Capitulo 4

13 3 1
                                    

La profesora López se había equivocado al girar. Podría decirse que su vida estaba llena de giros equivocados, pero ése había sido totalmente accidental. Estaba leyendo en su iPhone un correo electrónico de su hermano, que seguía enfadado, mientras iba conduciendo su Jaguar en mitad de una tormenta en plena hora punta por el centro de Toronto. Por todo eso, había girado a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha en la calle Bloor, dejando atrás el parque Queen. Y eso quería decir que iba en dirección contraria a la de su casa.  
 
No podía cambiar de sentido en la calle Bloor en plena hora punta. De hecho, hasta le costó meterse en el carril derecho para poder dar la vuelta. Y así fue como vio a una señorita Pierce con aspecto patético y muy mojada, que caminaba desanimada por la calle, como si fuera una persona sin hogar, y, en un ataque de culpabilidad, se encontró invitándola a subir al coche, un coche que era su orgullo y su capricho.    

—Siento estropear la tapicería —se disculpó ella, insegura.  
 
La profesora López sujetó el volante con más fuerza.  
 
—Tengo a alguien que lo limpia cuando se ensucia.  

Brittany agachó la cabeza, tratando de ocultar el daño que le habían causado sus palabras. Acababa de compararla con basura. Aunque no sabía de qué se extrañaba. Era consciente de que, para ella, no valía más que la suciedad del suelo.  

— ¿Dónde vive? —le preguntó López, tratando de iniciar una conversación sobre un tema seguro y educado que llenara lo que esperaba que fuera un trayecto breve.    

—En la avenida Madison. Está ahí al lado, a la derecha —respondió Brittany, señalando con el dedo.    

—Sé dónde está Madison —replicó ella con su impaciencia habitual.  
 
Ella la miró con el rabillo del ojo y se encogió en el asiento. Despacio, se volvió hacia la ventanilla y se mordió el labio inferior.    

Santana López maldijo para sus adentros. Incluso bajo aquella maraña de pelo mojado era bonita. Un ángel de pelo rubio vestido con vaqueros y zapatillas deportivas. Su mente se detuvo ante esa descripción. El término «ángel de pelo rubio» le resultaba extrañamente familiar, pero no logró recordar de qué le sonaba.  

— ¿En qué número de Madison? —preguntó en voz tan baja que a Brittany le costó entenderlo.    

—En el cuarenta y cinco.
 
Ella asintió y aparcó frente al edificio de tres plantas. Era una casa de ladrillo rojo convertida en apartamentos.    

—Gracias —murmuró ella y se apresuró a abrir la puerta para escapar.
 
— ¡Espere! —le ordenó López, alargando el brazo para coger un gran paraguas negro del asiento trasero.  
 
Brittany aguardó asombrada a que La Profesora diera la vuelta al coche y le abriera la puerta con el paraguas listo, esperando mientras su abominación y ella salían del Jaguar, para acompañarla luego hasta la puerta del edificio.  

—Gracias —repitió Brittany, mientras trataba de desabrochar la medio atascada cremallera de la mochila para sacar las llaves ella intentó disimular el disgusto que le provocaba la visión de aquella bolsa y permaneció en silencio mientras ella luchaba con la cremallera, viendo cómo se ruborizaba al no conseguirlo. Recordó la expresión de su cara en su despacho, arrodillada en la alfombra persa, y se le ocurrió que tal vez el problema actual fuera culpa suya.  

Sin decir nada, le quitó la mochila de las manos y le dio el paraguas. Tras acabar de romper la cremallera, la sostuvo delante de ella para que buscara las llaves Brittany las encontró al fin, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Cuando las recogió, las manos le temblaban tanto que no atinó a dar con la llave correcta.  

López, que ya había perdido la paciencia, se las arrebató de la mano y empezó a probarlas una a una. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara antes de devolvérselas Brittany recuperó también la denostada mochila y le dio las gracias una vez más.
 
—La acompañaré hasta la puerta de su apartamento —dijo ella, siguiéndola por el pasillo— Una vez, un vagabundo me abordó en el vestíbulo de mi edificio. Hay que ir con mil ojos.
 
Brittany elevó una oración silenciosa a los dioses de los bloques de apartamentos, rogándoles que la ayudaran a localizar la llave del suyo rápidamente. Su oración fue escuchada. Estaba ya a punto de meterse en casa y cerrar la puerta, cuando se detuvo y, como si se conocieran de toda la vida, le sonrió y la invitó a tomar una taza de té.

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora