𝐗𝐋𝐈𝐈𝐈

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ⁿᵃʳʳᵃᵈᵒʳ ᵒᵐⁿⁱˢᶜⁱᵉⁿᵗᵉ

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Ava caminaba lentamente, como si sus pasos pesaran más que de costumbre. Sus ojos, cargados de confusión y tristeza, se posaron en Summer, quien recogía sus cosas con manos temblorosas. La escena tenía algo irreal, como si aún quedara la mínima esperanza de que todo fuera un malentendido. Pero no lo era. Summer era la que había escrito aquellas cosas terribles en la pared. Aunque Ava no quería creerlo, aunque una parte de ella aún se aferrara a la idea de que su amiga no podía haber hecho algo así.

La decisión ya estaba tomada: la echaban. Summer tendría que irse de Byron Bay... volvería a la casa de Ava, con Ari, el hermano de ella, como única conexión a todo lo que estaba dejando atrás.

Ava la miraba desde lejos, con pena, con esa mezcla de decepción y compasión que solo alguien como ella podía sentir. Porque incluso ahora, con el corazón hecho trizas y la mente revuelta, Ava seguía siendo Ava: la que siempre sonreía a los demás, incluso cuando por dentro se sentía vacía. La que ponía buena cara aunque el mundo se le viniera encima. La que no sabía cómo dejar de cuidar a todos, incluso a quienes la habían herido.

—¿Te vas...? —preguntó Ava, deteniéndose en medio del pasillo de madera, con el viento salado de la tarde entrando por las ventanas abiertas.

Summer levantó la mirada desde su mochila. Sus manos seguían metiendo cosas con movimientos torpes, casi automáticos. Llevaba los ojos hinchados, pero no había lágrimas nuevas. Ya las había agotado.

—Sí... Me dijeron que es mejor que me vaya por un tiempo. Que así se calma todo —dijo con la voz apagada.

Ava se quedó quieta, con las palabras atragantadas en la garganta. No sabía qué decir. No sabía qué creer. Todos estaban convencidos de que Summer había sido la que escribió esas cosas en la pared del baño. Que había querido hacer daño. Que era su letra. Que había testigos. Todo sonaba tan seguro... tan definitivo. Pero Summer decía que no.

Y Ava la conocía. O al menos creía conocerla.

—¿Fuiste vos? —susurró. No porque quisiera acusarla, sino porque necesitaba oírlo de su boca.

Summer se quedó inmóvil. Su expresión no cambió, pero algo en su postura se endureció, como si las palabras le hubieran dolido más que todo lo anterior.

—No. No lo fui, Ava. No tengo idea de quién lo hizo, pero no fui yo.

Ava bajó la mirada. El corazón le dolía como si lo hubieran apretado con una mano invisible. Quería creerle. Y en el fondo, lo hacía. Pero el ruido alrededor era fuerte. Las voces de los demás, las sospechas, las miradas. Todo pesaba.

—No sé qué pensar —admitió al final—. Pero me duele que te vayas así.

Summer se encogió de hombros, con una sonrisa triste.

𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘖𝘭𝘢𝘴 𝘺 𝘊𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 ||  Baxter RadicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora