CINE

193 1 0
                                    

Benjamín Chaparro acciona varias veces el espaciador de la máquina de escribirpara liberar la hoja. La toma por los bordes, apenas con las puntas de los dedos, y laapoya como si fuera una granada sin espita sobre las otras dieciséis o diecisiete quetambién se han salvado de volar hacia el cesto hechas un bollo. Lo enterneceligeramente advertir que las hojas escritas forman ya un mínimo espesor, un cierto  cuerpo.Se incorpora, satisfecho. Dos días atrás estaba desesperado por la certeza de quejamás podría escribir su libro, ahogado en la nebulosa del principio. Ahora eseprincipio está escrito. Bien o mal, pero escrito. Eso lo pone contento, aunque tambiénsiga ansioso. Pero ansioso por seguir, por contar lo ocurrido con esas personas. Sepregunta si esta será la sensación que tienen los escritores cuando narran. Esa módicaomnipotencia de jugar con las vidas de sus personajes. No está seguro, pero, si es así,la sensación le agrada.Consulta el reloj y ve que son las siete de la tarde. Le duele la espalda. Ha estadoahí sentado casi todo el día. Decide premiarse y festejar el envión inicial. Busca labilletera sobre un estante, revisa que tenga algún dinero y se va al cine. Lo que másdisfruta del programa no es tanto ver tal o cual película, sino saber que después va acontárselo a Irene, cuando la vea. Se lo comentará de refilón, como de costado, comoquien no quiere la cosa. Y ella le preguntará por la película. Les gusta hablar de cine.Tienen gustos parecidos. Y algo le dice a Chaparro que a Irene le agradaría quepudiesen ir juntos. No pueden, claro. No corresponde. Y tal vez sea idea de él, a finde cuentas. ¿De dónde saca eso de que a ella le gustaría acompañarlo? De su propiodeseo de que a ella le guste. ¿Tiene acaso alguna certeza? Ninguna. Nunca. Jamás

La pregunta de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora