El martes por la tarde, a última hora, Brittany y Lucy estaban sentadas en el Starbucks de la calle Bloor, disfrutando de sus respectivos cafés, acurrucadas en un sofá de terciopelo lila y charlando. Estaban cerca, pero no demasiado. Lo bastante cerca como para que Lucy pudiera admirar su belleza; lo suficientemente lejos como para que Brittany pudiera mirarla a los ojos —aquellos ojos grandes y amables— y no sentirse inquieta. O apabullada— ¿Te gustan los Nine Inch Nails? —le preguntó ella, que sostenía un vaso grande de café con las dos manos.
A Lucy le sorprendió la pregunta—Pues no. La verdad es que no —respondió, encogiéndose de hombros—. Trent Reznor me crispa bastante. Menos cuando canta temas de Tori Amos. ¿Por qué? ¿A ti te gustan?
Brittany se estremeció—No. En absoluto.
Ella rebuscó en su maletín y sacó un CD—Éste es el tipo de música que me gusta. Música que me permita trabajar mientras la escucho.— ¿Hem? Nunca he oído hablar de ellos —dijo Brittany, dándole la vuelta a la funda.
—Tienen una canción que creo que te gustaría. Se llama Half Acre. Salía en un anuncio de seguros de la tele, así que puede que te suene. Es preciosa. Y nadie grita, ni da berridos ni te dice que te va a fo... —Se interrumpió, ruborizándose. Estaba tratando de hablar bien cuando estaba con ella, pero no acababa de conseguirlo Brittany le alargó el CD, pero Lucy lo rechazó—No, lo compré para ti. El álbum se llama «Rabbit songs». Canciones de conejos para el Conejito.
—Gracias, pero no puedo aceptarlo.
Ella pareció ofendida. Y dolida— ¿Por qué no?—Porque no. Pero gracias de todos modos.
—Pues has aceptado que alguien te regalara un precioso maletín —protestó Lucy, señalándolo—. ¿Un regalo de Navidad adelantado de alguna novia?—No tengo novia —respondió ella, incómoda— La madre de mi mejor amiga quiso que me lo quedara. Murió hace poco.
—Lo siento, Conejito. No lo sabía—le dio unas palmaditas en la mano y dejó el CD en el sofá, entre las dos Brittany no se apartó. De hecho, estuvo rebuscando en el maletín hasta que encontró el CD de la profesora López y se lo devolvió, sin apartar la mano que Lucy le tenía sujeta en ningún momento— ¿Qué puedo hacer para convencerte de que aceptes mi regalo? —preguntó Rachel, mientras guardaba el CD de Mozart en su maletín.
—Nada. Ya he recibido demasiados regalos últimamente. Estoy servida.
Lucy enderezó la espalda y sonrió—Deja que lo intente. Tienes unas manos tan pequeñas... Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas —añadió, moviendo sus manos unidas para verlas desde todos los ángulos Brittany la miró con curiosidad.
—Es muy bonito. ¿Se te ha ocurrido ahora?
Lucy apoyó la cabeza en el respaldo y se acercó la mano de Brittany a los ojos, mientras le trazaba la línea de la vida con el pulgar. Parecía como si le estuviera leyendo la palma de la mano—No, es una cita del poema de E. E. Cummings, «En algún lugar al que nunca he viajado». ¿Lo conoces?—No, pero me encantaría. —La voz de Brittany sonó tímida de repente.
—Algún día te lo leeré. —Lucy la miró a los ojos con una sonrisa esperanzada.
—Me gustará mucho.
—No es de Dante, pero es bonito. —El pulgar de Rachel le presionó ligeramente la mano—Y me recuerda a ti. Tú estás en un lugar al que nunca he viajado. Tú, tu fragilidad y tus manos diminutas.Brittany se inclinó hacia adelante para disimular el rubor que le cubría las mejillas y bebió un poco de café. Pero permitió que Lucy siguiera acariciándole la mano dulcemente. Al llevarse el vaso a los labios, su vetusto jersey de lana lila le resbaló un poco del hombro, dejando al descubierto unos cinco centímetros de tira de sujetador de algodón blanco y una curva de piel de alabastro. Inmediatamente, Lucy le soltó la mano y le cubrió la inocente tira con el jersey, apartando la vista para no incomodarla—Así —susurró—. Arreglado.