca. Sus ojos se encontraron brevemente con los de Hye-jin, que le devolvió una mirada llena de preocupación.

—Sí, appa —añadió Sooyoung, inclinándose hacia adelante en su silla—. Nunca lo hemos visto antes. ¿Es alguien de la familia?

Jun-seok tomó un respiro profundo, sintiendo que la verdad, o al menos una parte de ella, se hacía inevitable. Pero no era algo que pudiera compartir tan fácilmente, especialmente con sus hijos.

—Es... —comenzó a decir, buscando las palabras adecuadas—. Es solo una foto antigua, de hace mucho tiempo. No es algo de lo que tengan que preocuparse.

Haru frunció el ceño, sin estar satisfecho con esa respuesta evasiva.

—Pero, ¿quién es, appa? —insistió, sus ojos fijos en los de su padre, buscando respuestas.

Jun-seok apretó los labios, claramente incómodo. Sabía que no podía seguir evitando la pregunta, pero tampoco podía decirles la verdad, no toda.

—Es... un niño que conocíamos —respondió finalmente, con un tono que dejaba claro que no quería hablar más del tema—. No es alguien de la familia. Ahora, terminen su cena, ¿de acuerdo?

Haru y Sooyoung intercambiaron miradas, ambos aún más curiosos, pero decidieron no presionar más por el momento. Hye-jin, por su parte, permaneció en silencio, su corazón pesado con el peso de la verdad que compartía con su esposo.

La cena continuó en ese tenso silencio, con más preguntas no formuladas flotando en el aire, preguntas que, tarde o temprano, exigirían respuestas.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora