Capitulo 8

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Más tarde, Santana estaba abrazado a su esposa en una de las estrechas camas ella susurró su nombre contra su pecho.

—No has perdido facultades esa última innovación me ha parecido muy... satisfactoria.

Santana respiró profundamente, hinchando el pecho.

—Gracias es tarde, Vamos a dormir.

—No puedo.

Santana le levantó la barbilla.

— ¿Estás nerviosa por la conferencia?

—Quiero que te sientas orgullosa de mí.

—Siempre estaré orgullosa de ti, Ya estoy orgullosa de ti —recalcó, atravesándola con sus ojos cafés, que parecían dos láseres.

— ¿Y la profesora Picton?

—No te habría invitado si no creyera que estás preparada.

— ¿Y si alguien me hace una pregunta y no sé qué responderle?

—Le respondes lo mejor que puedas Y si insisten, siempre puedes decir que te parece una pregunta muy interesante y que pensarás en ello.

Britt volvió a apoyar la cabeza en el pecho de ella, mientras le acariciaba juguetona el torso desnudo.

— ¿Crees que si le pido a C. S. Lewis que interceda por mí ante los santos lo hará?

Santana se rió, soltando el aire por la nariz.

—Lewis era protestante, de Irlanda del Norte. No creía en esas cosas. Aunque pudiera oírte te ignoraría por una cuestión de principios. Pídeselo a Tolkien. Él sí que era católico.

—Podría pedirle a Dante que rezara por mí.

—Dante ya está rezando por ti — le susurró Santana, con la cara hundida en su pelo.

Britt cerró los ojos y escuchó el latido del corazón de su esposa. Su ritmo siempre le resultaba reconfortante.

— ¿Y si la gente nos pregunta por qué te fuiste de Toronto?

—Diremos lo de siempre, que tú ibas a estudiar en Harvard y quería estar contigo porque íbamos a casarnos.

—Quinn Fabray va por ahí contando una historia distinta.

Santana entornó los ojos.

—Olvídate de Quinn No tenemos ninguna necesidad de pensar en ella durante el simposio.

—Prométeme que no perderás los nervios si oyes algún comentario... desagradable.

—Confía un poco en mí —dijo Santana, exasperada—Nos hemos enfrentado a los rumores y habladurías en la Universidad de Boston y en Harvard y no he perdido los nervios de momento.

—Lo sé, tienes razón. —Britt le besó el pecho—Pero los académicos se aburren y les gusta cotillear un poco. Y no hay nada más excitante que un escándalo sexual.

—No estoy de acuerdo, señora López —replicó Santana, con los ojos brillantes.

— ¿Ah, no?

—El sexo contigo es más excitante que cualquier escándalo.

Tumbándola de espaldas en la cama, empezó a besarle el cuello.

Antes de que el sol asomara por el horizonte, Britt regresó en silencio a la habitación un rayo de luz entraba por la ventana, iluminando parcialmente a la mujer desnuda que dormía en su cama.

Estaba tumbada boca abajo y tenía el pelo revuelto. La sábana se había deslizado un poco hacia abajo, dejando al descubierto la zona lumbar y la parte superior de las nalgas.

Britt la miró, y dio las gracias por su buena suerte le costó un poco más de la cuenta apartar la vista de su espalda y gluteus maximus era guapísima, era sexy y era suya.

Se quitó los pantalones de yoga, la camiseta y la ropa interior y lo dejó todo sobre una silla.

Desde que se casaron, casi siempre dormía desnuda le gustaba más hacerlo piel contra piel con su amada.

Al notar que el colchón se movía, Santana se volvió de lado levantó el brazo para acogerla contra su pecho, pero tardó un poco en despertarse.

— ¿Adónde has ido? —le preguntó, acariciándole el brazo.

—A ver las figuras de piedra del patio.

Santana abrió los ojos.

— ¿Por qué?

—Leí los libros de Narnia Tienen un significado... especial para mí.

Santana le acarició la mejilla.

— ¿Por eso insististe en dormir aquí? ¿Por Lewis?

—Y por ti. Sé que Paulina vivía aquí cuando tú... —Britt se detuvo, arrepentida por haber sacado un tema que ambas estaban tratando de olvidar.

—Fue antes de que estuviéramos juntas en aquella época nos veíamos muy poco. —La abrazó con más fuerza—No habría tratado de arrastrarte hasta el Randolph si hubiera conocido tus razones ¿Por qué no me lo dijiste?

—Tenía miedo de que te rieras de mí, que pensaras que soy inmadura por mi afición a los libros de Narnia.

—Nada que te guste puede ser inmaduro—Santana reflexionó unos segundos antes de añadir—: Yo también los leí en el piso de mi madre en Nueva York había un armario. Estaba convencida de que si me portaba bien, el armario se abriría y podría ir a Narnia.

Evidentemente, no fui lo bastante buena Había esperado hacerla reír, pero no lo consiguió.

—Sé lo que es estar dispuesto a cualquier cosa para lograr que una historia se convierta en realidad —susurró ella.

Santana volvió a abrazarla.

—Si quieres ver dónde vivió Lewis, te llevaré a su casa, The Kilns. Luego podemos ir a The Bird and Baby, la taberna donde se reunía su grupo, los Inklings.

—Me encantaría.

Santana le besó la cabeza.

—Una vez te dije que no te consideraba mi igual, que eras mejor que yo al parecer, no me creíste.

—Es verdad, A veces me cuesta creer que lo pienses de verdad.

Santana hizo una mueca.

—Voy a tener que esforzarme más para demostrártelo —susurró—Pero aún no sé cómo.

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora