Durante el vuelo de vuelta a Boston, Britt sorprendió a Santana diciéndole que si volvía a proponerle matrimonio, su proposición sería bienvenida Santana apenas pudo contener su felicidad en el asiento de primera clase del avión a ella no le habría extrañado que se pusiera de rodillas allí mismo.
Pero no lo hizo.
Cuando llegaron a Boston, Britt esperaba que le propusiera ir a comprar un anillo pero tampoco lo hizo.
De hecho, a medida que avanzaba setiembre, ella empezó a preguntarse si se lo pediría alguna vez tal vez Santana había dado por hecho que ya estaban prometidas y pensaba comprar los anillos de boda más adelante.
Santana le había advertido que el programa de doctorado de Harvard era duro y que los profesores eran muy exigentes de hecho, le comentó más de una vez que los miembros del profesorado de su programa en concreto eran unos asnos más pretenciosos de lo que ella podría llegar a serlo nunca.
(Britt se preguntó si unos niveles de idiotez y presuntuosidad tan astronómicos serían humanamente posibles.)
Sin embargo, ni siquiera sus advertencias la habían preparado para la cantidad de trabajo que tenía que hacer cada día. Pasaba muchas horas en clase, asistiendo a seminarios y cursos, y también en la biblioteca, preparando trabajos y ampliando conocimientos con las lecturas recomendadas se reunía a menudo con la profesora Marinelli, con la que mantenía una relación cordial dentro de lo profesional. Y practicaba sin descanso las lenguas extranjeras que iba a necesitar para aprobar los exámenes de competencia académica.
Santana la animaba siempre, por supuesto, y no la presionaba para que pasara tiempo con ella Por su parte, también estaba muy ocupada con su nueva plaza. Le había pedido a Katherine que se encargara de supervisar la tesis de Lucy y ella se iba a encargar de los trabajos de tres estudiantes de doctorado de su nueva universidad. Pero a pesar de todo, los profesores tenían más tiempo libre que los estudiantes de doctorado, así que pasó más de una noche y más de un fin de semana sola.
En vez de quedarse en casa, poniéndose nerviosa, se ofreció como tutora voluntaria en el Hogar Italiano para Niños, en Jamaica Plain, el histórico barrió de Boston bajo su supervisión, un pequeño grupo de adolescentes se interesó por el arte y la cultura italiana Santana les prometió que les pagaría un viaje a Italia si aprobaban el instituto con una buena media.
A pesar de sus esfuerzos por mantenerse ocupada, acababa cada día como lo había empezado: sola en su casa reformada, echando de menos a Brittany.Se planteó seriamente comprarse un perro. O un hurón.
A pesar del abundante trabajo que la mantenía ocupada, Britt seguía sintiéndose frustrada. Su separación de Santana era fría, incómoda, antinatural ansiaba romper esa distancia y volver a ser una sola persona con ella. No lograrlo la entristecía mucho.
Todas las actividades románticas que compartían —todo era válido menos las relaciones completas— no servían para aliviar su soledad estaba harta de pasar las noches sola en su cama, escuchando música.
El deseo sexual se puede satisfacer de muchas maneras, pero Britt echaba de menos la atención que Santana le dedicaba cuando le hacía el amor; su modo de centrarse en ella como si no existiera nada más en el mundo. Añoraba cómo la hacía sentir cuando acariciaba su cuerpo desnudo. En esos momentos se sentía hermosa y deseada, a pesar de su timidez echaba de menos los ratos de intimidad después del sexo, cuando las dos estaban saciadas y relajadas y Santana le susurraba palabras bonitas al oído, mientras descansaban la una en brazos de la otra.
A medida que transcurrían los días, Britt se preguntaba cuántos más podría aguantar antes de caer en una depresión.
Una tarde de finales de setiembre, Britt abrió la puerta de Range Rover y se sentó en silencio en el asiento del copiloto se puso el cinturón de seguridad y miró por la ventana.