Capítulo 42: Escapando de la Realidad

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Elvira despertó sintiendo cómo su cabeza latía con fuerza, como si cada latido fuera un martillo golpeando su cráneo. Se levantó del sofá con dificultad, apenas recordando cómo había llegado allí. El dolor era insoportable, y antes de que pudiera procesar completamente lo que estaba pasando, corrió al baño para vomitar. Las arcadas sacudían su cuerpo mientras se aferraba al borde del lavabo, sintiendo cómo la mezcla de alcohol y emociones la consumía por completo.

Entre el dolor de cabeza, la náusea y la tristeza, solo un pensamiento persistía en su mente: desaparecer. Sabía que estaba siendo dramática, pero el peso de un corazón roto y la sensación de no ser suficiente la aplastaban. Era un nuevo año, una oportunidad para hacer algo diferente, aunque, al reírse de esos pensamientos, se dio cuenta de lo irónico que era. Ella, la persona que había sido tan cauta y temerosa últimamente, ahora estaba considerando hacer algo impulsivo.

Se lavó los dientes, tratando de eliminar el sabor amargo de la boca, y luego se dirigió a su habitación. Sacó una maleta pequeña del armario, lo justo para un viaje corto. No sabía exactamente a dónde iba, pero sentía una necesidad urgente de alejarse de todo. Echó lo indispensable en la maleta, sus manos temblando ligeramente mientras lo hacía.

Antes de salir, escribió una nota rápida por si Nicholas venía a buscarla:

"Lo siento, solo dame unos días. Prometo ponerme al corriente a mi regreso... Los amo."

Colocó la nota en la mesa del comedor, arregló un poco la sala y luego salió de su apartamento. El uber que había pedido estaba esperándola afuera. Se subió al auto, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad mientras dejaba atrás su hogar. Había decidido rentar un coche para su escapada, queriendo desconectarse por completo y no depender de trenes o autobuses.

Después de recoger el auto de alquiler, se puso en marcha hacia un destino que había estado rondando su mente durante algún tiempo: Newport. Era un lugar que le recordaba a su amado puerto en México, un rincón tranquilo donde esperaba poder encontrar algo de paz. Conducir por Nueva York era algo que evitaba a toda costa, pero en esta ocasión, la necesidad de escapar superaba su aversión por el tráfico.

Cuatro horas y algo más después, finalmente llegó a Newport. El viaje había sido largo, pero había disfrutado del tiempo a solas, lejos de todo lo que la atormentaba en su vida cotidiana. En una de sus paradas para desayunar, por casualidad, encontró un pequeño Airbnb frente a la playa, el lugar perfecto para su pequeña escapada. No podía haber encontrado un sitio mejor.

Condujo por las calles pesqueras, observando cómo la vida tranquila de Newport contrastaba con el bullicio incesante de Nueva York. La brisa marina se colaba por las ventanillas del coche, llenando sus pulmones con aire fresco. Al llegar a la casa, agradeció a la persona que la recibió y le entregó las llaves. La casa era acogedora, con una vista impresionante del océano, exactamente lo que necesitaba.

Una vez instalada, sacó su celular y, después de dudar por un instante, hizo lo que tanto había estado pensando durante el trayecto

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Una vez instalada, sacó su celular y, después de dudar por un instante, hizo lo que tanto había estado pensando durante el trayecto. Puso su teléfono en modo avión, cortando toda comunicación con el mundo exterior. No quería escuchar a nadie, no quería responder mensajes ni recibir llamadas. Solo necesitaba estar sola.

Con el celular apagado, se dirigió a un camastro en la terraza que daba al mar. Se sentó, dejando que la brisa fresca y el sonido de las olas la envolvieran. Por primera vez en días, sintió una pizca de tranquilidad. Sabía que esto no resolvería sus problemas, pero al menos, por ahora, podía intentar olvidar. Podía permitirse no pensar en Sebastian, en el dolor que sentía, en la tristeza que la consumía.

Mientras observaba el horizonte, sintió cómo el cansancio de las últimas semanas comenzaba a desvanecerse, reemplazado por una calma que no había experimentado en mucho tiempo. Se recostó en el camastro, dejando que el sonido del mar la arrullara, y por un momento, se permitió olvidar. Al menos por un instante, se dejó llevar por la idea de que, aquí en Newport, podía encontrar una manera de curar su corazón roto.

La Búsqueda que nos unió - Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora