- Cap. 71 -

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La brisa cálida del Mediterráneo acariciaba el rostro de Julieta mientras se apoyaba en la barandilla de piedra del balcón de su suite en la costa de Amalfi. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de colores rosados y dorados que se reflejaban en las aguas cristalinas del mar. Julieta cerró los ojos y respiró profundamente, dejándose envolver por el momento. Era surrealista estar allí, al fin, con Olivia. Después de todo lo que habían pasado, el peso de los años difíciles parecía desvanecerse en aquel rincón del mundo, dejándolas en paz.

Olivia salió al balcón en silencio, sus pies descalzos apenas haciendo ruido en el mármol fresco del suelo. Sus brazos rodearon la cintura de Julieta desde atrás, y dejó un beso suave en su cuello. Julieta se inclinó hacia ella, sonriendo ante el simple gesto de cariño. Sentir a Olivia tan cerca después de haber estado a un suspiro de la muerte durante aquellos años en coma, le resultaba casi milagroso.

—¿En qué piensas? —susurró Olivia, su aliento cálido sobre la piel de Julieta.

—En lo increíble que es esto. —Julieta giró su rostro ligeramente, encontrando los ojos de Olivia. Ojos que la habían mirado con amor, dolor y esperanza en tantos momentos diferentes. —Italia, tú, yo... después de tanto, estamos aquí.

Olivia sonrió con una ternura que iluminaba sus ojos marrones, un contraste al temperamento firme y serio que solía mostrar en su trabajo. Allí, en ese momento, era solo su esposa, la mujer que amaba. La mujer que había esperado tantos años para tenerla finalmente sin miedo, sin secretos.

—Y no pienso soltarte nunca más —murmuró Olivia antes de besarla suavemente, profundizando el beso mientras el cielo sobre ellas seguía apagándose, dejando paso a las estrellas que comenzaban a brillar.

La cena esa noche fue en un pequeño restaurante apartado en la cima de una colina, con vistas espectaculares de la costa. El lugar, íntimo y acogedor, estaba decorado con luces de tonos cálidos y plantas que colgaban de cada rincón, creando un ambiente que parecía de ensueño. La mesa, justo al borde de la terraza, les ofrecía una vista ininterrumpida del mar oscuro bajo el cielo estrellado.

El vino tinto fluyó libremente, y la conversación entre ellas se entrelazaba entre risas y recuerdos. Hablaron de Noah, de cómo estaba adaptándose a la idea de que ahora tenía dos madres oficialmente. Olivia compartió lo feliz que estaba de que, a pesar de sus dudas, Noah había aceptado a Julieta como parte integral de su vida desde el principio.

—Nunca pensé que llegaría a esto —admitió Julieta, sus dedos entrelazados con los de Olivia sobre la mesa. —Después de todo lo que pasó... de la distancia, del accidente... pensé que te perdería.

—Y casi lo hiciste —respondió Olivia, con una franqueza que solo ellas podían manejar sin romperse. —Pero aquí estamos, ¿verdad? Lo logramos.

El silencio que siguió estuvo lleno de promesas no dichas, pero que ambas entendían perfectamente. Julieta miró a Olivia bajo las luces titilantes, su corazón lleno de una gratitud profunda por haber tenido una segunda oportunidad, por haber vuelto de la oscuridad del coma y encontrarse a Olivia esperándola al otro lado.

Después de la cena, pasearon por las calles adoquinadas de la pequeña ciudad. El eco de sus pasos resonaba en las callejuelas estrechas, mientras las luces de las lámparas callejeras lanzaban sombras largas en las paredes de piedra. Se detuvieron frente a una fuente antigua en el centro de una pequeña plaza. Olivia, sin previo aviso, jaló suavemente a Julieta hacia sus brazos, y la besó bajo el cielo nocturno. El beso fue lento, lleno de una pasión contenida que finalmente estaba encontrando su liberación.

De vuelta en la suite, la habitación estaba iluminada solo por las luces tenues de las lámparas de pared. Olivia cerró la puerta con un suave clic, y el mundo se redujo a ellas dos. Los dedos de Julieta encontraron el cierre del vestido de Olivia, deslizándolo con calma mientras la otra la miraba fijamente, sus ojos llenos de deseo y adoración.

—Te he esperado tanto tiempo... —Julieta susurró, su voz apenas un murmullo en la habitación silenciosa.

—Y ahora no tenemos que esperar más —respondió Olivia, llevándola hacia la cama con movimientos lentos y decididos.

El aire entre ellas se cargó de una electricidad palpable mientras los besos se intensificaban, cada caricia más desesperada que la anterior, como si quisieran recuperar todo el tiempo perdido. Olivia deslizó sus manos por la espalda de Julieta, su toque suave pero lleno de intención. Julieta jadeó suavemente, mientras el deseo aumentaba, llevándolas a ese punto en el que las palabras eran innecesarias.

Sus cuerpos se encontraron en un abrazo apasionado, explorándose mutuamente con una mezcla de ternura y urgencia. Cada roce, cada beso, era una promesa de que no volverían a separarse, de que, después de tantos años de obstáculos, se pertenecían completamente.

Finalmente, bajo las sábanas de lino, con el sonido del mar de fondo y las estrellas aún brillando fuera de su ventana, Olivia y Julieta se dejaron llevar, perdiéndose la una en la otra.

Soy Olivia Benson, un gustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora