El viernes, Brittany encontró un documento oficial en su casillero, informándola de que la profesora López había aceptado dirigir su proyecto. Estaba contemplándolo sorprendida, preguntándose qué lo habría hecho cambiar de idea, cuando Rachel apareció a su espalda.
— ¿Estás lista?
Ella la saludó con una sonrisa, mientras guardaba el documento en su mochila, que había arreglado lo mejor que había podido. Salieron del edificio y echaron a andar por la calle Bloor en dirección al Starbucks que estaba a media manzana de allí.
—Quiero que me cuentes qué tal te fue con López, pero antes tengo que decirte una cosa —dijo ella, muy seria Brittany la miró con ansiedad —No tengas miedo, Conejito. No te va a doler —la tranquilizó, dándole unas palmaditas en el brazo el corazón de Rachel era casi tan grande como el resto de su persona y siempre estaba atenta al sufrimiento de los demás —Sé lo que pasó con la nota ella cerró los ojos y maldijo en silencio.
—Lucy, lo siento mucho. Iba a contarte que metí la pata y que escribí por el otro lado de tu nota, pero luego se me pasó. No le dije que lo habías escrito tú ella la agarró del brazo para interrumpirla.
—Lo sé. Se lo dije yo— la miró, sorprendida.
— ¿Por qué lo hiciste? — Mientras se hundía en las profundidades de los grandes ojos Azules del Conejito, Rachel se convenció de que haría cualquier cosa por impedir que nadie le hiciera daño. Incluso si eso le costaba su carrera académica. Incluso si tenía que sacar a rastras a López del Departamento de Estudios Italianos para darle en su pomposo trasero la patada que tanto se merecía.
—La señora Jenkins me contó que La Profesora te había mandado llamar y pensé que querría echarte la bronca. Encontré una copia de la nota en la pila de papeles para fotocopiar que me dejó preparada —dijo, encogiéndose de hombros—. Son los riesgos de trabajar como ayudante de una gilipollas.
Le tiró del brazo para animarla a seguir andando, pero esperó a continuar la conversación hasta después de invitarla a un enorme café con leche con vainilla y sin azúcar. Cuando Brittany acabó de acomodarse como un gato en un sofá de terciopelo lila y Lucy se hubo convencido de que estaba cómoda y calentita, se volvió hacia ella con expresión comprensiva.
—Sé que fue un accidente. Estabas tan nerviosa después del primer seminario... Debí acompañarte hasta la puerta. Sinceramente, Brittany, nunca la había visto actuar como ese día. A veces puede darse aires de superioridad o ser un poco susceptible, pero nunca se había comportado con tanta agresividad con una alumna. Fue incómodo para todos los que estábamos allí—ella bebió un sorbo de su café con leche y lo dejó hablar.
—Cuando encontré la nota entre los papeles, supe que iba a arrancarte la cabeza. Pregunté a qué hora tenías la entrevista con ella y concerté cita antes. Le confesé que lo había escrito yo y traté de hacerle creer que había escrito también tu parte, pero eso ya no se lo creyó.
— ¿Hiciste todo eso por mí? — Lucy sonrió y flexionó los brazos en broma.
—Trataba de ser tu escudo humano. Pensé que si se desahogaba conmigo, ya no le quedarían ganas de gritarte a ti. —La miró fijamente—. Pero no funcionó, ¿verdad? — Ella la miró con agradecimiento.
—Nadie había hecho algo así por mí. Te debo una.
—No tiene importancia. Ojalá hubiera descargado su mal humor conmigo. ¿Qué te dijo? — Brittany fingió estar muy interesada en la taza y no haber oído la pregunta.
—Vaya. ¿Tan mal fue? —Preguntó Lucy, frotándose la barbilla—. Bueno, al menos ahora parece que ya se le haya olvidado. Durante el último seminario ha estado educada.
A Brittany se le escapó la risa—Sí, aunque no me ha dejado abrir la boca, ni siquiera cuando levantaba la mano. Estaba demasiado ocupada dejando que Quinn Fabray respondiera a todas las preguntas — Lucy la miró con curiosidad.