NOMBRE Y APELLIDO

101 1 0
                                    

Chaparro tira de la hoja que acaba de terminar con la suficiente energía como paraliberarla del rodillo sin romperla y la relee. Las últimas palabras lo hacen sonreír. Leresulta grato el ejercicio de la memoria: esa frase con la que ha cerrado el capítulo, lade «el día en que los boludos hagan una fiesta», la había creído absolutamenteolvidada. Pero ahora ha salido a flote junto con otro montón de recuerdos de supasado y de la gente con la que ha vivido ese pasado.Se incorpora y reitera un gesto de toda la vida: tomarse el tabique nasal con elíndice y el pulgar de la mano izquierda, casi a la altura de los ojos, y oprimir hasta  casi sentir una pizca de dolor. Lo ha hecho durante más de media vida, al levantarsede la silla después de estar mucho tiempo inclinado sobre su escritorio del Juzgado, yahora lo reitera aquí, en su casa, después de estar horas y horas eslabonando estamemoria propia y ajena en la que está sumergido. Chaparro piensa que somosprevisibles, tosca y perpetuamente iguales a nosotros mismos. Ese gesto y tantosotros en los que ni siquiera repara lo acompañan desde siempre y seguirán haciéndolohasta que descanse bajo tierra.Piensa en Irene. ¿Por qué justo ahora piensa en ella, después de pensar en supropia muerte? ¿Es acaso que la asocia con ella? No. Todo lo contrario. Irene lo ata ala vida. Ella es como una deuda que él mantiene con la vida, o que la vida mantienecon él. No puede morirse sintiendo lo que siente por ella. Como si fuera undesperdicio que ese amor se desintegre y se haga polvo como su carne y como sushuesos.Pero ¿cómo puede arrancárselo de adentro? No hay manera. Lo ha pensado yrepensado, pero no hay modo. ¿Una carta? Esa opción tiene el atractivo de ladistancia, de no ver su rostro incrédulo, o peor, ofendido, o peor, compadecido, alenterarse. Presentarse a decírselo cara a cara ni siquiera figura entre las opciones enlas que piensa Chaparro. Un amor «de gente grande» le suena ridículo. Perodeclararle su amor a una mujer casada que lleva casi treinta años de matrimonio, másque ridículo le parece ofensivo y denigrante.El sentido común, que de vez en cuando Chaparro cree localizar dentro de sucráneo, le dice que no hay por qué ser tan solemne, tan definitivo. ¿Qué problemapuede haber en plantear un amorío con una mujer casada? No sería el primero ni elúltimo en proponerlo. ¿Y entonces? Pues precisamente eso. Que Chaparro deinmediato se contesta que lo que él tiene para decirle no es que quiere tener unamorío con ella. Lo que tiene que decirle, lo que necesita decirle, y lo que al mismotiempo le horroriza que sepa, es que él la quiere con él, para siempre, en todos lados ya todas horas o a casi todas, porque ha naufragado en tal estado de adoración que noentiende la vida sin ella. Pero cuando llega a esta altura de sus pensamientosChaparro se detiene, desinflado. Porque, en su fantasía, la Irene que imaginarecibiendo su confesión desesperada adopta la misma expresión que podría ponerante la carta que, de todos modos, no va a escribirle: la sorpresa, o la indignación, o lalástima.Y después la nada. Porque después del rechazo no habrá lugar ni siquiera paraestos ratos robados a su vida, tomando café en su despacho, hablando de bueyesperdidos, fingiendo que se trata ni más ni menos que de una simple charla de buenoscompañeros —ex compañeros— de trabajo. Irene parece disfrutar esos encuentrosesporádicos. Pero una vez que él cruce la línea del decoro a ella no le quedará otrocamino que pedirle que no vuelva a verla. Chaparro, mientras prepara el mate, se encuentra sumergido, de repente, en elmismo deseo culpable de tantas otras veces, aunque de inmediato se llame a sosiego.Una Irene repentinamente viuda... ¿no podría enamorarse de él? Nada le asegurasemejante cosa. Así que mejor dejar en paz al pobre ingeniero, que siga disfrutandode su vida y de su mujer, mal rayo lo parta.Acomoda sobre el resto de la pila la última hoja mecanografiada, y aprecia elespesor. No es poco, para ese primer mes de trabajo. ¿O ya es un mes y medio? Puedeser. El tiempo pasa rápido gracias a este asunto. Lo asalta una duda recurrente: ¿quétítulo le pondrá a su novela? No sabe. No tiene la menor idea.Chaparro siente que no es bueno para los títulos. En un primer momento pensó enponerle un título a cada capítulo, pero ahora ha renunciado a semejante pretensión. Sino se le ocurre un nombre para el conjunto, mucho menos se le ocurrirá para cadaapartado. Y ya lleva escritos dieciséis y le faltan muchos más.Otra cosa lo preocupa: su nombre al pie del título. «Benjamín Miguel Chaparro».Queda como una patada, lo mire por donde lo mire. Para empezar, ¿no advirtieron suspadres que la última sílaba de su primer nombre y la primera del segundo forman unarima redundante y desagradable? Mín-mi. Es espantoso. Y además eso de losnombres con significado. Porque también eso, y con los dos. El «Benjamín», solo, yapresenta un escollo. Benjamín no sirve para roda la vida. Está bien para un chico,para el más chico de varios hermanos. ¿A cuento de qué se lo pusieron a él, hijoúnico? Y lo de la edad es determinante. Una cosa es ser un benjamín de siete o deocho años, pero ¿un benjamín de sesenta? Es ridículo. Pero no bastó con esa macana.Porque llamar chaparro a un humano que se yergue un metro ochenta y cinco porencima del piso suena a contrasentido. De manera que el libro de Benjamín Chaparro(aún eliminado el cacofónico Miguel) puede sonar, para el público incauto, como ellibro del muchacho joven y petisito. ¿O él es un enroscado y la gente es más simpleen sus apreciaciones? Pero puede darse que algún lector lo interprete de ese modo. Ydespués va él y se presenta. Y resulta que el Benjamín Chaparro, es un urso deestatura respetable y sesenta pirulos. Suena contradictorio.Tal vez una solución sea firmar la novela con un seudónimo. No. De ningunamanera, se responde de inmediato. Si llega a publicarla, aunque sea pagando de subolsillo una edición económica, quiere que su nombre aparezca en la portada, pormás ridículo que ese nombre suyo sea. El motivo es sencillo. Para que Irene lo vea.

La pregunta de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora