Capítulo 2

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Salimos disparados de allí, pero las personas que entraron por la puerta gigante nos vieron y corrieron en nuestra dirección.

—Estamos muertos. —dijo Gas agitado mientras corríamos lo más rápido que podíamos—. Estamos muy muertos.

Antes de que pudiéramos refugiarnos en algún lugar ya estaban al frente nuestro.

¡Mierda! ¿Cómo hicieron eso?

Uno de ellos se me acerco.

El chico parecía de unos 25 o 30 años era alto y rubio de ojos azules, después de prácticamente desnudarme con su asquerosa mirada, miró a mi amigo y de pronto sus ojos cambiaron de color. 

¡Sus ojos cambiaron de color!

No es como ustedes piensan, que cambiaron tal vez a un azul verdoso o se pusieron más oscuros.

No, literalmente cambiaron de color.

Ahora sus ojos eran de color rojo.

Okey, eso me confirma que estoy borracha, no debí tomar antes de venir aquí. Ya hasta estoy viendo cosas raras, seguramente Euge añadió droga a mi trago para jugarme una broma.

Porque en definitiva que le cambien de color los ojos, no es posible. No.

—¡Qué quieren! —exclamó Gas tratando de sonar fuerte y frío pero estaba más asustado que yo.

Agarré la mano de mi mejor y la apreté con fuerza.

Otro tipo se nos acerco que aparentaba tener cerca de 25 años y tenía el cabello castaño y aunque no estaba segura tenía los ojos verdes y era igual de alto que el otro hombre. Unos minnutos pasaron y apareció otra persona, a diferencia de los otros dos, era el más joven de todos tal vez tenía unos 14 o 15 años. 

—¿Qué queremos? —cuestionó el hombre rubio con una sonrisa—. A ustedes. 

—No tenemos nada ni un maldito celular así que, ¡déjenos en paz! —pidió Gas alzando la voz—. Por favor...

El hombre rubio se echó a reír de una forma malévola al igual que el chico más joven.

—No queremos sus pertenencias, los queremos a ustedes. —aclaró—. Pensé que había dejado eso claro hace unos minutos.

—Dejen de jugar con ellos y vámonos, alguien nos puede ver. —advirtió a sus compañeros, el hombre de ojos verdes—. Y eso es muy peligroso. 

—Al menos déjenla ir, yo tomaré su lugar. —se ofreció por mí, Gas. 

—Oh, que dulce. Me conmueven, ¿es tu novio? —preguntó el hombre rubio agarrando mi mandíbula—. Son afortunados morirán como trágicos amantes, y no solos como el resto. 

—¿Qué nos harán? —pregunté en un hilo de voz. 

—Ya lo verán. —sonrió de forma diabólica.

De pronto se encendieron unas luces sobre nosotros y empezaron a sonar unas sirenas.

—¡Suéltenlos! O tendremos que utilizar la fuerza. —habló una voz de la nada, sonando desde unos parlantes ocultos en las ramas de los árboles de nuestro alrededor—. Ahora, ¡suéltenlos!

—¿Qué nos vas a mandar a unos guardias? ¡Qué miedo! —se burló el más joven. 

—No me subestimes, Lanzani. —dijo la voz—. Sabes muy bien lo que les puedo hacer a ti y a tus amigos. 

No Cruces Los LímitesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora