Esa misma noche, vestidas ya con la ropa que habían elegido para emprender su luna de miel —un vestido oscuro para Santana y un vestido lila para Britt—, viajaban en el coche con chófer que habían alquilado.
Cuando el vehículo se detuvo frente a una casa cercana a Todi, Britt vio que se trataba de la misma casa que Santana había alquilado cuando viajaron a Italia hacía poco más de un año.
—Nuestra casa —susurró ella, al darse cuenta.—Sí. —Santana le besó el dorso de la mano antes de ayudarla a bajar del coche. Y luego, levantándola del suelo, cruzó el umbral con ella en brazos.
» ¿Te gusta que hayamos venido aquí? Pensé que te apetecería que pasáramos unos días tranquilos, pero si lo prefieres podemos ir a Venecia o a Roma. Iremos a donde tú quieras —dijo, dejándola en el suelo.
—Es perfecto. Me encanta que hayas pensado en este lugar.
Britt le rodeó el cuello con los brazos.
Un rato más tarde, Santana se separó un poco de ella—Voy a subir el equipaje. ¿Tienes hambre?
Ella se echó a reír—Si me ponen algo delante, me lo comeré.
— ¿Por qué no vas a echar un vistazo a la cocina, a ver si encuentras algo tentador? En seguida me reuniré contigo.
—Lo único que podría tentarme —comentó Britt con una sonrisa traviesa— sería verte a ti sentada a la mesa de la cocina.
Sus sensuales palabras hicieron que Santana recordara su anterior visita a la casa, cuando habían usado aquella mesa varias veces y no precisamente para amasar pan.
Con un gruñido ronco, subió el equipaje a toda prisa, como si alguien la estuviera persiguiendo.
En la cocina, Britt comprobó que la despensa estaba totalmente equipada, igual que la nevera. Se echó a reír al ver varias botellas de zumo de arándanos alineadas sobre la encimera, como si la estuvieran esperando. Acababa de abrir una botella de Perrier y de preparar un plato con trozos de queso, cuando Santana regresó. Al entrar corriendo en la cocina, le pareció mucho más joven, casi una niña, con los ojos brillantes y una expresión radiante.
—Tiene un aspecto delicioso Gracias —dijo, sentándose a su lado y echando una insinuante mirada hacia la mesa—. Aunque creo que prefiero usar la cama las primeras veces.
Britt se ruborizó—Esta mesa me trae muy buenos recuerdos.—A mí también, pero tenemos todo el tiempo del mundo para fabricar nuevos recuerdos. Algunos incluso mejores. —La miró con deseo.
Ella sintió un cosquilleo en el vientre— ¿La boda ha sido tal como te la imaginabas? —preguntó Santana, ansiosa, mientras llenaba dos vasos de agua.
—Mucho mejor. La misa, la música... casarnos en la basílica ha sido increíble. Se siente una paz tan especial allí...
Santana asintió. Sabía a qué se refería.
—Me alegro de que sólo invitáramos a la familia y a los amigos más íntimos.
Siento no haber podido hablar más rato con Katherine Picton, pero he visto que tú bailabas con ella. ¡Dos veces! —Britt se hizo la ofendida.
Santana le siguió la broma, alzando las cejas— ¿De verdad he bailado con ella dos veces? Es impresionante para una septuagenaria. ¿Cómo habrá podido seguirme el ritmo?
Britt puso los ojos en blanco Santana era única usando palabras que nadie más usaba. —Tú has bailado dos veces con Richard, señora López Supongo que estamos empatadas.
—Ahora es mi padre también. Y es un excelente bailarín. Muy elegante.
— ¿Mejor que yo? —Santana fingió estar celosa.