mas cafe

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Por el motivo que sea (y Chaparro no piensa investigar si ese motivo essimplemente una antigua amistad o algo más profundo, más esperanzados máspersonal y más otro montón de cosas), Irene encuentra placer en su compañía, no soloen su charla de escritor incipiente. Por algo están de nuevo frente a frente, escritoriode por medio. Por algo ella sonríe con una sonrisa distinta de sus sonrisas comunes ycorrientes, que, en realidad, «nunca son ni comunes ni corrientes», piensa Chaparro,pero que no son como esta, como estas con las que ella lo bendice cuando están asolas en su despacho y cae la tarde.Como teme estar soñando de nuevo inútilmente, se pone nervioso, mira el reloj yhace ademán de levantarse. Ella le propone tomar otro café y él, en el colmo de latorpeza, le hace notar que la cafetera eléctrica está vacía y apagada porque ya se loterminaron. Irene le ofrece ir hasta la cocinita a preparar más y él le dice que no,aunque al instante se arrepiente de ser tan imbécil. Tanto se reprocha no haberle dicho«sí, gracias, te acompaño hasta la cocina», que vuelve a sentarse como un modo delavar el daño. «¿Qué daño?», se pregunta al mismo tiempo, porque bien puede sertambién que simplemente ella quiera más café y punto, que quiera pasarle un chismede último momento y basta, porque al fin y al cabo no tiene nada de particular tomarun café con un amigo de años del Juzgado y se acabó.Pero de hecho ambos vuelven a sentarse, y la conversación renace como un madero del cual asirse en medio de todas esas incertidumbres. Sin saber cómo,Chaparro se encuentra comentándole a Irene que el otro día se la pasó leyendo ycorrigiendo los borradores mientras afuera llovía, y que escuchó música renacentistade la que a él le gusta tanto, y se detiene azorado precisamente en el instante en queestá a punto de decirle, mirándola al centro de los ojos, que lo único que le faltabapara considerarse salvado y en gracia perpetua era ella en el sillón, tal vez recostadaleyendo a su lado, y la mano de él, las yemas de los dedos, acariciándole apenas lacabeza, abriendo surcos suaves entre su pelo. Aunque no lo ha dicho es como si lohubiese dicho, porque sabe que se ha puesto rojo como un tomate. Ahora es ellaquien lo mira divertida, o tierna, o nerviosa, y finalmente le pregunta:—¿Vas a decirme qué te pasa, Benjamín?Chaparro se siente morir, porque acaba de advertir que esa mujer pregunta unacosa con los labios y otra con los ojos: con los labios le está preguntando por qué seha puesto colorado, por qué se revuelve nervioso en el asiento o por qué mira cadadoce segundos el alto reloj de péndulo que decora la pared próxima a la biblioteca;pero, además de todo eso, con los ojos le pregunta otra cosa: le está preguntando nimás ni menos qué le pasa, qué le pasa a él, a él con ella, a él con ellos dos; y larespuesta parece interesarle, parece ansiosa por saber, tal vez angustiada yprobablemente indecisa sobre si lo que le pasa es lo que ella supone que le pasa.Ahora bien —barrunta Chaparro—, el asunto es si lo supone, lo teme o lo desea,porque esa es la cuestión, la gran cuestión de la pregunta que le formula con lamirada, y Chaparro de pronto entra en pánico, se pone de pie como un maníaco y ledice que tiene que irse, que se le hizo tardísimo; ella se levanta sorprendida —pero elasunto es si sorprendida y punto o sorprendida y aliviada, o sorprendida ydesencantada—, y Chaparro poco menos que huye por el pasillo al que dan las altaspuertas de madera de los despachos, huye sobre el damero de baldosas negras yblancas dispuestas como rombos, y recién retoma el aliento cuando se trepa a un 115milagrosamente vacío a esa hora pico del atardecer; se vuelve a su casa de Castelar,donde esperan ser escritos los últimos capítulos de su historia, sí o sí, porque ya notolera más esta situación, no la de Ricardo Morales e Isidoro Gómez, sino la propia,la que lo une hasta destrozarlo con esa mujer del cielo o del infierno, esa mujerenterrada hasta el fondo de su corazón y su cabeza, esa mujer que a la distancia lesigue preguntando qué le pasa, con los ojos más hermosos del mundo.

 

La pregunta de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora