¿Quien eres?

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Se sienta a la orilla de la cama, con la postura relajada que parece poseer una elegancia relajada que contradice la brutalidad que desprende la presencia de alguien que sabe que tiene todo bajo control. La habitación iluminada por la tenue luz de una lámpara, parece volverse más pequeña con él en el centro de todo. Con un gesto casual, Alessandro llama a la mujer quién parece no necesitar más que esa orden muda para actuar, y ella obedece con una sonrisa sumisa coma casi devota que hace que mi estómago se revuelva.

Sin vacilar, desabrocha su pantalón y lo baja, revelando su erección. Tragó saliva con fuerza, incapaz de apartar la mirada. ¿Qué está pasando?. Quiero reaccionar y no seguir viéndo. Mis pensamientos se vuelven confusos entre la incredulidad y la incapacidad de procesar lo que tengo frente a mí. Es grotesco, vulgar pero también hipnótico de una manera que odio admitir.

La mujer lo toma en sus manos con una experiencia que me hace sentir incómoda en mi propia piel. Su lengua traza un camino lento, mientras sus ojos se fijan en él como si no existiera nada más en el mundo. Alessandro gime, inclinando la cabeza hacia atrás, y mi cuerpo reacciona involuntariamente. El calor sube por mi cuello hasta enrojecer mis mejillas. No esto no está bien. Pero no puedo apartar la mirada por más que lo intente no puedo hacerlo. Hay algo crudo y salvaje en la escena, algo que despierta una parte de mí que no sabía que existía.

Hoy sus manos, grandes y fuertes, se enredan en el cabello de la mujer, guiándola con rudeza mientras embiste su boca. Sus gemidos son guturales, casi animales coma y cada sonido que emite parece retumbar en mi pecho. Mi respiración se acelera y mi mente queda en blanco, no por placer, sino por la confusión que se apodera de mí. Me siento como una espectadora de un ritual prohibido.

El clímax llega cuando Alessandro la suelta, y su semen mancha el rostro de la mujer quien parece extasiada como si le hubieran dado el mejor regalo del mundo. Sonríe complacida y utiliza sus dedos para limpiar los restantes antes de chuparlos con una devoción que me revuelve el estómago casi a tal punto que quiero vomitar. No hay vergüenza en sus movimientos, sólo una extraña sensación de orgullo que me resulta incomprensible.

Pero Alessandro no ha terminado. Se tumba en la cama, observándola con una mirada de satisfacción oscura. Ella sacó un condón y se lo pone con entusiasmo antes de montarse sobre él y acomodárselo en la entrada de su vagina. Los gemidos de la mujer llenan la habitación cuando él la toma con una fuerza que parece desbordar cualquier límite de placer. Su ritmo es implacable, y pronto sus gemidos se convierten en súplicas para que baje la intensidad y eso me dejó desconcertada porque el principio parecía disfrutarlo más ahora parece una tortura para ella.

—Es demasiado... —logra decir ella entrecortadamente, pero Alessandro la silencia con un gruñido.

El calor en mi rostro se transforma en una mezcla de rabia y asco. No puedo quedarme ahí coma viendo cómo la destruye con su fuerza desmedida. Sin pensar, me lanzo hacia él, agarrando la lámpara que está junto a la cama con la intención de noquearlo. Pero él fue más rápido en un movimiento fluido, aparta la mujer y detiene mi ataque.

Su mano se cierra alrededor de mi muñeca con una fuerza que me hace gritar. Sus ojos coma esos ojos glaciales, me miran con una furia contenida que me deja sin aliento.

—¿Crees que puedes detenerme, pequeño ciervo? —su voz es un susurro bajo, cargado de peligro.

—¡Sueltame! —grito, intentando liberarme, pero es inútil coma es como si sus manos fueran de acero.

En lugar de soltarme coma su otra mano se desliza hasta mi cuello, apretando con suficiente fuerza para cortar mi respiración. Me empuja hacia la cama, tumbándome con una facilidad que me hace sentir pequeña y débil. La mujer aprovecha la oportunidad para salir corriendo dejando tras de sí un rastro de perfume barato mezclado con el pánico.

—Ahora tú vas a tomar su lugar. —su voz es suave pero su tono no deja espacio para la negación.

