- Cap. 86 -

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Julieta se despertó con un sobresalto, su cuerpo cansado y adolorido tras las golpizas y la agonía de la espera. Se había dormido sin darse cuenta, se mantuvo despierta muchas horas, luchando contra las cadenas mientras su esposa descansaba. Los ruidos a su alrededor eran escasos, y la luz tenue apenas iluminaba la pequeña celda donde permanecía. Al otro lado de la sala, acurrucada contra una pared, Olivia dormía, pero la tranquilidad de su esposa fue breve; un estruendo en la puerta hizo que Julieta se estremeciera. Dos figuras oscurecieron el umbral y, en un instante, el aire pesado de la celda se volvió aún más opresivo.

Los secuestradores entraron, y el rostro de Julieta se tornó pálido ante la certeza de lo que estaban a punto de hacer. La sujetaron con brusquedad y la llevaron a la fuerza, dejándola sola, con el corazón palpitante y una creciente sensación de desesperación.

En una sala fría y austera, Olivia fue empujada hacia una silla frente a una cámara. La luz brillaba intensamente, y una pared grisácea servía como fondo, acentuando la soledad de la escena. Las manos de Olivia temblaban ligeramente al tomar asiento, su mente aún confusa por la abrupta separación.

—Quiero que hables sobre el caso de Laura Jennings —dijo uno de los secuestradores, con una voz grave y amenazante. Olivia reconoció el nombre: una mujer que había sido asesinada hace dos años, un caso que había captado la atención del público por su brutalidad y la falta de respuestas.

—No, no puedo... —replicó Olivia, sus ojos desafiantes, pero su voz temblorosa.

—Te estamos dando una oportunidad —respondió el otro secuestrador, acercándose más, su mirada fija y peligrosa—. Solo habla sobre el caso y todo estará bien.

—No tengo nada que decir —su voz se mantuvo firme, pero el miedo comenzó a asomarse.

Los hombres intercambiaron miradas. El primero asintió y, con un movimiento rápido, golpeó a Olivia en el rostro. El sonido resonó en la habitación y la cabeza de Olivia se giró por la fuerza del impacto. Su corazón se hundió al sentir la amargura de la impotencia; la cámara grababa cada instante, su sufrimiento expuesto ante el mundo.

—¡Hable! —gritó el secuestrador, su tono cargado de rabia—. ¿O quieres que esto continúe?

Olivia, con la respiración entrecortada y el rostro enrojecido, sintió que el dolor físico se unía a la angustia emocional. La visión se le nubló por un momento, pero luchó para mantener la calma. Sin embargo, sabiendo que se encontraba en una situación de vida o muerte, se obligó a recordar el caso de Laura Jennings.

—Laura fue una mujer que fue encontrada muerta en su departamento, —comenzó, su voz ahora temblando de miedo—. Había signos de lucha y...

Mientras Olivia hablaba, Julieta permanecía atrapada en la celda, la ansiedad apoderándose de ella. La angustia la consumía, imaginando a su esposa bajo las luces brillantes y los ojos fríos de sus captores. Cada palabra que Olivia pronunciaba era un puñal en su corazón. El sonido de los gritos se repetían una y otra vez en su mente. Se retorcía en su lugar, luchando contra las cadenas que la mantenían cautiva, uso esa rabia para volver a luchar contra las cadenas, tenía las muñecas rojas y lastimadas por el esfuerzo, pero no iba a parar, no podía parar. 

Después de varios minutos de tortura psicológica y física, Olivia finalmente fue liberada, sus palabras ya grabadas en un video que sería publicado desde un lugar desconocido. La frustración de Julieta aumentó al ver a su esposa regresar a la celda. Olivia, con el rostro marcado y la ropa desaliñada, tenía un brillo de dolor en los ojos, un sufrimiento que iba más allá de lo físico.

—¿Estás bien? —preguntó Julieta, con la voz llena de preocupación, intentando acercarse, pero las cadenas la mantenían alejada.

Olivia solo asintió, aunque las lágrimas amenazaban con brotar. La desesperación de Julieta aumentaba al ver el deterioro de la salud de su esposa, pero también había algo más; la chispa de esperanza. Sabía que el video había sido grabado y que, de alguna manera, eso podría llevar a que la búsqueda se intensificara. Su esfuerzo por liberarse estaba dando frutos, y aunque la angustia la envolvía, Julieta mantuvo la fe.

Soy Olivia Benson, un gustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora