𝐗𝐋𝐕𝐈

286 20 0
                                        

Me quedé quieta.
Inmóvil.

Las palabras de Ari me envolvieron como un susurro que dolía más por lo cierto.
"No tenés que ser fuerte todo el tiempo."
Quise hacer como que no las había escuchado. Como si no hubieran calado hondo.
Como si no me hubieran desarmado un poquito más.

Tragué saliva, cerrando los ojos un segundo. Solo un segundo.
No voy a llorar. No otra vez. No delante de él.
Inhalé despacio por la nariz. Lento, como me enseñaron en terapia. Como si eso pudiera tapar todo lo que hervía por dentro.

Di media vuelta sin mirarlo y caminé hacia el living, fingiendo una calma que no sentía.
Cada paso era una orden: no tiembles, no mires atrás, no hables.
Me dejé caer en el sillón como si simplemente estuviera cansada por el viaje. Como si no acabara de sentir cómo se me resquebrajaba algo adentro.

Me subí las rodillas al pecho y apoyé la cabeza sobre ellas, pero sin cerrar del todo el cuerpo. No quería parecer... rota. Ni débil.
Con la manga del buzo, me limpié los ojos rápido. No lloraba. No del todo. Solo se me habían humedecido. Eso no cuenta.

Sentí los pasos de Ari detrás mío, pero no dije nada.
Me quedé mirando un punto fijo en la alfombra. La manchita azul de pintura que había estado ahí desde que éramos chicos.
Me concentré en eso. En no mover un músculo de más.

Respiré hondo otra vez, esta vez por la boca.
Tenía la garganta apretada. Como si las palabras se hubieran quedado ahí, atragantadas, pidiendo salir.
Pero no iban a salir. No iba a dejar que lo hicieran.

Apreté los puños sin darme cuenta, las uñas clavándose un poco en la tela del pantalón.
Mi pecho subía y bajaba, más rápido de lo que quería.
Y por un segundo, sentí que todo el cuerpo me latía. Como si mi propia piel me recordara lo mucho que estaba conteniendo.

Ari se sentó en silencio, no muy cerca, pero lo suficientemente cerca como para que lo sintiera.
Y eso me molestó. Y me aliviaba. Todo al mismo tiempo.

—¿Querés que te prepare un té? —dijo, bajito.

Negué con la cabeza.
No confiaba en mi voz todavía.

Hubo un silencio largo. De esos que antes no nos molestaban. De esos que ahora pesaban.

—¿Ava...? —volvió a decir. Pero no con tono de reproche. Ni de lástima. Solo... suave. Como si me conociera mejor que nadie. Y tal vez lo hacía.

Me obligué a levantar la cabeza. A mirarlo.
Y cuando lo hice, vi que él también estaba mal. No como yo. Pero dolido. Cansado. Culpable.

Y lo odié un poco por eso.
Porque si él estaba así, entonces lo mío no era tan invisible como creía.

—Estoy bien —mentí, con la voz tan baja que casi no se oyó.

Él no respondió. Solo me miró, con los labios apretados, como si supiera que no me creía ni yo.

Volví a mirar la alfombra.
Y en ese momento, más que nunca, deseé poder apagar mi cabeza.

No pensar en Baxter.
Ni en Summer.
Ni en esa maldita mirada que todavía me quemaba por dentro.
Ni en cómo Ari me había soltado justo cuando más lo necesitaba. Aunque ahora volviera a estar. Aunque siempre vuelva.

Solo quería dormir. O desaparecer un rato.
O que alguien, por una vez, me dijera que estaba bien no estar bien.

Pero eso no lo dije.

Solo me quedé ahí.
Callada.
Tratando de ignorar lo que dolía.

Aunque sabía, muy en el fondo, que ignorarlo no lo iba a hacer desaparecer.

𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘖𝘭𝘢𝘴 𝘺 𝘊𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 ||  Baxter RadicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora