Capítulo 109.- Un caballo menos, un problema más

7 0 1
                                    

Ariadne



     Después de que pasó un tiempo para que el polvo se asentara, abrí levemente los ojos en los brazos de César.

     Por un momento esa sensación tan familiar me abrumo.

     Había pasado años durmiendo de este modo, cerca de él, escuchando el latir de su corazón; aquel sonido rítmico y constante que miles de veces me devolvía la tranquilidad, la paz, el deseo de seguir viva. Pero hoy, solo era una incómoda cercanía.

     Afortunadamente no sentía ningún malestar, ni dolor. Por ello, tan pronto como confirmé que no había ningún problema con mi cuerpo, me arrastré fuera de su agarre.

     Sentí un gran alivio al volver a estar de pie sobre el suelo firme e inquebrantable.

     —Oye, ¿estás bien? —pregunté, dirigiendo mi mirada hacia él, quien seguía tendido en el claro del bosque.

     Hubo un momento de silencio.

     —¿¡Estás muerto!? —exclamé, con algo de preocupación.

     Miré a mi alrededor, preguntándome si podía tocarle con una pluma debajo de la nariz para ver si aún respiraba. La flecha de Zanobi seguía clavada en el trasero de mi caballo.

     Pensé en que tal vez si lograba sacarle la flecha, podría usar la punta para verificar que al menos seguía respirando. La punta metálica, brillante, y un poco llena de sangre, podría ayudarme a saber si respiraba.

     Justo en ese momento, una voz de tono de tenor tembló:

     —Oye, fue agradable tener a una mujer hermosa en mis brazos, pero sentí que fue muy rápido.

      Era César, gracias al cielo estaba vivo... o al menos aún tenía fuerzas para decir tonterías con esa boca. No pude evitar soltar un suspiro de alivio al saber que no estaba muerto.

      —¿Estás herido en alguna parte? — pregunté, arrodillándome a su lado.

     Su respuesta no fue otra cosa que una excusa para mimarse.

     —Me duele el brazo. Voy a seguir acostado.

     Lo miré con incredulidad. César atrapó mi mirada y sonrió alegremente, sus ojos azul agua curvándose en una media luna.

     —Mis brazos ya están abiertos. ¿No quieres descansar un segundo en ellos?

     Tenía el brazo izquierdo extendido en posición de almohada.

     —Deja de decir tonterías y levántate —disparé, sin inmutarme—. Si sigues con esto, te patearé.

     Me puse en pie nuevamente, y extendí la mano para ayudarlo a levantarse, pero apenas lo toqué cuando César soltó un fuerte gemido.

     —¡Realmente duele!

    Al mirar más de cerca, noté que su mano izquierda, cubierta por un guante de piel de venado, estaba hinchada. A diferencia de la derecha, donde el guante tenía algo de holgura, el de la izquierda estaba completamente tenso.

    —Creo que necesitas quitarte esto rápidamente. — dije.

    —Quítamelo. — respondió sin vacilar.

     En otro momento, habría sido el tipo de comentario que le habría valido un buen golpe.

     Pero su brazo se estaba hinchando tan rápido que sentí la urgencia de quitárselo de inmediato.

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora