Capitulo 3

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Quinn Fabray había tenido una infancia privilegiada no había nada que justificara su maldad, sus padres tenían un matrimonio feliz se amaban y querían con locura a su única hija su padre era un respetado oncólogo de Toronto su madre, bibliotecaria, trabajaba en Havergal College, un colegio privado femenino al que Quinn había ido desde pequeña hasta terminar su educación primaria.

Quinn también había asistido a catequesis fue confirmada en la Iglesia anglicana y estudió el Libro de Oración Común de Thomas Cranmer, pero ninguna de esas cosas las hizo con el corazón a los quince años, descubrió el enorme poder de la sexualidad femenina. Y, desde entonces, convirtió la suya no sólo en moneda de cambio habitual, sino en su arma favorita.

Su mejor amiga, Lisa Malcolm, tenía una hermana mayor llamada Sofía, Sofía era guapa no muy distinta de muchas otras estudiantes del Havergal College donde ella asistía era alta, caliente, de pelo rubio y ojos cafés remaba en el equipo de la Universidad de Toronto y podría haber aparecido en un anuncio Quinn la admiraba en secreto, ya que los cuatro años que se llevaban la hacían invisible para ella hasta que una noche en que se había quedado a dormir en casa de Lisa, se la encontró cuando iba al lavabo Sofía se quedó impresionada por la larga melena clara de Quinn, sus ojos verde y sus incipientes curvas.

La besó con delicadeza en el pasillo y le acarició un pecho luego le dio la mano y la invitó a su habitación tras media hora de tocarse por encima de la ropa, Sofía estaba más que lista para llevar las cosas más lejos Quinn dudaba, porque era virgen, así que ella empezó a hacerle promesas: regalos, citas románticas y, finalmente, un reloj de acero inoxidable Baume & Mercier que le habían regalado sus padres al cumplir los dieciocho años.

Ella ya se había fijado en su reloj y sabía que para Sofía era como un tesoro de hecho, casi le apetecía más conseguir el reloj que conseguirlo a ella Sofía le puso el reloj en la muñeca y ella se lo quedó mirando, maravillada por la frialdad del acero contra su piel y por la facilidad con que se deslizaba por su esbelto antebrazo era un símbolo, una muestra de que Sofía la deseaba con tanta intensidad que era capaz de desprenderse de una de sus posesiones más preciadas.

La hacía sentir deseada. Y poderosa—Eres preciosa —susurró Sofía—No te haré daño, pero te necesito ahora Te prometo que te gustará.

Quinn sonrió y dejó que la tumbara sobre su estrecha cama como si fuera la víctima de algún sacrificio inca en ese altar sacrificó su virginidad a cambio de un reloj de tres mil dólares Sofía cumplió su palabra fue delicada se tomó su tiempo. La besó y le exploró la boca con suavidad rindió homenaje a sus pechos la preparó con un dedo y comprobó que estuviera lista fue cuidadosa no hubo sangre sus manos le acariciaron las caderas mientras le susurraba al oído que se relajara, hasta que acabó logrando que la incomodidad desapareciera por completo.

A Quinn le gustó se sintió hermosa y especial. Y, al acabar, Sofía la abrazó toda la noche ya que, aunque se dejaba llevar por sus apetitos carnales, no era mala persona.

A lo largo de los tres años siguientes, repetirían la experiencia muchas veces, a pesar de que ambas tenían otras relaciones antes de estar con ella, Sofía siempre le hacía un regalo luego llegó la señora Woolworth, la profesora de matemáticas de primero de bachillerato los encuentros con Sofía le habían enseñado a Quinn mucho sobre los deseos y necesidades de las personas sabía cómo jugar con ellas, cómo provocarlas y conseguir lo que quería provocó sin piedad a la señora Woolworth hasta que éste se derrumbó y le rogó que se reuniera con ella en un hotel después de clase a Quinn le gustaba que las personas le rogaran en su sencilla habitación de hotel, la profesora la sorprendió regalándole un collar de plata de Tiffany.

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora