Santana se despertó en mitad de la noche era su última noche en Umbría adormilada, tardó unos instantes en darse cuenta de que estaba sola alargando el brazo, comprobó que las sábanas estaban frías.
Bajó los pies al suelo, estremeciéndose al notar la piedra helada. Tras ponerse unas bragas y un top, bajó la escalera, rascándose la cabeza la luz de la cocina estaba encendida, pero Britt no estaba allí. Junto a un vaso medio vacío de zumo de arándanos, había restos de pan y de queso. Parecía como si un ratón hubiese decidido darse un festín nocturno, pero hubiera salido huyendo al verse descubierto.
Al entrar en el salón, vio la cabeza de Britt apoyada en el brazo de una butaca, al lado de la chimenea dormida parecía más joven y muy relajada aunque estaba pálida, sus labios y sus mejillas tenían un saludable tono rosado.
Santana sintió el impulso de componerle un poema a su boca y se dijo que un día lo haría de hecho, toda ella le recordaba al poema de Frederick Leighton FlamingJune.
Llevaba un elegante camisón de color marfil y uno de los tirantes se le había caído, dejando su precioso hombro totalmente al descubierto su piel pálida, delicada y suave la llamaba sin poder resistirse, se puso en cuclillas a su lado y le besó el hombro, mientras le acariciaba el pelo.
Britt abrió los ojos y se desperezó. Parpadeó un par de veces antes de reconocerla y sonreír.
Su sonrisa, dulce y serena, encendió el corazón de Santana como si fuera una hoguera la respiración se le aceleró nunca había sentido nada parecido por otra mujer la intensidad de los sentimientos que Britt le despertaba no dejaba de sorprenderla—Hola —susurró, apartándole el pelo de la cara— ¿Estás bien?
—Por supuesto.
—Al no encontrarte en la cama me he preocupado.
—He bajado a picar algo.
— ¿Aún tienes hambre? —preguntó Santana, frunciendo el cejo y apoyándole la mano suavemente en la cabeza.
—No de comida.
—No te lo había visto puesto —dijo ella, resiguiendo el escote del camisón con un dedo y rozándole la parte superior de los pechos.
—Lo compré para la primera noche que pasamos juntas.
—Es precioso ¿Por qué no te lo habías puesto hasta ahora?
—Porque me he estado poniendo todas las cosas que me compraste en Florencia ¿Cómo las llamó el dependiente? ¿Bustiers? Tu gusto en cuanto a lencería femenina es extremadamente pasado de moda, profesora López Si me descuido, acabarás regalándome corsés.
Santana se echó a reír y la besó—No entiendo cómo es que aún no te he comprado uno a mí me encantan pero Tienes razón. Me gusta verte con prendas que dejan lugar a la imaginación. Así es mucho más agradable «desenvolverte». Aunque admito que me gustas con cualquier cosa que te pongas. O que no te pongas.
Alargando la mano, Britt la agarró por la nuca y la acercó para besarla apasionadamente.
Recorriéndole la mandíbula con los labios, le susurró al oído: —Ven a la cama.
Cogiéndola de la mano, la guió hacia el dormitorio al pasar por delante de la mesa de la cocina, intercambiaron una mirada cómplice y, tras hacer que Santana se sentara en el borde de la cama, Britt se quedó de pie ante ella.
Lentamente, se bajó los tirantes del camisón, que cayó al suelo, dejándola desnuda.
En la penumbra de la habitación, Santana contempló sus tentadoras curvas con avidez—Eres un argumento que demuestra la existencia de Dios —murmuró.