Cierta especialista en Dante de ojos cafés leía miércoles de ceniza, el poema de T. S Eliot, antes de rezar sus oraciones vespertinas estaba sola, pero al mismo tiempo no lo estaba.
Mirando la fotografía que tenía en la mesilla de noche, pensó en su graduación.
Qué bonita y orgullosa debía de estar con su toga de graduada suspirando, cerró el libro de poesía y apagó la luz.En la oscuridad de su vieja habitación, en la antigua casa de sus padres adoptivos, pensó en las semanas pasadas. Después de Italia, había viajado a Boston y luego a Minnesota les había prometido a los hermanos franciscanos que volvería, porque éstos —que eran unos hombres sabios— le habían dicho que valoraban más su presencia que sus aportaciones económicas con ese agradable pensamiento en mente, cerró los ojos.
—Santana, es hora de levantarse.
Gruñó y se dio la vuelta, esperando que la voz la dejara tranquila Dormir le daba paz lo necesitaba—Vamos, sé que estás despierta —La voz se echó a reír suavemente y sintió que la cama se hundía a la altura de sus caderas.
Al abrir los ojos, vio a Grace, su madre adoptiva, sentada a su lado— ¿Ya es hora de ir al colegio? —preguntó ella, frotándose los ojos.
Ella se echó a reír una vez más. El sonido era ligero, parecido a música—Ya eres un poco mayorcita para ir al colegio. Como alumna al menos.
Santana miró a su alrededor, confusa, y se sentó de golpe Grace le sonrió con calidez y le tendió la mano Santana disfrutó de la sensación de su mano suave antes de apretársela— ¿Qué pasa? —Ella la miró con amabilidad, pero al mismo con curiosidad, mientras ella le sostenía la mano entre las suyas.
—No pude despedirme, No pude decirte... —se interrumpió y respiró hondo—que te quiero.
—Una madre sabe estas cosas, Santana Siempre lo he sabido.
Ella sintió una gran emoción cuando la abrazó—No sabía que estabas enferma Rachel me dijo que estabas mejor. Debí haber estado a tu lado.
Grace le dio unas palmaditas en la espalda—Quiero que dejes de culparte por todo. Tomaste la decisión más adecuada con la información de la que disponías en ese momento. Nadie espera que seas omnisciente. Ni perfecta.
Se apartó un poco para verle la cara—No deberías exigírtelo. Quiero a todos mis hijos, pero tú fuiste el regalo que Dios me envió. Siempre has sido especial.
Madre e hija vivieron un momento de comunión silenciosa. Luego, ella se levantó, alisándose el vestido—Hay alguien a quien me gustaría que conocieras.
Santana se secó los ojos, se destapó y se levantó. Llevaba unos pantalones de pijama de franela, pero iba solo con un sujetador en la parte de arriba Mientras trataba de peinarse con los dedos, Grace hizo entrar a una joven a la habitación.
Santana se la quedó mirando.
Se notaba que era una mujer joven, aunque parecía no tener edad. Era alta y esbelta, de pelo largo y rubio, y piel muy blanca. Sus ojos le resultaban familiares Eran unos preciosos ojos cafés como el chocolate y le sonreían con amabilidad, igual que sus labios rosados.
Santana miró a Grace con la cabeza ladeada—Las dejaré solas para que puedan hablar —dijo ésta, antes de desaparecer.
—Soy Santana —se presentó ella, tendiéndole la mano educadamente.
Ella se la estrechó, sonriendo feliz—Lo sé.
Su voz era suave y muy dulce. A ella le recordó a una campanilla— ¿Y tú eres?
—Quería conocerte. Grace me contó cómo eras de niña y me dijo que eres profesora. A mí también me gusta Dante. Es muy divertido.
Santana asintió, sin comprender.
La joven le dirigió una mirada melancólica— ¿Podrías hablarme de ella?
— ¿De quién?
—De Paulina.
Ella se puso tensa y la miró con desconfianza— ¿Por qué?
—Porque no la conozco.
Santana se frotó los ojos con el dorso de la mano—Ha ido a ver a su familia a Minnesota, para tratar de hacer las paces con ellos.
—Lo sé, Se siente feliz.
—Entonces, ¿por qué me preguntas a mí?
—Quiero saber cómo es.
Ella reflexionó un momento antes de empezar a hablar—Es atractiva e inteligente. También muy tozuda. Habla varios idiomas y cocina muy bien—Se echó a reír antes de continuar—. Pero no tiene talento para la música. No es capaz de afinar ni una sola nota.
—Eso he oído. —La joven la miró con curiosidad— ¿La querías?
Ella apartó la vista—Creo que la quiero ahora, a mi manera. Cuando nos conocimos, en Oxford, éramos amigas.
La joven asintió y se volvió un momento hacia el pasillo, como si alguien la hubiera llamado—Me alegro de haberte conocido antes era imposible, pero nos volveremos a ver. —Y, con una sonrisa, se volvió para marcharse.
Santana la siguió— ¿Cómo has dicho que te llamas?
Ella la miró expectante— ¿No me reconoces?
—No, lo siento. Aunque tus ojos me resultan muy familiares.
La joven se echó a reír y ella sonrió, porque su risa era contagiosa— ¿Cómo no te van a resultar familiares? Son tus ojos.
La sonrisa se borró de la cara de Santana— ¿Aún no me reconoces?
Ella negó con la cabeza—Soy Maia.
Se quedó paralizada e, instantes después, su cara mostró todo un abanico de emociones, como nubes flotando en el cielo en un día de verano. Ella se inclinó hacia el tatuaje que tenía con su nombre y le dijo con un susurro cómplice: —No tenías por qué hacer eso. Sé que me querías. Soy feliz aquí. Todo está lleno de luz, amor y esperanza. Y todo es precioso.
Poniéndose de puntillas, le dio un beso en la mejilla antes de desaparecer en el pasillo.