¿Y si este es el mejor final para su libro? Chaparro acaba de terminar de contar susegundo encuentro con Morales en el copetín de Plaza Once. Ayer. Y siente latentación de culminar aquí la historia que está contando. Ha sudado a mares paraconducir su relato hasta este sitio. ¿Por qué no darse por contento? Ha contado elcrimen, la pesquisa y el hallazgo. El malo está preso y el bueno está vengado. ¿Porqué no concluir con este final feliz y ya? La mitad de Chaparro que odia laincertidumbre, y que anhela hasta la desesperación concluir con esto, opina que esperfecto llegar hasta aquí: mal que mal ha conseguido contar lo que se habíapropuesto, y el tono que encontró para hacerlo le da la impresión de ser el adecuado.Los personajes que ha creado se parecen insólitamente a los seres de carne y huesoque él conoció, y esos personajes han dicho y hecho, mal que mal, las cosas que esosseres reales hicieron y dijeron. Esa mitad cautelosa de Chaparro sospecha que, si seextiende más, todo se irá al diablo, y la historia se saldrá de cauce, y los personajesterminarán moviéndose a su antojo sin atenerse a los hechos, o a su memoria de loshechos, que para el caso es lo mismo, y todo habrá sido al divino botón.Pero Chaparro tiene otra mitad, y fuertes deseos de llevarle el apunte a esa otra mitad. Al fin y al cabo, es la parte de sí que ha sentido el deseo y que ha sostenido ladecisión de contar y escribir lo que hasta aquí lleva escrito. Y esa mitad le recuerda acada rato que esa historia no terminó allí, sino que siguió rodando, y que todavía nola ha contado toda. ¿Qué es entonces lo que lo tiene tan tenso, tan nervioso, tanausente? ¿Es simplemente la incertidumbre de cómo seguir? ¿Nada más que losnervios de estar en medio del río sin ver la otra orilla?La respuesta es más simple y al mismo tiempo más ardua. Está así porque hacetres semanas que no tiene noticias de Irene. Claro, por qué habría de tenerlas. No haymotivo para que las tenga, mal rayo los parta a ella, a él y a la maldita novela. Y denuevo ronda el teléfono, y se distrae del libro sencillamente porque la cabeza se le vaa las excusas más inverosímiles que le sirvan como paracaídas para llamarla.Esta vez demora apenas dos días de ayuno, insomnio e inacción literaria hasta quelevanta el teléfono.—¿Hola? —es ella, en su despacho.—Hola, Irene, habla...—Ya sé quién habla —breve silencio—. ¿Se puede saber dónde te metiste todoeste tiempo?—...—¿Estás ahí?—Sí, sí, claro. Tenía ganas de llamarte, pero...—¿Y por qué no me llamaste? ¿No tenías ningún favor para pedirme?—No... digo, sí... Bueno, no es que tenga un favor, simplemente pensé que talvez tuvieras tiempo de leer algunos capítulos de la novela, si tenés ganas, claro...—¡Me encantaría! ¿Cuándo venís?Cuando corta la comunicación, Chaparro no sabe si alegrarse por el entusiasmode Irene (y por la inminencia de verla el jueves y por el modo en que lo reconoció porla voz, antes de que dijera quién era el que hablaba) o atormentarse por elofrecimiento de llevarle algunos capítulos para que los lea. ¿De dónde le ha brotadosemejante oferta? De puro atorado, nomás. Chaparro sospecha que ningún escritorserio está dispuesto a mostrar las hilachas de su trabajo.De todos modos, y cosa rara en él, se da cuenta de que no le preocupa tanto laidea de no ser un escritor serio. Le importa muchísimo más tomar un café el jueves,con Irene.
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La pregunta de sus ojos
Mystery / ThrillerHace treinta años, Benjamín Chaparro era prosecretario en un juzgado de instrucción y llegó a su oficina la causa de un homicidio que no pudo olvidar. Ahora, jubilado, repasa su vida, las instancias de ese caso y sus insospechadas derivaciones, y la...