Pasada la medianoche, Richard notó que el colchón se hundía y que alguien se metía en la cama a su lado. Se volvió y abrazó el cuerpo de su esposa. Era un cuerpo suave y muy familiar. Al presionarlo contra el suyo, suspiró hondo.
Ella también suspiró de satisfacción, como hacía siempre que se acurrucaba contra él.
—Te he echado de menos —dijo Richard, acariciándole el pelo y besándoselo.
No se extrañó al notar que volvía a tenerlo largo y liso, como antes de la quimioterapia.
—Yo también te he echado de menos, querido. —Grace buscó su mano y entrelazó los dedos con los suyos.
Richard notó que el anillo de boda y el de compromiso de ella chocaban con el suyo. Se alegró de no habérselos quitado.
—Sueño contigo.
—Lo sé —admitió Grace, besando el lugar donde sus anillos se unían.
—Éramos tan jóvenes... Teníamos toda la vida por delante, queríamos hacer tantas cosas...
—La voz de Richard se rompió en la última palabra—Te echo mucho de menos —siguió al cabo de unos momentos—. Añoro abrazarte en la oscuridad. Oír tu voz. Aún no me creo que te haya perdido.Grace le cogió la mano y se la llevó al pecho.
Richard se preparó para notar los huecos que había en el lugar donde habían estado sus pechos.
Aunque sus cicatrices lo entristecían, no le resultaba desagradable mirarla ni tocarla. Pero ella no se lo permitía.
Grace pensaba someterse a cirugía reconstructiva, pero cuando el cáncer regresó, eso pasó a un segundo plano. Para él, siempre había sido hermosa, arrebatadora, incluso al final.
Su mano entró en contacto con los senos de Grace, y los notó redondeados y prietos. Tras unos instantes de vacilación, le cubrió un pecho con la mano. Ella apoyó la suya sobre la de él y apretó.
—Estoy curada —susurró—Fue una experiencia maravillosa no me dolió nada.
Richard sintió el cosquilleo de las lágrimas.
— ¿Curada?
—No existe el dolor. Ni las lágrimas. Y es tan... tan hermoso.
—Siento no haber sido consciente de que estabas enferma —se excusó él, con la voz ronca de emoción—Debería haber prestado más atención. Debería haberme dado cuenta.
—Era mi hora. —Grace se llevó la mano de Richard a la boca y la besó—. Hay tantas cosas que quiero mostrarte. Pero aún no. Descansa, mi amor.
Al despertarse a la mañana siguiente, la cama de Richard estaba vacía, pero sabía que había recibido un don muy especial. Se sentía más ligero, más en paz consigo mismo y con el mundo de lo que lo había estado en mucho tiempo. Tras desayunar con la familia, empezó a preparar las cosas para dejar el puesto de investigador en Filadelfia.
Durante la semana siguiente, puso su apartamento a la venta y contrató un servicio de mudanzas para llevar sus cosas de vuelta a la casa que había comprado con su esposa muchos años atrás.
Santana insistió en recoger también las cosas que habían dejado en el guardamuebles.
Cuando los camiones empezaron a llegar, Santana les indicó a los transportistas el camino hacia el dormitorio principal, para que se llevaran sus muebles antes de montar los de su padre.—No —dijo Richard, apoyando una mano en el hombro de su hija—. La habitación de invitados es ahora mi habitación.
Santana pidió a los transportistas que los dejaran un momento a solas y se volvió hacia su padre con el cejo fruncido.
— ¿Por qué no quieres volver a tu habitación?
—Ésa es su habitación ahora Britt la ha pintado y decorado a su gusto y no pienso tocar nada.
Santana empezó a protestar, pero Richard lo interrumpió levantando una mano.
—Grace estará conmigo duerma donde duerma. Me encontrará también en la habitación de invitados—Con un último apretón en el hombro de Santana, les indicó a los transportistas el camino de su nuevo cuarto.
A ella no le apetecía discutir con su padre, especialmente cuando éste tenía un aspecto tan satisfecho si sus palabras le resultaron extrañas, no lo demostró.
(La verdad es que no le resultaron extrañas.)
Esa noche, cuando la casa volvió a quedarse vacía y en calma, Richard se imaginó que Grace se metía en la cama con él se volvió de lado y se durmió, tranquilo, antes de reunirse con ella en sueños.
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