Regalo

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Los días pasan, cada minuto arrastrándose como una tortura interminable. Hoy mi cuerpo se debilita más con cada comida que arrojó al retrete. Las sirvientas traen bandejas impecablemente presentadas a mi habitación, pero no pruebo bocado alguno aunque todo se vea delicioso, no lo hago. Mi mente está consumida por un único objetivo: obligarlo a que me enfrente.

Al cabo de 3 semanas, la falta de alimento comienza a pasarme factura. Mis piernas tiemblan al intentar caminar, y mi reflejo en el espejo me devuelve la mirada de alguien irreconocible: mejillas hundidas, ojos apagados, Una sombra de lo que fui. Pero no importa. Esto tiene que funcionar.

Como todos los días en la mañana, la puerta se abre y aparece una nueva sirvienta con el desayuno. Su rostro es amable, pero su voz parece lejana, como un eco. Trato de levantarme pero mis fuerzas me abandonan. Siento como mi cuerpo colapsa, y lo último que veo es su rostro transformarse en una máscara de pánico antes de que todo se torne negro.

En el vacío de la inconciencia, un recuerdo emerge, fragmentado y nítido a la vez.

"Le diré a todos que estamos juntos ahora, confía en mí"

—Liam... —susurro, mi voz es casi audible.

Pero no es Liam quien aparece cuando mis ojos comienzan a abrirse. La silueta que se materializa no tiene nada de reconfortante. Es Alessandro. Su cabello rubio brilla bajo la luz que se filtraba por las ventanas, y sus ojos azules, son tan hermosos como helados, me miran con una mezcla de exasperación y algo más oscuro que no puedo descifrar.

Me estremezco al verlo caminar hacia mí con pasos medidos, hoy cada movimiento cargado de autoridad, su presencia llena la habitación sofocándome, todo en él irradia elegancia pero también peligro; una paradoja viviente que me resulta imposible de ignorar.

—¿En serio estás provocándome? —su voz es baja, pero cargada de una amenaza implícita.

Sus ojos se clavan en los míos, y siento que algo frío me recorre la columna. Mi corazón late desbocado sin comprender la razón por la que se altera, pero intento mantener la compostura normalizando mi respiración para que no note el efecto que tiene sobre mí.

—Mira qué odio los espectáculos, y tú acabas de protagonizar uno —su mirada desciende hacia mi brazo, donde la intravenosa está conectada. Su desprecio es palpable. —Lamento decepcionarte, pero no estás en un hospital.

Tragó con dificultad, mi garganta está seca como el desierto y duele un poco.

—¿Qué quiere decir?

—Que estamos en Italia —su sonrisa, más bien una mueca de triunfo, es un golpe directo a mi ya frágil resistencia.

—Eso es imposible... —mi voz se quiebra.

—Creelo o no, eso no cambia nada. —se inclina hacia mí, sus brazos apoyándose en la cama a ambos lados de mi cabeza. Su proximidad me sofoca y logra intimidarme en cierto punto. —Y escucha bien, porque no repetiré esto. Si vuelves a intentar algo estúpido como esto, no te daré otra oportunidad. Te dejaré morir, o peor te echaré con los cerdos mientras sigues en agonía. Al menos servirás de algo como su cena.

Sus palabras me golpean con la fuerza de un puñetazo. Mis manos se cierran en puños, y mi mandíbula se tensa mientras lo miro fijamente a los ojos por lo cruel e inhumano que es al decir eso.

—¿Por qué haces esto? ¿Es tu forma de agradecerme por salvarte?

Él se ríe, una risa baja y burlona que me hace sentir aún más pequeña y miserable.

—¿Salvarme? —sus labios se curvan en una sonrisa cruel. —No confundas tus acciones con la nobleza. Todo esto es tu culpa.

Algo en mí se rompe. Todo el miedo, la rabia y la frustración que ha acumulado en estas semanas explotan en un torrente de palabras.

PerversiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora