Capítulo 101: Flota del Pacífico II

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5 de febrero de 1841.

Mil soldados de la Marina del Imperio Mexicano desembarcaron en la costa de Japón y entraron a Edo.

Mientras la banda militar tocaba canciones patrióticas mexicanas, el almirante Navarro y los marines avanzaron con firmeza hacia el castillo de Edo, y una multitud de residentes de Edo observó la escena.

Los japoneses, impresionados en secreto por la imponente presencia, la estricta disciplina y las armas intimidantes (aunque no las comprendieran en detalle), murmuraban entre ellos con discreción:

"Estos extranjeros tienen una piel de colores diversos. Hay blancos, otros con un tono similar al nuestro, ¡y algunos completamente oscuros!"

"Escuché que los comerciantes holandeses traen esclavos con piel oscura."

El shogunato de Edo guió al almirante Navarro y sus soldados a un templo cercano, donde los recibieron con una espléndida hospitalidad, aunque no del todo de su gusto.

"Soy Tokugawa Ieyoshi, descendiente de samuráis y shogun que gobierna el shogunato de Edo. En nombre de nuestra tierra y nuestra cultura, les doy la bienvenida."

Tokugawa Ieyoshi vestía una armadura tradicional y llevaba una larga espada en su cintura, al igual que sus subordinados.

"¿Así que estos son los samuráis? Parece que intentan intimidarme", pensó Navarro.

El almirante, que llevaba dos revólveres, uno en su cinturón y otro en su abrigo, no se sintió intimidado por las largas espadas; más bien, le resultaron cómicas, aunque respondió con cortesía:

"Gracias por su bienvenida. Soy el almirante Darío Navarro, comandante de la Flota del Pacífico del Imperio Mexicano. Traigo una carta de Su Alteza Imperial, el príncipe heredero del Imperio Mexicano, y tengo la misión de entregarla y recibir su respuesta."

El almirante Navarro fue directo al grano y presentó la carta.

Tokugawa Ieyoshi, tras leerla, indicó que tomaría su tiempo para reflexionar y preparar una respuesta antes de retirarse.

La estancia en Japón fue cómoda y la hospitalidad era buena, pero al almirante Navarro no le interesaban ni la comida ni el sake que le ofrecían, ni las actuaciones, competencias deportivas y demás eventos.

"Mostrar todo esto solo confirma que quieren ganar tiempo", pensó.

Japón mostró un espectáculo de sumo, y aunque al principio Navarro encontró interesante ver a hombres corpulentos forcejeando, pronto perdió el interés.

Después de una semana desde el desembarco, la paciencia del almirante llegó a su límite.

"¡Señores! Han sido muy amables al mostrarnos cosas interesantes. Ahora, nos gustaría mostrarles algo emocionante de nuestra parte. Espero que el general también asista."

Navarro pidió que lo llevaran a un campo de tiro y, frente al shogun y sus samuráis, sacó un revólver.

"Ahora les mostraré el arma del Imperio Mexicano."

Chasquido.

Con un giro del cilindro, Navarro preparó el arma con estilo y disparó hacia un blanco de madera.

¡Bang!

"¡Oh! ¿Se puede disparar sin necesidad de recargar? Esto es impresionante..."

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

Navarro disparó seis balas en un instante.

Me convertí en el príncipe heredero del Imperio Mexicano - Volumen IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora