Capítulo 43: Desesperación

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Había pasado una hora desde que abrió los ojos, y las enfermeras le habían comentado que su madre había salido por un rato. Se sentía derrotado, frustrado por no tener una manera de comunicarse con RAYA, de explicarle lo que había sucedido. Sabía que ella tenía sus inseguridades, y siempre había sentido la necesidad de mantenerla informada sobre su vida, no solo porque la apreciaba, sino porque entendía que eso quizá la hacía sentir segura.

A lo largo de su relación de amistad virtual, había llegado a conocerla como la palma de su mano. Sabía que esos pequeños gestos, como avisarle que iba a grabar o que tendría un día ocupado, eran importantes para ella. Y ahora, en su estado actual, lo único que quería era poder hablarle, explicarle todo lo que había sucedido, para que no se sintiera sola ni insegura.

Justo en ese momento, la puerta se abrió y su madre, Georgeta, entró en la habitación. El alivio cruzó su rostro al ver que Sebastian estaba despierto.

—Mi dragă, gracias a Dios estás despierto... ¿Cómo te sientes? Veo que ya te quitaron este aparato raro... —dijo Georgeta, su voz llena de cariño y preocupación.

—Sí, me siento mejor, mamá. Yo... ammm... lo siento por cómo me comporté en la madrugada, yo...

—No, nada de eso, no te preocupes. Mira, me encargué de eso. Robert me ayudó a llegar a Nicholas, su amigo va a buscarla. No sé qué pasó, te vi alterado y pensé que algo había pasado, así que perdón si me metí en lo que no me importaba. Por cierto, toma tu celular, saldré...

Sebastian tomó el teléfono que su madre le extendió, su corazón acelerándose al tenerlo finalmente en sus manos. Abrió Instagram rápidamente, ignorando los cientos de mensajes de colegas y la prensa. Lo único que le importaba en ese momento era escribirle a ella.

Georgeta, entendiendo que su hijo necesitaba privacidad, salió de la habitación, dejando a Sebastian solo con sus pensamientos y su teléfono. Se dispuso a leer los mensajes de Elvira, y al ver que tenía 20 mensajes sin leer, sintió un nudo formarse en su estómago. Deslizó hacia arriba para leer el primer mensaje y, a medida que leía, las lágrimas comenzaron a correr por su rostro.

Cada palabra lo desgarraba. Su pequeña RAYA, o mejor dicho, Elvira, había estado sufriendo tanto. ¿Por qué las mejores personas sufrían tanto? ¿Quién le había hecho tanto daño? Se preguntaba, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza a medida que avanzaba en la lectura.

El mensaje de Elvira era de varios días atrás, pero justo debajo de ese mensaje, había unos nuevos, enviados apenas ayer. "Gracias, Sebastian, con tu silencio entiendo todo. Todos se alejan de mí al conocerme. No sé por qué pensé que contigo sería diferente..." Leyó otros mensajes mal escritos, donde ella expresaba que sabía que todo era por su físico, que no se comparaba con las miles de modelos o actrices que él podría tener alrededor. Había también algunos audios mal grabados, en los que Elvira, claramente embriagada, lo felicitaba por ser un estúpido.

El corazón de Sebastian se hundió al escuchar esos audios. Estaba preocupado, sus manos temblaban mientras intentaba procesar lo que estaba leyendo y escuchando. No entendía cómo Elvira podía menospreciarse tanto, cómo podía odiarse a sí misma de esa manera. ¿Qué tanto daño le habían hecho? Sabía que habían pasado días sin escribirle, pero no tenía idea de que ella estaría pensando en términos tan oscuros, tan dolorosos.

"Por Dios, tengo que salir. Yo tengo que salir."

La determinación lo golpeó con fuerza. No podía quedarse allí mientras Elvira se hundía en esa oscuridad. Sin pensarlo dos veces, comenzó a quitarse los dos sueros que tenía conectados y los aparatos que monitoreaban sus signos vitales. El dolor y el mareo lo golpearon al intentar levantarse, pero se aferró a la cama, decidido a no dejarse vencer por la debilidad física.

Las cuatro paredes de la habitación lo estaban asfixiando. Sabía que lo darían de alta hasta mañana, pero no podía esperar tanto. Tenía que encontrarla, tenía que explicarle, tenía que decirle que no era su culpa, que no era ella la que había fallado, sino las circunstancias.

Sebastian se tambaleó hacia la puerta, su mente centrada solo en una cosa: llegar hasta Elvira antes de que fuera demasiado tarde. Las voces de las enfermeras y médicos resonaban a lo lejos, pero todo se volvía difuso a su alrededor. Nada de eso importaba. Lo único que importaba era que tenía que encontrarla, porque en algún lugar dentro de él sabía que si no lo hacía, podría perderla para siempre.

Con cada paso que daba, sentía que el dolor aumentaba, pero no se detuvo. Su amor por Elvira, su deseo de protegerla, lo empujaba más allá de sus límites. Sabía que, a pesar de todo lo que estaba pasando, su prioridad era ella. Y haría lo que fuera necesario para llegar hasta ella, para demostrarle que no estaba sola, que nunca lo había estado.

La Búsqueda que nos unió - Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora