Las semanas en la base científica se convirtieron en un ciclo interminable para Seojun. Su vida era un constante vaivén de dolor y desesperanza mientras los científicos llevaban a cabo una serie de pruebas implacables. Cada sala a la que entraba parecía más fría y aterradora que la anterior. Los aparatos y equipos clínicos solo intensificaban su angustia, y el ambiente era hostil e impersonal.
Un día, Seojun fue conducido a una nueva sala. Los científicos estaban ocupados preparando el equipo para lo que parecía ser otro procedimiento invasivo. Seojun fue colocado en una mesa de operaciones, atado con correas, y el terror en sus ojos era evidente. Sus lágrimas caían silenciosamente mientras trataba de entender qué le esperaba.
El Dr. Kim, con su usual frialdad, revisaba los datos y daba instrucciones precisas a su equipo. Uno de los asistentes se acercó con una jeringa llena de un líquido desconocido. Al ver la aguja, Seojun se tensó y trató de apartar su brazo, pero las correas lo mantenían inmóvil.
—Por favor, no… —suplicó el niño con una voz quebrada, temblando de miedo.
—Es solo un procedimiento más, Seojun —dijo el asistente con una voz profesional, inyectando el líquido lentamente.
El ardor del líquido al introducirse en su cuerpo hizo que Seojun gritara. Su dolor era palpable, pero pronto, el agotamiento comenzó a superar su capacidad para gritar. Sus lágrimas se mezclaban con el sudor en su rostro mientras su cuerpo se retorcía bajo la agonía de la inyección.
—Sus signos vitales están bajando —informó uno de los científicos mientras revisaba los monitores—. Está en un estado crítico.
El Dr. Kim frunció el ceño al observar los datos. Aunque trataba de mantener una expresión impasible, había una ligera preocupación en su rostro.
—Ajusten los niveles —ordenó el Dr. Kim—. Asegúrense de que todo se mantenga dentro de los límites establecidos. Debemos completar esta fase.
El equipo siguió trabajando sin detenerse. Seojun, debilitado y temblando, observó con una mirada vacía el peluche que había llevado consigo desde el principio. Ahora arrugado y sucio, parecía ser el único vínculo que le quedaba con su antigua vida. Su voz apenas era un susurro cuando murmuró:
—No sé cuánto más puedo soportar…
El asistente, mostrando un destello de compasión, ajustó el equipo mientras trataba de mantener la profesionalidad. Finalmente, el Dr. Kim ordenó que Seojun fuera llevado de regreso a su celda. Con sumo cuidado, los asistentes levantaron al niño y lo transportaron a través de los fríos pasillos de la base. Seojun, agotado, no ofreció resistencia, su cuerpo apenas una sombra de lo que había sido.
De regreso en su celda, lo depositaron en el suelo con delicadeza. Sus vendas estaban casi completamente deshechas y el niño se acurrucó en una esquina, temblando de frío y debilidad. Mientras el Dr. Kim y su equipo se alejaban, Seojun se aferró a su peluche, el único consuelo en su mundo desolado.
Las lágrimas seguían cayendo mientras abrazaba el peluche, murmurando:
—Lo siento… Lo siento por no ser lo suficientemente fuerte.
El peluche, desaliñado pero querido, era su único refugio en medio del tormento constante. Seojun se acurrucó en la esquina de su celda, sintiendo cómo la desesperación lo envolvía. El mundo exterior se sentía cada vez más distante, y la esperanza parecía haberse desvanecido con cada prueba y cada día de sufrimiento.
En la base científica, los experimentos continuaban con la misma frialdad y precisión. Pero para Seojun, el tiempo y la esperanza se habían detenido. Solo quedaba un niño roto y agotado, atrapado en una existencia de sufrimiento interminable.
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The power of fate
Mistério / SuspenseEn 1992, un niño de 6 años fue secuestrado por un grupo de científicos sin escrúpulos que operaban al margen de la ley. Su objetivo era llevar a cabo un experimento secreto y prohibido, diseñado para manipular y controlar las características de los...