Capitulo 36

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Santana se quedó tanto tiempo en Asís que casi se convirtió en parte de la basílica.

Cada día pasaba una hora sentada en la cripta de San Francisco, meditando a veces, rezaba a veces, sentía a Dios cercano; otras, parecía estar muy lejos el deseo de estar con Britt nunca desaparecía, aunque se daba cuenta de que su relación había estado cargada de defectos desde el primer día, había querido cambiar para ser digna de ella, cuando debería haber cambiado para dejar de ser una asno insufrible.

Un día, mientras comía en el restaurante del hotel, un compatriota americano entabló conversación con ella. Se trataba de un médico de California que estaba de visita en Asís con su esposa y su hijo adolescente—Mañana nos vamos a Florencia —dijo el hombre de pelo cano—Tenemos previsto pasar allí dos meses.

— ¿Y qué van a hacer en la ciudad tanto tiempo? —preguntó Santana, mirándolo con curiosidad.

—Nos alojaremos con los franciscanos Mi esposa es enfermera y trabajaremos como voluntarios en el hospital. Mi hijo ayudará a los sin techo.

Santana frunció el cejo— ¿Van como voluntarios?

—Sí, queríamos hacer algo así los tres juntos, en familia.

El hombre la miró como si acabara de ocurrírsele algo— ¿Quiere venir con nosotros? Los franciscanos siempre necesitan voluntarios.

—No —respondió ella, pinchando un trozo de carne con decisión— Yo no soy católica.
—Nosotros tampoco somos luteranos.

Santana lo miró con interés su conocimiento del luteranismo se limitaba a los escritos de Garrison Keillor (aunque nunca lo habría admitido en público).

—Queríamos echar una mano haciendo una buena obra —continuó el médico, con una sonrisa—. Quería que mi hijo ampliara sus horizontes más allá de unas vacaciones en la playa o de jugar a videojuegos.

—Gracias por la invitación, pero no puedo aceptarla—Su respuesta fue tan firme, que el hombre cambió de tema.

Esa tarde, Santana miraba por la ventana de la habitación del hotel, pensando como siempre en Britt «Ella no se habría negado, Ella habría ido.»
Como siempre, fue consciente de la brecha que había entre su egoísmo y la generosidad de la joven. Una brecha que ni los meses pasados a su lado habían logrado llenar.

Dos semanas más tarde, Santana se encontraba frente al monumento a Dante en la Santa Croce. Finalmente, se había unido a la familia luterana en su viaje a Florencia y se había convertido en una de las voluntarias más conflictivas de la comunidad franciscana se encargaba de servir comida a los pobres, pero horrorizada por la calidad de lo que les servían, encargó a un servicio de catering que les prepararan las comidas acompañó también a otros voluntarios que repartían artículos de limpieza y ropa limpia a gente sin hogar, pero se quedó tan afectada al ver las condiciones en que vivían, que encargó la construcción de un edificio de lavabos y duchas para los sin techo junto a la misión de los franciscanos.

En resumen, cuando Santana acabó de conocer todos los aspectos que abarcaba la labor de los franciscanos con los pobres, se propuso mejorarlo todo y se ofreció a pagar todas las reformas de su bolsillo Luego visitó a varias ricas familias florentinas que conocía por su trabajo y les pidió que ayudaran económicamente a los monjes en su misión con los pobres esas donaciones les asegurarían fondos para los próximos años.

Mientras contemplaba el monumento dedicado a Dante, sintió una súbita afinidad con su poeta favorito Dante había sido desterrado de Florencia. Y, aunque posteriormente la ciudad acabó perdonándolo y permitió que se erigiera un monumento funerario en su honor en la basílica, sus restos estaban enterrados en Rávena por un curioso giro del destino, ahora Santana sabía también lo que era ser expulsada de su trabajo, de su ciudad y de su hogar porque los brazos de Brittany siempre serían su hogar, aunque pasara el resto de su vida en el exilio.

Los monumentos funerarios que la rodeaban le recordaban su propia mortalidad.

Si tenía suerte, tendría una vida larga, pero mucha gente, como Grace, veía truncada su existencia bruscamente la podía atropellar un coche, o tener cáncer, o un ataque al corazón de pronto, su tiempo en la Tierra le pareció escaso y muy valioso.

Desde que se había marchado de Asís, había tratado de aliviar su culpabilidad haciendo buenas obras. Ofrecerse como voluntaria había sido el primer paso en esa dirección pero sabía que si quería limpiar su conciencia tenía que arreglar las cosas con Paulina. Con ella aún estaba a tiempo, no como con Grace, o Maia, o con sus padres biológicos ¿Y con Brittany? ¿Estaría a tiempo?

Santana se fijó en la escultura de una mujer desesperada que se inclinaba sobre lo que figuraba el ataúd de Dante Había aceptado su destierro, pero eso no significaba que hubiera dejado de escribirle cartas a Birtt, cartas que nunca le había enviado.

Los cementerios desprenden una paz especial. Incluso los situados en el centro de grandes ciudades la poseen, un silencio sobrenatural que flota en el ambiente.

Mientras paseaba por aquél, Santana no podía engañarse pensando que estaba en un parque en los escasos árboles que salpicaban el paisaje no había pájaros. En la hierba, aunque verde y bien cuidada, no se veían corretear ardillas o algún conejo urbano que jugara con sus hermanos o buscara comida.

Vio los ángeles de piedra a lo lejos. Sus esbeltas formas gemelas montaban guardia entre los demás monumentos. Eran de mármol, no de granito, y su piel era pálida y perfecta. Estaban de espaldas a ella, con las alas extendidas Le resultaba más fácil permanecer detrás del monumento y así no ver el nombre grabado en la piedra.

Habría podido quedarse donde estaba, pero ésa hubiera sido la solución fácil y cobarde.
Cerró los ojos y respiró hondo antes de rodear el monumento y detenerse frente a las letras.

Se sacó un pañuelo del bolso. Si alguien la hubiera visto, habría pensado que lo necesitaba para secarse las lágrimas, pero lo que hizo fue inclinarse sobre la lápida negra y limpiarla el polvo salió con facilidad, pero el rosal había crecido demasiado y había empezado a tapar las letras. Tomó nota mental de que debía contratar a un jardinero para que lo podara.
Dejó unas flores frente a la lápida los labios se le movían como si rezara, pero no lo hacía. La tumba, por supuesto, estaba vacía.

Una lágrima o dos le nublaron la vista. Pronto les siguieron muchas más, hasta que tuvo la cara cubierta de ellas. No se molestó en secárselas mientras levantaba la vista hacia los ángeles, dos compasivas almas de mármol.

Pidió perdón expresó la culpabilidad que sentía, una culpabilidad que sabía que la acompañaría el resto de su vida no pidió que la liberaran del peso de la culpa, ya que le parecía consecuencia de sus actos. O, mejor dicho, consecuencia de lo que no había sido capaz de hacer para proteger a una madre y a su hija.

Sacó el iPhone del bolsillo y marcó un número guardado en la memoria.

— ¿Hola?

—Paulina, Necesito verte.

El infierno de Santana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora