𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘖𝘭𝘢𝘴 𝘺 𝘊𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 ||
Ava Gibson, una joven sumamente apasionada por el surf y las olas junto su "casi algo", Marlon, que se encuentra sumamente extraño.
Pero eso cambiará, parece que un nuevo surfista roba su corazón.
Cuand...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
ᵖᵒᵛᴬᵛᵃ ⋆。𖦹°⭒˚。⋆
—Ahora vuelvo —dijo Poppy de pronto, mirando hacia la casa—. Marlon me está buscando desde hace rato.
No esperó mi respuesta. Solo sonrió, como si todo estuviera bien, como si no acabara de bajar la mirada cuando le pregunté por lo que sabía.
Y se fue. Así, sin más.
Me quedé ahí, en la galería, con el ruido de las risas en el fondo y el olor a carne asándose flotando en el aire. Todo parecía tan normal. Tan... alegre.
Menos yo.
Cerré los ojos por un segundo. El sol tibio me tocaba la cara. Y aún así, sentía frío por dentro.
Me crucé de brazos, como si pudiera sostenerme a mí misma, como si eso bastara.
¿Por qué no me lo dijiste, Baxter?
¿Por qué dejaste que lo escuchara así?
Miré hacia el fondo del patio, donde algunos ya estaban preparando las decoraciones para el cumple de Wren. Las luces, los globos, la música suave en la bocina que pusieron sobre la mesa.
Todos encajaban.
Menos yo.
Porque lo que sentía no se notaba. Pero ardía. Y dolía.
Me senté en el borde de la escalera, mirando mis zapatillas como si pudieran darme una respuesta. Como si no quisiera mirar a nadie más.
Y entonces lo sentí.
Esa presencia.
Esa forma en la que solo él se acercaba.
Lo sentí antes de verlo.
Esa forma en la que el aire cambiaba cuando él estaba cerca. El sonido de sus pasos, tranquilos, casi despreocupados, como si no llevara nada encima. Como si no estuviera escondiendo nada.
Me apuré a tragar el nudo que tenía en la garganta. Respiré profundo, obligándome a no romperme. A no dejar que se notara.
Vi su silueta desde que salió de la cocina, con ese andar despreocupado, como si el mundo no se le cayera encima. Como si yo no supiera nada.
Pero lo sabía.
Sabía lo de Summer. Sabía que no me lo dijo. Y eso era lo peor.
—Ey —dijo, acercándose como si fuéramos los mismos de hace unos días. Como si aún creyera que su silencio no me dolía.
No respondí al instante. Lo miré un segundo, directo, y supe que ni siquiera entendía el fuego que me estaba ardiendo en el pecho.
—¿Todo bien? —preguntó, con esa sonrisa que ya no me parecía tan sincera.