Mi cuerpo se congela al escuchar esas palabras. Su rostro está tan cerca del mío que puedo sentir su aliento cálido contra mi piel. Sus ojos se clavan en los míos, y por un momento, siento que puede ver hasta lo más profundo de mi alma. Es como si se alimentará de mi miedo, disfrutando cada segundo de mi vulnerabilidad.

—No lo hagas, por favor... —mi voz se quiebra mientras las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas.

—Por favor... —repite, burlándose. Su sonrisa es cruel, y su mirada se desliza hacia mi cuerpo con un interés que me pone la piel de gallina.

Antes de que pueda reaccionar, desliza sus manos hacia mis piernas, separándolas con facilidad. Lucho con todas mis fuerzas coma pero él es implacable. Mi escrito llena en la habitación pero sé que nadie vendrá a ayudarme. Aquí él es el amo, el Dios que decide quién vive y quien muere.

De repente dos golpes en la puerta interrumpen la escena. Alessandro se detiene, hola soltando un gruñido frustrado.

—Tiene una visita importante —dice una voz desde el otro lado de la puerta.

—¿Qué tan importante? —responde sin apartarse de mí

—El Don está aquí.

Su cuerpo se relaja ligeramente, y deja caer su cabeza sobre mi vientre con un suspiro. Una sonrisa de alivio se forma en mis labios, aunque intento no mostrarla. Dios no me ha abandonado del todo.

Se levanta lentamente liberándome. Sus ojos se encuentran con los míos, y lo que veo me deja helada. No hay remordimiento, sólo una diversión oscura, como si todo hubiera sido un juego para él.

—Fue lindo jugar contigo. —se inclina hacia mí, sus labios rozan mi oreja derecha —Pero no olvides, yo decido cuando termina El juego.

Antes de que pueda responder, se endereza y comienza a vestirse. Cada movimiento es deliberado, casi arrogante. Su camisa cubre las cicatrices que había alcanzado a ver en su pecho, recordándome que este hombre es mucho más que un simple monstruo. Es un superviviente, un depredador que no deja nada al azar.

—Dejame ir. —logró decir, mi voz es temblorosa pero firme —Por favor.

Él no responde de inmediato. Sus ojos se fijan en la pared, cómo si estuviera considerando mis palabras. Pero entonces, una sonrisa aparece en sus labios y su decisión se hace clara.

—Llevenla a una habitación. No saldrá de ahí a menos que yo lo ordene.

—¡Espera!. —intento acercarme a él, pero una sirvienta me detiene. Su mano es firme pero sus ojos reflejan miedo.

—Vistase señorita. —dice en un tono casi suplicante. Mis mejillas enrojecen al darme cuenta de que sigo desnuda. Con rabia contenida, tomó la ropa que me ofrece y me visto rápidamente.

Alessandro se marcha sin mirar atrás, y algo dentro de mí se rompe.

—¡Eres igual que Damián! —grito, con la voz cargada de rabia y desesperación —¡Maldito bastardo!.

La sirvienta me ruega que me calle, pero no pude evitar murmurar e insultos mientras me llevan a otra habitación. Cuando la puerta se cierra atrás de mí, oigo el sonido del cerrojo dejándome completamente aislada.

Me dejó caer en la cama, con los ojos fijos en el techo. "Una escapó pero tú no lo harás". Sus palabras resuenan en mi cabeza, como un eco que no puedo silenciar. ¿De quien estaba hablando? ¿Qué significa eso para mí?.

El tiempo pasa lentamente. Cada comida que traen es un recordatorio de mi cautiverio. Pero también es una oportunidad. Si Alessandro no viene a verme, lo obligaré a hacerlo porque desde que me encerró en esta habitación no lo he vuelto a ver ya incluso ni recuerdo cuántos días han pasado desde que me encerró.

Cuando traen mi comida. Desmenuzo cada bocado y lo arrojó al retrete. Sé que Alessandro vendrá. No porque le importe, sino porque los depredadores siempre vuelven por su presa.


Él mismo lo dijo yo era su presa y él el depredador, por esa razón cuando sepa que estoy muriéndo y no por culpa de él, vendrá.

PerversiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora