Capitulo 15

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El viejo señor Krangel miró por la mirilla y no vio nada fuera de lo común. Había oído a dos mujeres discutiendo, pero ahora no se veía a nadie. Incluso había oído un nombre: Beatriz. No sabía que hubiera una Beatriz en el rellano. En esos momentos, éste parecía desierto ya había salido de casa una vez ese día. Había tenido que devolverle a su anónima vecina el periódico, que habían dejado en su puerta por error los Krangel no estaban suscritos a ningún diario, pero la señora Krangel padecía demencia senil y lo había cogido sin darse cuenta algo molesto por haber visto interrumpida la paz de la mañana del domingo por una kemfn en el rellano, el señor Krangel abrió la puerta y asomó su anciana cabeza a unos quince metros de distancia vio a una mujer apoyada en la puerta del ascensor le temblaban los hombros aunque muy incómodo ante el patético espectáculo, fue incapaz de apartar la vista no la reconoció y no le pareció que fuera el mejor momento para presentarse sin duda, una adulta que salía al rellano descalza y medio desnuda para hacer... lo que fuera que estuviera haciendo, no era alguien a quien deseara conocer el señor Krangel se metió en casa, cerró la puerta con llave y telefoneó al conserje para avisarle de que en el rellano había una mujer descalza que acababa de tener una kemfn a gritos con una mujer llamada Beatriz tardó cinco minutos en explicarle qué era una kemfn luego se quejó de eso durante un buen rato, culpando al sistema educativo de Toronto y a sus materias basadas en la cultura cristiana.

Estaban casi a finales de octubre y el tiempo en Toronto era frío Brittany no llevaba jersey debajo del abrigo y caminar hasta su casa no fue una experiencia agradable mientras lo hacía, se rodeó el pecho con los brazos, secándose las lágrimas de vez en cuando eran lágrimas de enfado y resignación la gente que se cruzaba con ella le dirigía miradas compasivas muchos canadienses eran así compasivos pero educadamente distantes. Brittany les agradeció su sentimiento y todavía más que no se detuvieran a preguntarle qué le pasaba su historia era demasiado larga y complicada para explicarla en un momento ella nunca se preguntaba por qué le pasaban cosas malas a la gente buena, porque ya sabía la respuesta: a todo el mundo le pasan cosas malas no consideraba que eso sirviera de excusa para hacerle daño a otro, pero si había una experiencia que todos los seres humanos compartían era la del sufrimiento nadie se iba de este mundo sin haber derramado alguna lágrima, sin haber sentido dolor o haberse sumido en un pozo de tristeza ¿Por qué debería ser distinta su vida? ¿Por qué debería esperar un trato de favor? Hasta la madre Teresa había sufrido, y eso que era una santa.
No se arrepentía de haber cuidado de La Profesora mientras estaba borracha, por mucho que su buena acción hubiera sido recompensada con un castigo en vez de con un premio si uno creía que la amabilidad nunca se perdía, tenía que actuar en consecuencia, incluso cuando le echaban su amabilidad en cara de lo que se avergonzaba era de haber sido tan idiota, tan estúpida, tan ingenua de creer que ella la seguiría recordando después de la borrachera y que las cosas entre ellas volverían a ser como antes (aunque en realidad nunca habían sido de ninguna manera) Sabía que se había dejado llevar por su fantasía y que se había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta el mundo real y a la Santana real «Pero por un instante, fue real. La chispa seguía viva. Cuando me besó y me acarició, la electricidad seguía estando allí. Tiene que haberla sentido ella también. Es imposible que haya existido sólo en mi cabeza.» Brittany se obligó a no seguir por ese camino, recordándose que acababa de empezar una dieta libre de López «Ha llegado el momento de crecer. Se acabaron los cuentos de hadas. En setiembre no te reconoció y ahora tiene a Paulina.» Al llegar a su agujero de hobbit, se dio una larga ducha y se puso el pijama de franela más viejo y suave que tenía. Era rosa pálido con un estampado de patitos de goma. Tiró la camiseta de Santana a la parte de atrás del armario, esperando olvidarse de ella, se hizo un ovillo en la cama, abrazada al conejito de terciopelo, y se durmió, exhausta física y emocionalmente.

Mientras ella dormía, Santana estaba luchando contra la resaca y contra el impulso de sumergirse en una botella de whisky escocés y no volver a salir a la superficie no la había perseguido no había bajado a trompicones treinta pisos por la escalera no había esperado el siguiente ascensor para perseguirla por la calle no se había tambaleado hasta el salón, donde se había dejado caer en una butaca para revolcarse en las náuseas y el odio hacia sí misma se maldijo por la brusquedad con que la había tratado, no sólo esa mañana, sino desde el primer día del seminario una brusquedad mucho más odiosa por el hecho de que ella la había tolerado en silencio, con una paciencia digna de una santa, sabiendo en todo momento quién era y lo que significaba para ella «¿Cómo puedo haber estado tan ciega?» Pensó en la primera vez que la vio acababa de regresar a Selinsgrove deprimida y desesperada pero Dios había intervenido como un auténtico deus ex máchina le había enviado un ángel para rescatarla del infierno un ángel delicado, de ojos azules, vestido con vaqueros y zapatillas deportivas, con un rostro hermoso y una alma pura, que la había consolado en la oscuridad y le había dado esperanza un ángel que parecía apreciarla sinceramente, a pesar de todos sus defectos «Ella me salvó.» Y, por si fuera poco, ese ángel había aparecido una segunda vez, justo el día en que había perdido la otra poderosa fuerza del bien que existía en su vida: Grace.

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora