Capítulo 39: Un Brindis Amargo

9 1 0
                                    


Elvira se encontraba en el sofá, sintiendo que el peso de los últimos días la aplastaba con una fuerza inusitada. Desde lo sucedido hace dos días, todo parecía haberse desmoronado en su interior. Su mente estaba nublada, y por más que intentaba encontrar algo de paz, solo encontraba más dolor. Nicholas, su querido amigo y casi hermano, no dejaba de insistir en que la acompañara a una fiesta de Año Nuevo, algo que normalmente habría aceptado sin dudar, pero ahora, solo quería desaparecer del mundo por un rato.

—Solo quiero unos días para mí, Nick —rogaba Elvira, con la voz apenas un susurro, agotada—. Entre el estrés por lanzar el libro y ahora, con este año que está a horas de comenzar... solo quiero descansar.

Nicholas no dejaba de insistir, preocupado por el estado en el que la veía. Podía notar que algo había cambiado en Elvira desde hace dos días. No era solo cansancio, era algo más profundo, algo que la estaba consumiendo desde adentro.

—Anda, Els, solo necesitas distraerte un poco —intentó persuadirla, con ese tono suave pero persistente que siempre usaba cuando quería animarla—. Fue mucho estrés todo lo que pasó: los nervios previos, el live, y todo lo demás. Solo ven unas horas, te lo juro que en cuanto den las 12 campanadas, yo mismo te traigo de regreso...

Pero Elvira no podía. No tenía fuerzas para fingir una sonrisa, para pretender que todo estaba bien cuando se sentía rota por dentro.

—Nick, sabes que te adoro, no estaría aquí si no fuera por ti, y no quiero quedar como una mala amiga... pero en verdad, necesito que me comprendas. Mi batería social está agotada. Yo, en este momento, no me siento yo misma. No quiero arruinarte las fiestas, yo solo... —Elvira sintió cómo las lágrimas amenazaban con salir, tragando con fuerza para mantenerlas a raya—. Solo quiero disfrutar de todo el éxito sola en mi habitación, quizás tomando un buen tequila. Me conoces, sabes que hago esto, solo por favor... deja de insistir.

Nicholas y su esposa intercambiaron una mirada. Sabían que algo malo había pasado desde hace dos días, cuando no pudieron despertarla por la mañana. Desde entonces, algo en Elvira había cambiado. Ya no hablaba de Sebastian, ni siquiera mencionaba su libro con la misma pasión de antes. Incluso cuando alguien lo mencionaba, su expresión se transformaba en una mueca amarga, como si todo lo que había logrado ya no tuviera sentido. Nicholas estaba profundamente preocupado por ella; veía que su "hermanita" estaba atravesando algo oscuro y doloroso, y no podía soportar no saber qué era.

Sin decir más, Nicholas se acercó a ella y la abrazó fuerte, transmitiendo todo el cariño y el apoyo que no lograba expresar con palabras.

—Está bien, te sales con la tuya —dijo finalmente, tomando sus manos y mirándola a los ojos—. Pero escucha, Elvira, Raya, Els como quieras llamarte, tú eres una persona muy valiosa para mí, ¿ok? No quiero verte así. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, como una vez me dijiste cuando mamá murió: "en las pedas y en los pedos", aunque nunca entendí ese término mexicano. Pero quiero que sepas que te quiero, y estamos aquí para ti.

Elvira intentó sonreír ante el recuerdo, pero su corazón estaba demasiado roto para responder. Asintió ligeramente, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—Gracias, Nick —murmuró, antes de abrazarlo una vez más.

Nicholas la soltó con suavidad, entendiendo que ella necesitaba su espacio. Con una última mirada preocupada, salió de su departamento, dejando a Elvira sola con sus pensamientos.

En cuanto se fue, Elvira sintió cómo toda la fachada que había mantenido frente a él se desmoronaba. Corrió hacia su habitación, cambiándose rápidamente a su pijama, buscando el único consuelo que le quedaba: una botella de tequila que había recibido como regalo hace unos días. Desde que dejó México, rara vez bebía tequila, pero esta noche era diferente.

Eran las 8 de la tarde, el último día del año, y mientras sostenía la botella, Elvira se dio cuenta de que estaba a punto de destruirse. Pero en ese momento, no le importaba. Abrió la botella y se sirvió un vaso lleno, brindando en silencio.

Brindó por su corazón roto, por no sentirse suficiente, por el juego de la búsqueda implacable que había terminado en desastre. Brindó por la estúpida moto de Giancarlo, y por él.

Por Sebastian.

Cada trago quemaba mientras bajaba por su garganta, pero el dolor físico no era nada comparado con el dolor emocional que sentía. Sabía que se estaba destruyendo, pero no podía detenerse. Con cada sorbo, intentaba ahogar la sensación de fracaso, la certeza de que, una vez más, no había sido suficiente.

El tequila no era un simple alcohol; era un puente hacia sus recuerdos, hacia los días en que se sentía viva y amada. Pero ahora, con cada trago, sentía cómo su mundo se desmoronaba más y más. La tristeza que la consumía era un pozo sin fondo, y por más que intentara entender lo que había pasado, solo podía pensar en que todo era su culpa.

Sebastian no había respondido.

Ese pensamiento la atormentaba, como una sombra que no podía escapar. No sabía lo que realmente había pasado, no podía imaginar que hubiera una razón más allá de su propio fracaso, de sus propias inseguridades. Solo podía pensar que, al final, no había sido suficiente para él, como no lo había sido para tantos otros en su vida.

Elvira continuó bebiendo, las lágrimas mezclándose con el tequila, sintiendo cómo cada trago la llevaba más lejos de la realidad, más profundo en su propio dolor. Brindó por todo lo que había perdido, por todo lo que nunca tuvo, por el amor que nunca llegó a florecer. Y mientras las horas pasaban, y el nuevo año se acercaba, Elvira supo que, aunque el mundo celebrara a su alrededor, ella estaba atrapada en una soledad que ni el tequila, ni las palabras, podían aliviar.

Y así, en la oscuridad de su habitación, rodeada de los fantasmas de sus miedos y fracasos, Elvira se dejó llevar por la tristeza, brindando una y otra vez por un amor que nunca llegó a ser, por un corazón que nunca dejó de doler.

La Búsqueda que nos unió - Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora