La profesora Santana López estaba sentada en la cama, desnuda, leyendo La Nazione, el periódico de Florencia se había despertado temprano en la suite del ático del Palazzo Vecchio del Gallery Hotel Art y había pedido desayuno al servicio de habitaciones, pero no había podido resistir la tentación de volver a la cama para ver dormir a la joven que estaba en ella.
Estaba tumbada de lado, de cara a ella, y respiraba suavemente el diamante que le adornaba la oreja brillaba casi tanto como sus mejillas, sonrosadas por el calor de la estancia, bañada por la luz del sol que entraba por los altos ventanales las sábanas estaban deliciosamente revueltas y olían a sándalo y a sexo. Los ojos de Santana se iluminaron mientras recorrían sin prisa la piel desnuda y el cabello de Britt Cuando volvió a la lectura del periódico, ella se movió y gimió preocupada, dejó el diario a un lado.
Britt se llevó las rodillas al pecho y se las abrazó, enroscándose murmuraba algo que ella no logró descifrar a pesar de inclinarse hacia ella tensándose de repente, Britt soltó un grito desgarrador y los brazos se le enredaron con las sábanas, lo que la alteró aún más
— ¿Britt? —Santana le apoyó la mano en el hombro, pero ella se encogió ante su contacto.
Luego empezó a murmurar su nombre, cada vez más asustada—Britt, estoy aquí —dijo ella, levantando la voz—Cuando iba a volver a tocarla, ella se sentó en la cama de un brinco, tratando de recobrar el aliento— ¿Estás bien? —Santana se acercó a ella, resistiendo el impulso de tocarla. Britt respiraba entrecortadamente al ver que la estaba observando, se cubrió la cara con la mano— ¿Britt? —Tras un tenso minuto, ella la miró con los ojos muy abiertos—¿Qué ha pasado? —preguntó Santana, frunciendo el cejo.Britt tragó saliva con dificultad—Una pesadilla.
— ¿Sobre qué?
—Estaba en el bosque, detrás de la casa de tus padres, en Selinsgrove.
Las cejas de Santana se unieron, formando una línea detrás de las gafas negras— ¿Y por qué soñabas con eso?
Ella inspiró hondo y se cubrió con la sábana hasta la barbilla. La tela, blanca y tupida, se tragó su menuda figura antes de extenderse como una nube por toda la cama a Santana le recordó a una estatua ateniense.
Acariciándole la mejilla con los dedos, insistió: —Britt, háblame.
Ella se removió bajo su penetrante mirada marrón, pero Santana no se dejó conmover—El sueño empezaba muy bien. Hacíamos el amor bajo las estrellas y me dormía entre tus brazos. Pero cuando me despertaba, te habías ido.
— ¿Has soñado que te hacía el amor y te abandonaba? —preguntó ella, tratando de ocultar su incomodidad.
—Una vez me desperté en el huerto sin ti —le reprochó ella suavemente.
El fuego que ardía en las entrañas de Santana se apagó bruscamente pensó en aquella mágica noche, seis años atrás, cuando acababan de conocerse. Habían hablado y se habían abrazado. Al despertarse a la mañana siguiente, ella había ido a dar un paseo, dejando a una Britt adolescente durmiendo sola la ansiedad de ella era comprensible, y muy lamentable le soltó los dedos con que apretaba la sábana con fuerza y se los besó uno por uno, arrepentida—Te quiero, Beatriz, y no voy a abandonarte. Lo sabes, ¿verdad?
—Si me dejaras ahora, me dolería mucho más.
Santana le rodeó los hombros con el brazo, acercándola a su pecho. Infinidad de recuerdos de la noche anterior se agolparon en su mente. La había visto desnuda por primera vez y la había iniciado en la intimidad de dos personas que hacían el amor ella le había entregado su inocencia y Santana creía que la había hecho feliz. Había sido una de las mejores noches de su vida. Reflexionó unos instantes— ¿Te arrepientes de lo que pasó anoche?