Capitulo 11

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—Despierta, cariño. —Santana pasó el pulgar por las cejas de Britt— Tienes que prepararte.

Ella enterró la cara en la almohada y murmuró algo ininteligible.
Santana se echó a reír. Tenía un aspecto adorable.

—Vamos, ve a la ducha antes de que entre alguno de los vecinos.

—Ve tú primero.

—Yo ya estoy duchada y vestida —Le recorrió la espalda desnuda con la mano, disfrutando del temblor que provocó.

—Me tuviste despierta hasta muy tarde —gruñó ella.

—Si no te levantas, Katherine se enfadará con nosotras.

—Pues no me ducho así puedo dormir un poco más.

Santana le dio la vuelta y le hundió la nariz en la clavícula para aspirar su aroma.

—Hueles a sexo —susurró, sacando la lengua para lamerle la piel—, y a mí.

—Por eso mismo no quiero ducharme el sexo de reconciliación de ayer fue increíble me gusta recordarlo.

Santana estuvo a punto de arrancarle la sábana y volver a practicar sexo salvaje, apasionado (y de los que dejan tu aroma en la otra), pero logró contenerse.

—No puedes dar una conferencia en Oxford oliendo a sexo.

— ¿Quieres verlo?

Santana miró la hora luego miró a su esposa.

Y luego se quitó toda la ropa y se rindió al sexo pre conferencia, un sexo salvaje, apasionado (aunque rapidito) y del que deja tu aroma en la otra.

Las López salieron tarde de la habitación mientras se dirigían apresuradamente hacia el All Souls College, Britt le contó a Santana la historia de Katherine y el viejo Hut.

Santana se sorprendió bastante había oído hablar del profesor Hutton, pero no lo había conocido personalmente al parecer, era un poco cabrón.
(Uno podría preguntarse si había sido un poco cabrón o mucho, dada la antigua naturaleza de la profesora que emitía el juicio.)
Santana le estaba muy agradecida a Katherine por haberlas defendido y se lo hizo saber mientras desayunaban en el All Souls College también comentó que esperaba que Quinn no aprovechara la conferencia de Brittany para crear más problemas.

—Sandeces —dijo la profesora— Brittany tiene la situación controlada y deberíamos dejar que ella se encargara de todo.

Britt sonrió valientemente, aunque sin dejar de juguetear con el colgante de plata que Santana le había regalado en Selinsgrove.
Al entrar en St. Anne después de desayunar, Santana le rodeó la cintura con el brazo.

—Estás preciosa, Y lo harás muy bien.

Ella bajó la vista hacia su traje de chaqueta azul marino, del mismo color que los zapatos. A Santana le habría gustado que llevara zapatos de Prada o de Chanel, pero a ella no le apetecía ir haciendo ostentación de su dinero prefería que la gente se fijara en su trabajo, no en su ropa por eso se había comprado un sencillo conjunto de falda y chaqueta de Ann Taylor y unos zapatos de tacón discreto de Nine West a pesar de todo, al ver cómo vestían algunos de los asistentes, se sintió demasiado arreglada.
Bajo la ropa llevaba el aroma de Santana y el corsé que ésta le había regalado, lo que la hacía sentirse mucho más segura.

—Voy por un café, ¿Qué quieres que te traiga? —preguntó Santana con una sonrisa.

—Un botellín de agua, por favor Si no te importa, voy a sentarme.

—Claro, Nos vemos dentro.

Britt le devolvió la sonrisa y entró en la sala de conferencias sola.
Santana intercambió unas cuantas frases de cortesía con algunos colegas antes de llegar a la mesa de las bebidas cuando se hubo servido el café y cogido el botellín de agua, todo el mundo había entrado ya en la sala de conferencias.
O eso creyó.

—Hola, profesora —dijo una seductora voz a su espalda.

Al volverse se encontró con Quinn, cerniéndose sobre ella como un fantasma malevolente.

— ¿Qué quieres? —le espetó, lanzándole una mirada asesina.

—Ayer quería hablar, ¿no? Pues hable.

Santana miró a su alrededor, preguntándose si sus voces podrían oírse desde el interior de la sala de conferencias.
Ella se acercó más de lo debido y, cerrando los ojos, inhaló con fuerza al volver a abrirlos, le dirigió una mirada hambrienta.

—Huele a sexo.

—Déjate de jueguecitos conmigo quiero que pares de difundir calumnias.

—No va a poder ser.

—Te demandaré.

Una emoción pasajera cruzó el rostro de Quinn, pero en seguida recobró la sonrisa relajada.

— ¿Por qué? ¿Por contar la verdad?

—No hay nada de cierto en tus difamaciones nadie te acosó en Toronto Y Brittany hace su trabajo sola, como resulta obvio para cualquier persona con dos dedos de frente.
Desde el interior de la sala de conferencias se oyeron unas risas Santana se volvió hacia allí.
Quinn alzó la voz para recuperar su atención.

—Se olvida de la suspensión administrativa por tirarse a una de sus alumnas esa es una historia interesante. Por no hablar de la profesora Singer. Ella tiene unas cuantas cosas que decir también. Qué lástima que no sacara fotos. Me encantaría tener una.

Levantó una mano para sacudir una imaginaria mota de polvo de las de la chaqueta azul marino de Santana.

Santana le sujetó la muñeca y se la apretó con fuerza.

—Estás jugando con fuego.

Ella se acercó aún más, inclinándose hasta que sus bocas estuvieron a escasos centímetros de distancia.

—Eso espero, profesora.

Santana la soltó, asqueada Dio un paso atrás y se limpió las manos en la chaqueta, como si se hubiera contaminado con una nueva mirada en dirección a la puerta de la sala de conferencias, decidió que la conversación ya había durado demasiado.

—Cierra la boca o haré que tu vida se convierta en un infierno.

—No hace falta que se ponga tan agresiva Poder acabar con esta situación está en sus manos—Señalando hacia su entrepierna, le dirigió una sonrisa de aprobación—Bueno, en realidad, un poco más abajo.

Maldiciendo entre dientes, Santana se alejó, pero Quinn la siguió.

—Venga a mi hotel y mañana ya no tendrá que preocuparse por mi boca—Apoyándole una mano en el brazo, añadió en un susurro sugestivo—: La conozco sé lo que le gusta y lo que quiere Follaremos toda la noche y luego nuestros caminos se separarán.

Santana le apartó la mano bruscamente.

—No.

—En ese caso, lo que pase caerá sobre su conciencia.

Santana dio un paso hacia ella.

—No te acerques a mi esposa, ¿me oyes?

—Me hospedo en el Malmaison antes era una prisión, lo que supongo que le resultará atractivo—Se puso de puntillas para murmurarle al oído—: He traído esposas.

Santana, que estaba demasiado ocupada librándose de ella, ni siquiera se dio cuenta de que Quinn le había metido algo en el bolsillo de la chaqueta.

Quinn se despidió con una sonrisa sarcástica.

—Es su única oportunidad. Venga antes de medianoche.

Y girando sobre sus altísimos tacones, se alejó moviendo las caderas luego, como si acabara de acordarse de algo importante, se detuvo y la miró por encima del hombro.

—Recuerdos a su «esposa».

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora