Alfonso
La charla sin sentido entre mi padre y el duque de Mireille se arrastraba como un veneno lento.
Inapropiada, vulgar, interminable.
Me tensé en mi asiento cuando escuché su risa estridente tras otro de sus comentarios lascivos, ignorando por completo la presencia de mi madre, la reina Margarita.
¿Es que no tenía siquiera la decencia de mostrar respeto por la mujer que llevaba su corona? Pero, ¿qué podía esperar? Su matrimonio no era más que un espectáculo. Al igual que lo sería el mío...
Reprimí un suspiro. No tenía sentido seguir dándole vueltas. La decisión estaba tomada, sin mí, como siempre.
Apreté los dientes y aparté la vista, escudriñando el exterior de la tienda en busca de algo más... o más bien, en búsqueda de alguien. Pero ella no estaba.
Desde mi asiento, podía ver a la mayoría de los presentes. Mujeres bebiendo té, caballeros presumiendo de sus presas. Pero no Ariadne... solo la vi de lejos en la mañana. Ni siquiera le había saludado.
El desasosiego creció en mi pecho.
—¿Fuiste a cazar? —pregunté para mis adentros, como si ella pudiera escuchar mis pensamientos y ser capaz de responder—. No parecías disfrutar mucho de este tipo de competencias.
Como era de esperar, no obtuve respuesta, y las dudas permanecieron en mi pecho.
No podía moverme de mi sitio, pero mis ojos le buscaban con desesperación.
Mi atención estaba fija en la entrada de la tienda, mis ojos moviéndose de un lado a otro.
¿Dónde podría estar?
Todos los grupos que se habían aventurado a participar estaban en el campamento.
Y si bien, no era raro cazar en compañía.
Sabía que para muchos esta no era solo una competencia de caza.
A veces solo era un pretexto.
Cada año, algunas parejas de hombres y mujeres jóvenes se adentraban entre los árboles y regresaban con las manos vacías, pero con miradas lascivas que lo decían todo.
—¿Saliste a pasear con otro hombre?
Ese pensamiento me golpeó como un puñal. No. Ella no sería capaz. No mi Ariadne... No tenía sentido. Ella no era así.
Solamente yo conocía sus secretos, y sus anhelos. Aquel sentido del humor tan peculiar, y su carácter, aunque fuerte, encantador. Era él único que podía causar ese rubor en sus mejillas. Solamente yo.
Mi mandíbula se tensó, mis dedos se cerraron alrededor del reposabrazos.
La sola idea era ridícula, ¿verdad? Entonces, ¿por qué mi corazón latía con tanta rabia?
La ceremonia de entrega de premios comenzó a las cinco.
Uno a uno, los cazadores regresaban con sus presas, el jabalí más grande recibió los honores del rey. Pero mi Ariadne aún no aparecía.
No pude evitarlo.
Mi mente comenzó a buscar razones, excusas, cualquier cosa que calmara este ardor en mi pecho.

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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomanceEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...