El reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...
Lo que había hecho esa mañana seguía pesando en mi mente, así que bebí. Mucho. Demasiado.
La competencia de caza cerca del bosque de Orte había terminado hace horas, pero la celebración continuaba, y la bebida oficial de la fiesta era el champán del Reino de Gallico.
Me serví una copa tras otra de aquel refrescante y espumoso vino de frutas. Para cuando cayó la noche, ya no podía recordar si quiera el rostro de mi propia madre.
Todo se tornó confuso cuando, de repente, una multitud irrumpió en la carpa.
Me ataron y me arrastraron hasta la zona VIP, en el centro.
Quise resistirme, pero estaba demasiado borracho como para oponer la menor fuerza. Me obligaron a arrodillarme en el suelo desnudo, boca abajo.
—¡Zanobi de Rossi de Taranto!
La voz que retumbó sobre mí era inconfundible. Al levantar la cabeza, me encontré con la mirada del único e inigualable Sol Etrusco, Su Majestad el imponente Rey León III.
Me pareció completamente irreal.
La cara que solo había visto en monedas conmemorativas ahora se movía y hablaba frente a mí.
—¿Es cierto que disparaste con una ballesta a Ariadne de Mare, la segunda hija de la familia De Mare?
Mi mente trabajaba con dificultad.
No debía admitir nada.
Estaba ebrio.
Quizás por eso respondí con más torpeza de lo que pretendía:
—¡No, no es cierto! ¡Definitivamente no fui yo! —balbuceé—. Solo estuve en mi carpa, ¿Cómo iba a disparar una flecha al caballo de Ariadne?
En ese momento, mis ojos se encontraron con los del conde de Como. Me miraba con una expresión casi compasiva, como si yo fuera una criatura miserable.
Sin embargo, Ariadne no tuvo tal consideración conmigo.
—Su Majestad el Rey, lamento haber perturbado los sentimientos de Su Majestad por un asunto tan trivial.
El rey le permitió continuar.
—El conde César solo dijo que Zanobi de Rossi disparó a mi caballo con una ballesta, pero nunca se mencionó si la flecha iba dirigida a mi persona, o a mi caballo.
La multitud murmuró ante sus palabras. Vi cómo el rey frunció el ceño y asintió. Levanté la cabeza y grité:
—¡No! ¡Es mentira! ¡Le he disparado por error al salir a cazar mas temprano... CREÍ QUE ERA UNA BESTIA SALVAJE!
El ruido de la multitud creció.
—Pero si ha dicho que no ha salido de su carpa todo el día.
—Es un mentiroso.
Ariadne hizo una señal al conde César y, de inmediato, él sacó unas flechas, que guardaba en su bolsa de montar, y las colocó respetuosamente ante el rey.
—Su Majestad, esta es la flecha que estaba clavada en la nalga del caballo.
Las flechas aún tenían sangre seca. Y, lo peor de todo, llevaban el escudo y nombre de mi familia grabados en el mango.
El rey entrecerró los ojos, tratando de leer la inscripción, pero al no poder hacerlo por su avanzada edad, su secretario se inclinó y la leyó en voz alta:
—¡De Rossi de Taranto!
—¡Hoy, en la competencia de caza, el único participante de la familia De Rossi de Taranto es Zanobi de Rossi!— gritó alguien en la multitud.
Me sentí acorralado.
—¡Esa flecha es mía, pero...! —intenté argumentar.
Uno de los soldados del rey me pateó de nuevo, dejándome sin aire.
Entonces, como un ángel caído del cielo, apareció mi tía Lucrezia.
Se deslizó entre la multitud y se paró a mi lado, con una expresión de indignación mientras fulminaba a Ariadne con la mirada.
—¡Esto es un malentendido! ¡Así es! —protestó—. Mi sobrino Zanobi es un niño gentil y amable. ¿Cómo podría dispararle con tal malicia a una persona? Seguro Ariadne hizo algo para provocarlo. ¡Zanobi solo debió dispararle al caballo como advertencia!
Aquello fue suficiente para darme una oportunidad. Me aferré a las palabras de Lucrezia.
—¡Así es! ¡Eso es verdad! —me apresuré a decir—. Regañé a Ariadne por intimidar a mi prima Isabella, pero ella no quiso escuchar. Así que... le disparé una flecha a su caballo como advertencia. Como su primo varón, ¿Acaso no puedo reñirle, como sus padres?
No pude seguir mi defensa, no se me permitió.
Solo sentí la bota del soldado contra mi estómago.
Otro golpe.
Me quedé sin aire. La tercera vez que me pateaban esa noche.
Mientras yacía en el suelo, el rey evaluaba la situación. Yo lo sabía. Estaba sopesando qué castigo darme. Y lo peor era que no tenía una respuesta clara.
Intento de asesinato o simple daño a la propiedad. ¿Qué era lo que había hecho?
Ariadne casi muere, sí, pero no por mi flecha, sino por el caballo desbocado. El conde resultó herido al salvarla, pero eso tampoco había sido mi intención.
Finalmente, el rey habló.
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—Zanobi de Rossi, has acosado a la señorita que se supone debe ser protegida como caballero, y también has mentido para encubrirlo.
El aire se volvió más denso. Pero luego el rey continuó:
—Por matar a un caballo con una ballesta, serás castigado con veinte latigazos; por mentir, con diez latigazos; y por traicionar a tu pariente, con diez latigazos. Un total de cuarenta latigazos.
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Esta novela es una adaptación realizada por mí, una fan, para compartirla con otros seguidores que deseen leerla en español. Dado que no está fácilmente disponible en nuestro idioma, o a veces no se entienden ciertas partes, me tomé la libertad de traducirla y adaptarla para todos nosotros.
No persigo fines de lucro; simplemente quiero rendir homenaje a la obra original, y disfrutarla junto a ustedes.