Capítulo 48: Redescubriendo la Paz

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Elvira había pasado los últimos dos días sumida en la introspección. La charla liberadora con Karla había sido un primer paso crucial para liberar el peso que había estado cargando durante tanto tiempo. La sesión del día anterior también le había dado herramientas valiosas, pero era consciente de que el verdadero trabajo apenas comenzaba. Karla le había recomendado que saliera, que se permitiera disfrutar del mundo que la rodeaba, que conociera lugares nuevos y personas nuevas.

Aquella mañana, después de un ejercicio de escritura doloroso donde vertió sus miedos e inseguridades en las páginas de su libreta, Elvira decidió que era hora de explorar Newport, aunque fuera su último día allí. La tarea de escribir sobre sus inseguridades había sido difícil, pero también catártica. De alguna manera, plasmar esos pensamientos oscuros en papel le había dado una sensación de alivio, como si cada palabra escrita le permitiera soltar un poco de la carga que había estado llevando.

Una vez terminó, se preparó para salir. Se dirigió al centro de Newport y decidió tomar un tranvía que recorría las mansiones de época, un símbolo de la riqueza y el esplendor de tiempos pasados. A medida que avanzaba, se permitió relajarse y dejarse llevar por el encanto del lugar. Era como si se hubiera transportado a otra época, una donde todo era más simple y la belleza estaba en los detalles.

El tranvía avanzaba por las calles empedradas, rodeado de jardines impecables y casas majestuosas. Elvira se sintió envuelta en una atmósfera de nostalgia, su mente creativa no pudo evitar empezar a maquinar distintas historias ambientadas en ese pequeño rincón de historia y elegancia. Las ideas para un nuevo libro comenzaron a formarse en su mente, y por un momento, se sintió como si el peso de las últimas semanas se desvaneciera. Porque claro, un artista nunca descansa, y Elvira, incluso en su estado de fragilidad emocional, encontraba consuelo en la creación.

Durante el paseo, dos ancianos que también viajaban en el tranvía comenzaron a conversar con ella. Eran una pareja entrañable, con el rostro marcado por los años, pero con una chispa vivaz en sus ojos. Elvira se sintió atraída por su calidez y sencillez. Les devolvió la sonrisa y no pasó mucho tiempo antes de que los tres estuvieran inmersos en una conversación animada.

—Nos jubilamos hace unos años —dijo el hombre, con una sonrisa nostálgica—, y desde entonces hemos decidido viajar y conocer cada rincón que podamos. Es nuestra forma de disfrutar el tiempo que nos queda.

—Es una bendición poder hacerlo juntos —añadió la mujer, apretando la mano de su esposo con cariño—. Nos conocimos en una fiesta hace más de cincuenta años, y desde entonces no nos hemos separado. Viajar juntos es nuestra manera de celebrar cada día.

Elvira los escuchaba, sintiendo una cálida sensación de familiaridad que no había experimentado en mucho tiempo. Los ancianos la trataron como si fuera una hija más durante el paseo en yate que tomaron más tarde. Aunque en un momento comenzó a sentirse mareada por el movimiento del barco, el ambiente de cercanía y afecto que la rodeaba hizo que todo se sintiera mejor.

—No te preocupes, querida, es normal sentirse así la primera vez —dijo la mujer, ofreciéndole una pastilla para el mareo—. Solo relájate y disfruta del paseo. El mar siempre encuentra la manera de tranquilizar el alma.

Elvira sonrió, agradecida por la amabilidad que le brindaban. El mar, el sol que se reflejaba en sus aguas, y la compañía de esta pareja desconocida, todo contribuyó a que por un momento se sintiera en paz, como si hubiera encontrado un refugio temporal del caos de su mente, incluso la hizo sentir en casa.

Mientras el yate se deslizaba suavemente sobre las aguas, Elvira cerró los ojos y se permitió sentir la brisa fresca en su rostro, el sonido de las olas golpeando suavemente el casco, y las risas lejanas de los otros turistas. Se dio cuenta de que, aunque no podía escapar de sus problemas para siempre, en ese momento, estaba bien. Estaba bien sentirse vulnerable, estar rodeada de amabilidad y permitirse disfrutar de las pequeñas cosas.

Cuando el paseo terminó, la pareja de ancianos la abrazó y le desearon lo mejor en su vida. Se sintió un poco más ligera, un poco más en paz. Quizá, solo quizá, estaba empezando a encontrar el camino de regreso a sí misma. Y mientras caminaba de vuelta a su pequeño Airbnb, sintió que, aunque su escapada estaba llegando a su fin, lo que había ganado en esos días —la tranquilidad, la claridad, y el calor humano— era algo que podría llevar consigo cuando finalmente decidiera regresar a casa.

La Búsqueda que nos unió - Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora