Capitulo 10

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La profesora López observaba furiosa a su esposa mientras ésta se alejaba quería arrastrar a Quinn a la calle y darle una lección desgraciadamente, por lo que su conducta durante las clases hacía sospechar, ella probablemente disfrutaría de la experiencia.
(Y sacaría fotos para su álbum personal.)

No era propio de ella tener ganas de pegarle a otra mujer solo que fuera Kitty.

O tal vez sí lo era. Tal vez era totalmente propio de ella querer pegarle a otras personas llevaba la furia y la violencia en los huesos, producto de su ADN quizá se parecía a su padre más de lo que pensaba.

Cerró los ojos en cuanto la idea asomó la cabeza, la hizo retroceder no era un buen momento para ponerse a reflexionar sobre lo que conocía y desconocía de sus padres biológicos.

Santana sabía que tenía mal genio y trataba de controlarlo, pero no siempre lo lograba en una ocasión, para su vergüenza, había pegado muy feo a otra mujer no peor que a Kitty.

Daba clases en Toronto. Las mujeres eran hermosas y sexies; la ciudad estaba llena de entretenimientos, música, arte... Pero nada le llamaba la atención. Estaba deprimida. Paulina había ido a visitarla y habían vuelto a acostarse... una vez más. Tras cada nuevo encuentro, se juraba que sería el último. Pero cada vez que ella le ponía las manos encima, sucumbía a la tentación.

Sabía que estaba actuando mal la relación continuada con ella les hacía daño a las dos. Pero aunque quería dejarla, su voluntad estaba ligada a un cuerpo de carne muy, pero que muy débil.

Cuando ella regresó a Boston, Santana había empezado a beber demasiado. Se convirtió en clienta vip del club Lobby y se follaba a una mujer distinta cada noche. Había llegado a estar con más de una en noches especialmente cargadas de whisky. A veces, al mismo tiempo.

Pero nada la ayudaba a calmarse. Perseguida por los fantasmas del pasado, más presentes que nunca a causa de la visita de Paulina, se sentía cada vez más cerca de volver a caer en la cocaína.

En ese momento conoció a Ann Compartían la afición por la esgrima y practicaron juntas en alguna ocasión en el club la última vez acabaron encerrándose en una habitación oscura para un encuentro sexual breve pero explosivo.

Ann Singer era una promesa de entretenimientos nuevos y excitantes. Las palabras que le susurraba al oído eran crudas y le ofrecían un placer más intenso del que había experimentado hasta entonces.

Estaba intrigada esa mujer tenía la capacidad de apoderarse de su mente, meterla en su cuerpo y guardarla allí, dejándola incapaz de pensar, ni de preocuparse por nada. Por esa razón había acabado en el sótano de su casa de Toronto, desnuda, atada y de rodillas.

Había confundido sus sentidos al darle placer y castigarla al mismo tiempo. Con cada golpe, su sufrimiento emocional parecía abandonarla, fluyendo junto a la sangre. Por un momento, se reprendió por haber tardado tanto en usar el dolor físico como manera de aliviar el dolor psicológico. Pero pronto cambió de idea.

Poco después, Ann pasó a humillarla quería dominar no sólo su cuerpo sino también su mente.

Y mientras le lastimaba la carne, trataba también de doblegar su voluntad.

Santana se dio cuenta de lo que pretendía y se rebeló. Deseaba el dolor físico y lo aceptaba de buen grado, pero no quería que la manipularan psicológicamente. Ya estaba lo bastante jodida... No necesitaba ayuda en eso.

Empezó a resistirse.

Ann la acusó que querer tomar el control y la golpeó con más fuerza mientras tanto, iba contándole una versión de la vida de ella, basada en la idea que se había hecho ella. Algunas de sus teorías se acercaban demasiado a la verdad. Y las demás...

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora