Capitulo 39

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Tom se plantó frente a la puerta de Britt el día después de su graduación, llevando una camiseta gris con la palabra «Harvard» grabada en el pecho— ¿Papá?

—Estoy tan orgulloso de ti... —afirmó con voz ronca, antes de darle un abrazo.

Padre e hija disfrutaron de un instante de tranquilidad antes de que alguien subiera los escalones a su espalda—Ah, buenos días. He traído el desayuno. —Lucy llevaba una bandeja con tres cafés con leche y donuts. Parecía algo incómoda por haber interrumpido un momento de intimidad familiar, pero cuando Tom la recibió con un apretón de manos y Britt con un abrazo, se relajó.

Tras desayunar en la mesita plegable, Tom y Lucy empezaron a planificar la mejor manera de embalarlo todo para el traslado. Por suerte, Lu había convencido a Sarah, la persona que le subarrendaba el apartamento a Britt, para que ésta pudiera instalarse en el piso el 15 de junio—Katherine Picton me invitó a comer hoy, pero no es necesario que vaya —comentó Britt de pasada.

No quería dejar a su padre y a su amiga trabajando, mientras ella iba de visita—No tienes muchas cosas, Britt —dijo Tom, mirando a su alrededor—. Mientras tú recoges la ropa, nosotros nos ocuparemos de los libros. Estoy seguro de que a la hora de comer ya habremos terminado o poco nos faltará. —Con una sonrisa, le revolvió el pelo antes de irse hacia el pequeño baño.

—No tienes por qué ocuparte de esto —replicó Britt al quedarse a solas con Lucy—. Papá y yo podemos hacerlo solos.

Ella frunció el cejo— ¿Cuándo vas a aceptar que estoy aquí porque me apetece? Yo no soy de las que se marchan, Britt No cuando hay una razón tan buena para quedarse.

Ella se tensó, incómoda, y clavó la vista en el café con leche—Si la profesora Picton te ha invitado a comer, será que quiere decirte algo. Será mejor que vayas—Le apretó la mano—Tu padre y yo nos encargaremos de todo.

Britt soltó el aire lentamente y sonrió agradecida.

Había unos cuantos objetos personales que a Britt no le apetecía que vieran ni su padre, ni Lucy, así que los guardó en su mochila L. L. Bean. Aunque no eran los típicos objetos que una joven desea mantener lejos de la vista de su padre. Se trataba de un diario, unos pendientes de brillantes y algunas cosas relacionadas con sus sesiones de terapia.

Nicole estaba encantada por la mejoría de Britt. Durante la última sesión, le había dado el nombre de otra terapeuta de cerca de Harvard. Nicole no sólo la había ayudado a soportar un duro golpe, sino que ahora la dejaba en buenas manos para seguir el viaje. Britt se puso un vestido sencillo pero bonito y unas sandalias bajas para ir a casa de la profesora Picton, pensando que la ocasión merecía algo mejor que unos vaqueros.

Llevaba la mochila al hombro y en las manos una lata de lo que le habían asegurado que era un buen té Darjeeling El té y ella fueron recibidos con la contención propia de la profesora Picton, que la hizo pasar inmediatamente al comedor. El almuerzo, a base de ensalada de gambas, sopa fría de pepino y un vino sauvignon blanco, fue muy agradable— ¿Cómo van las lecturas? —preguntó Katherine, mirándola por encima del plato de sopa.

—Despacio pero segura. Voy a leer todo lo que usted me sugirió, pero acabo de empezar.

—La profesora Marinelli ya está deseando conocerte. Estaría bien que fueras a presentarte cuando llegues a Cambridge.

—Lo haré, Muchas gracias.

—Sería muy beneficioso para ti que establecieras relación con el resto de los especialistas en Dante de la zona, especialmente los de la Universidad de Boston—Katherine sonrió enigmáticamente—. Pero estoy segura de que acabarás conociéndolos a todos, aunque no quieras. Si ves que no te los presentan, prométeme que te dejarás caer por el Departamento de Estudios en Lenguas Romances de esa universidad antes de setiembre.

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora