𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘖𝘭𝘢𝘴 𝘺 𝘊𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 ||
Ava Gibson, una joven sumamente apasionada por el surf y las olas junto su "casi algo", Marlon, que se encuentra sumamente extraño.
Pero eso cambiará, parece que un nuevo surfista roba su corazón.
Cuand...
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ᵖᵒᵛᴬᵛᵃ
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La luz del atardecer ya se había ido. Ahora la habitación estaba envuelta en sombras suaves, teñidas por el leve resplandor que entraba por la ventana. Todo estaba en calma. Demasiado en calma.
Estaba acostada de lado, con las piernas encogidas y la cara medio hundida en la almohada. El celular seguía sobre el escritorio, como si fuera parte del decorado. No lo había tocado desde que vibró.
Entonces, del otro lado de la puerta, escuché una voz.
—Ava, ya está la cena —era mamá.
Su voz era suave, sin insistencia. Pero tampoco sonaba como preocupación. Solo como un aviso. Como si no esperara que bajara de verdad.
No respondí.
Cerré los ojos. No porque tuviera sueño, sino para no pensar. Para no imaginar a todos allá afuera. A Summer. A Honey. A Ari. A mamá, sirviendo la mesa, sonriendo, tal vez preguntando por mi ausencia... tal vez no.
Me apreté más contra la almohada. Sentí cómo la tela fría tocaba mi mejilla.
Pasaron unos segundos.
Nada más.
Nadie volvió a tocar la puerta. Nadie insistió.
Y eso dolió un poco. Como si hubieran aceptado que no iba a salir. Como si ya se hubieran acostumbrado a que yo no esté.
Moví un poco los dedos. Solo eso. Acaricié la sábana con la yema, como buscando algo que no sabía qué era. Algo que no se sintiera tan vacío.
Respiré hondo. Muy hondo. El aire me llenó los pulmones, pero no me alivió. Solo me hizo más consciente del peso en el pecho.
Me abracé a la almohada. Con fuerza. Como si pudiera protegerme de algo. De todos. De mí.
Y en ese silencio quieto, sin palabras ni ruidos, solo me dejé estar. En mi propia burbuja. Donde nadie podía alcanzarme.
Por ahora.
No sé cuánto tiempo pasó. Tal vez minutos. Tal vez una hora.
El murmullo de las voces en la casa se había apagado poco a poco, hasta convertirse en apenas un eco lejano. Los cubiertos, los pasos, las risas de Honey... todo había desaparecido.
Y yo seguía ahí. Acostada de lado. Los ojos abiertos en la oscuridad, sin ver nada. Solo dejando que el silencio me cubriera como una manta pesada.
Entonces, el celular vibró otra vez.
Una sola vez.
No tenía intención de moverme. Pero algo dentro de mí... algo pequeñito, casi imperceptible, me empujó.