Me senté en la lomita de pasto cortado y prolijo que rodeaba el galpón.Me lo había dicho. La última vez que nos vimos Morales me lo había dicho,cuando yo poco menos que le propuse que se vengase pegándole cuatro tiros. ¿Quéera lo que me había contestado? «Todo es muy complicado», o algo así. No: «Lascosas nunca son sencillas». Eso me había dicho. Me acordé de Báez. El tampoco sehabría imaginado que Morales les imprimiese a los hechos una vuelta semejante.Sandoval tampoco. Pero ¿quién sí? Únicamente Morales. Nadie más que Morales.Entré de nuevo en el galpón para buscar una pala. Caminé con ella en la manoalrededor del edificio, observando el entorno. La cortina de eucaliptos que habíaatravesado para llegar era, en realidad, un amplio cerco, de más de mil metros deperímetro, con el galpón dentro. No ocupaba el centro, estaba construido cerca de unode los laterales, supuse que el menos expuesto a miradas externas. Intenté calcularcuántos árboles habría plantado Morales en total. Desistí. No tenía la menor idea.Pero debían haber sido meses y meses de trabajo, seguramente hecho a la vuelta delbanco y los fines de semana. Para construir el galpón habrá requerido manosespecializadas. Es probable que a los constructores les haya llamado la atención esamanía de levantarlo tan lejos de la casa, del mismo modo que a los vecinos les habráparecido extraño que a lo largo de años y años Morales hubiese dejado sin cultivaresas tierras, de la misma manera que a la gente del pueblo, empezando por suscompañeros del banco, les habrá resultado raro que Morales fuese tan retraído, tanrefractario a las visitas y a la vida social en general. Recordé el pedido contenido ensu última carta. Supongo que todos necesitamos percibir al menos alguna de lasformas del afecto. Pese a sus excentricidades Morales habría terminado por caerlesbien, y el viudo deseaba mantener intacto el buen recuerdo. Por eso yo avanzaba conesa pala en la mano.En el amplio terreno delimitado por el cerco de eucaliptos se levantaban,salpicados aquí y allá, montecitos de árboles de otras especies. Fui hasta uno quecombinaba algunos álamos con dos robles gigantescos, que debían estar allí desdemucho antes de la llegada de Morales. Me detuve en medio y abarqué de un vistazotodo el contorno. No parecía posible que me estuviesen observando miradasindiscretas. Clavé la pala y la hundí con el pie. El suelo no era demasiado duro.Empecé a cavar.
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La pregunta de sus ojos
Bí ẩn / Giật gânHace treinta años, Benjamín Chaparro era prosecretario en un juzgado de instrucción y llegó a su oficina la causa de un homicidio que no pudo olvidar. Ahora, jubilado, repasa su vida, las instancias de ese caso y sus insospechadas derivaciones, y la...