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Unas semanas después, el doctor Kim regresó a la celda de Seojun, quien estaba acurrucado en una esquina, su figura delgada y su cabello, que alguna vez fue oscuro, ahora completamente blanco con un mechón gris, destacaban en la penumbra de la celda. El cabello de Seojun había crecido significativamente con los años, cayendo en mechones desordenados sobre su rostro pálido.

—Ya no queda nada de tu antiguo yo, ¿verdad? —murmuró el doctor Kim para sí mismo mientras se colocaba unos guantes. Observó a Seojun, quien parecía perdido en su propio mundo, sin siquiera notar la presencia del médico.

El doctor Kim sacó una jeringa y se acercó a Seojun, sujetándolo suavemente por el brazo.

—Quédate quieto —ordenó el doctor, sin esperar una respuesta coherente.

Seojun ni siquiera pestañeó mientras el doctor Kim tomaba muestras de sangre, su mente atrapada en algún rincón lejano, muy alejado de la realidad que lo rodeaba. Una vez terminada la extracción, el doctor Kim se levantó, sin decir una palabra más, y salió de la celda, dejando a Seojun solo una vez más.

Más tarde ese mismo día, los asistentes del doctor Kim vinieron a buscar a Seojun. Lo levantaron con poco esfuerzo y lo llevaron a una sala diferente a las que solían llevarlo. Cuando las puertas se abrieron, Seojun parpadeó ante el cambio drástico de ambiente.

La sala en la que lo habían dejado parecía un cuarto infantil, llena de peluches y juguetes esparcidos por el suelo y estantes. A pesar de sus 17 años, la mente de Seojun estaba atrapada en la inocencia de un niño de seis años. Sus ojos, habitualmente vacíos, brillaron con un atisbo de emoción al ver los colores brillantes y los juguetes que parecían llamarlo desde cada rincón.

—Mira eso, Seojun, ¿te gusta? —uno de los asistentes intentó interactuar con él, hablando en un tono suave.

Pero Seojun no respondió, ni siquiera los miró. Estaba completamente absorto en su entorno, sus dedos finos alcanzando un peluche cercano. Sin embargo, no era capaz de comprender completamente la situación; solo estaba fascinado por la textura suave del peluche entre sus manos.

Los asistentes lo observaron en silencio, sabiendo que, aunque Seojun estuviera físicamente presente, su mente había quedado atrapada en un lugar muy lejano, en algún rincón de su infancia perdida, donde la realidad no podía alcanzarlo.

Los asistentes observaban a Seojun desde la distancia, sus miradas llenas de una mezcla de lástima y profesionalismo. Con las tabletas en mano, comenzaron a anotar meticulosamente cada detalle de su comportamiento.

—"Seojun parece ignorar por completo la presencia humana", —escribió uno de los asistentes mientras lo veía sentado en el suelo, concentrado en un camión de juguete.

—"Responde más a los estímulos visuales y táctiles", —añadió otro, mientras Seojun pasaba sus dedos finos y temblorosos sobre la superficie de un bloque de madera pintado de colores brillantes.

Los ojos de Seojun estaban fijos en los juguetes, moviéndose lentamente de un objeto a otro. Parecía fascinado por la simplicidad de los colores y las formas, mientras su mente se mantenía encerrada en la inocencia infantil, desconectada de todo lo que sucedía a su alrededor.

—"Sin reacción a la interacción verbal. Aparente regresión a un estado infantil", —notó un tercer asistente, observando cómo Seojun se tumbaba lentamente en el suelo, abrazando un peluche deshilachado que encontró a su lado.

—"La conexión con la realidad parece cada vez más distante", —susurró uno de ellos, como si temiera que sus palabras pudieran romper el frágil hilo que aún conectaba a Seojun con el mundo real.

Mientras los asistentes continuaban anotando en sus tabletas, el sonido de sus dedos tocando las pantallas era el único eco en la sala, contrastando con el silencio que envolvía a Seojun, quien permanecía inmerso en su propio universo, ajeno a las miradas y los estudios que se realizaban sobre él.

Seojun, con los ojos perdidos en la nada y aferrado al peluche con fuerza, murmuró débilmente una palabra que apenas se entendió.

—Ma... mamá... —susurró, su voz temblorosa y apagada, como si tratara de recordar algo que se había desvanecido hacía mucho tiempo.

El sonido fue tan inesperado que los asistentes, que hasta ese momento solo se concentraban en sus notas, levantaron la mirada al unísono. Habían pasado semanas sin escuchar ninguna palabra clara de Seojun, y escuchar esa simple palabra les causó un impacto silencioso.

Una de las asistentes, una mujer que había comenzado a trabajar en la base hacía poco, se quedó especialmente afectada. No estaba permitida hablar sobre el experimento fuera de la base, y mucho menos mostrar emociones, pero al ver la condición en la que estaba Seojun, se sintió abrumada por la compasión.

Mientras intentaba mantener su profesionalismo, la mujer bajó la vista hacia la tableta en la que debía registrar el comportamiento de Seojun. Sin embargo, al ver las palabras "mamá" anotadas en su pantalla, una oleada de tristeza la invadió. Recordó el expediente del niño, las fotos de él antes de que su vida fuera destruida por aquellos experimentos. Con cada detalle que recordaba, le costaba más contener las lágrimas.

Tomó aire profundamente, apretó los labios y siguió escribiendo. Sin embargo, cada palabra que añadía se sentía pesada, como si estuviera describiendo no solo un comportamiento, sino también el rastro de la humanidad que aún quedaba en Seojun, una humanidad que ellos mismos estaban destruyendo.

Al finalizar, la mujer guardó su tableta con manos temblorosas, mirando a Seojun una vez más. Él seguía abrazado a su peluche, murmurando palabras sin sentido en un susurro apenas audible, mientras su mente se perdía cada vez más en un mundo que ya no podía comprender.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora