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Gómez despertó tres días después en la enfermería del Penal y le costó un buen ratorecordar quién era y dónde se hallaba. Cuando el enfermero lo vio moverse, llamó ados guardiacárceles que sin demasiados miramientos lo sentaron en una silla deruedas y lo pascaron por un sector de oficinas al que los presos casi nunca teníanacceso.Finalmente lo introdujeron en un despacho en el que un tipo, sentado detrás deuna mesa desnuda, fumaba un cigarrillo negro y parecía estar esperándolo. Era calvo,salvo por una delgada línea de cabello a los lados de la cabeza. Usaba un bigoteespeso y llevaba un saco oscuro y una camisa de cuello ancho, sin corbata. Losguardias estacionaron la silla de Gómez frente a su mesa, salieron y cerraron. Gómezno habló. Esperó a que el otro terminase de fumar. No mantuvo el silencio solo por laconfusión y la sorpresa, sino también porque le dolía tanto la garganta al tragar lasaliva que sospechaba que mover los labios y la lengua iba a provocarle un dolordirectamente intolerable.—Isidoro Antonio Gómez —dijo el otro por fin, pausadamente, como si estuvieseescogiendo las palabras—, voy a explicarle para qué lo hemos traído.El tipo jugaba con la tapa del encendedor. Su sillón debía ser cómodo porque lepermitió inclinarse hacia atrás lo suficiente como para subir los pies a uno de losvértices de la mesa.—Tengo que decidir, en este amable encuentro, mi estimado, si usted es un tipointeligente o si es flor de pelotudo. Ni más ni menos.Recién entonces lo miró, y puso cara de estar profundamente sorprendido, aunquetodo en él parecía sobreactuado.—Mierda, que lo han estropeado, m'hijo. La pucha... Pero bueno. El caso es queme toca a mí tomar una decisión complicada, y para tomarla tengo que encontrar larespuesta a la cuestión que le decía recién, ¿me entiende?Hizo otra pausa y abrió un cuaderno que tenía a un costado y que Gómez hastaentonces no había divisado. Estaba lleno de anotaciones.—Desde que lo rescataron los guardias, en el pabellón (y mire que la sacó barata,porque si el tal Culebra no se hace ese feísimo corte con la faca, y los demás presosllaman a la guardia para pedir ayuda para ese fulano, a usted, mi amigo, lo cortantodo, se desangra como un chancho y no cuenta el cuento), que estoy meta y metasobre el caso suyo. Igual no se crea. Yo su causa la conocía. Bueno, a usted no, pero ala causa sí. Por lo menos la primera parte. El resto tuve que leerlo para ponerme alcorriente. Lo que son las casualidades, Dios mío. ¿Vio eso de que el mundo es unpañuelo? Parece una pelotudez pero cada vez estoy más convencido de que es cierto.Dio vuelta varias páginas del cuaderno hasta que dio con una que le interesaba. De allí en adelante fue volteándolas parsimoniosamente a medida que hablaba.—Bueno. Al grano. Ese tema del homicidio de la chica... qué asunto feo, che,qué asunto feo. Pero no es cosa mía. En el fondo me importa un carajo. Pero noté queen la escena del crimen no dejó nada que lo incriminase, y que después de los hechosusted se tomó el pire de los lugares que frecuentaba cuando la policía trató de echarlemano. ¿Digo bien? Y se pasó tres años hecho un monaguillo para que nadie lojodiera. Pienso en eso y digo: este es un tipo inteligente. Pero después me sigoenterando, vio, y me anoticio de que lo terminaron agarrando por viajar colado en elSarmiento y fajarse con un guarda, y entonces digo: este tipo es un boludo. Pero, porotro lado, tomo en cuenta que los del Juzgado tienen poco y nada para vincularlo austed con el asunto y me digo: está bien, tampoco se va a andar cuidando toda lavida; este es un tipo coherente. Pero sigo adelante y me entero de que lo indagan en elJuzgado y canta todo como si fuera Palito Ortega, y entonces yo me siento conderecho a concluir, mi amigo, dicho esto con todo respeto y consideración, que ustedes un pelotudo hecho y derecho. Pero después sigo enterándome, ¿sabe? Porque lomío es enterarme, qué le va a hacer. Vivo de esto. Y me entero de que aterriza enDevoto y se pasa un mes enterito sin que le rompan el culo y me renacen las dudas.¿No será un piola del año cero, este muchacho? Pero después me entero de que lovisitan el Culebra y Quique Domínguez, que son más buenos que la aspirina, y queademás son un matrimonio con todas las de la ley, que lo único que les falta son lasalianzas de oro, y usted no tiene mejor idea que reaccionar como una quinceañeravirgen que teme que le falten el respeto, lo trompea al pobre Quique y me lo obliga alCulebra a cagarlo bien a golpes para lavar la afrenta. Y guarda que esto que le digodel Culebra y Quique lo saben hasta en la panadería de la esquina. Si usted no se diocuenta después de un mes con estos tipos, me obliga a volver a mi pensamientopodríamos decir más pesimista con respecto a usted, Gómez, o sea a pensar que es unboludo redomado.Hizo una pausa para tomar aliento.—Póngase en mi lugar, Gómez. No es sencillo. ¿Me quedo con su valor paratratar de copar la parada o con la payasada de pelearse con esa pareja de tortolitos quehacen menos daño que una ensalada mixta? No sé... no sé... Por otro lado, piensoque es un tipo suertudo. ¿Usted no cree en eso de la suerte? Yo sí. Yo creo que haytipos con culo y tipos sin culo. Y para mí que usted nació con culo, qué quiere que lediga. Pongámoslo así: zafó cuando liquidó a esa chica, zafó cuando fueron a buscarlo,zafó cuando casi lo matan acá adentro. Ya sé: si quiero ver el lado malo puedodetenerme a pensar que lo agarraron por idiota en el tren, que se mancó como unimbécil cuando lo indagaron, que le erró el vizcachazo en el pabellón. Pero, bueno,más allá de que en algunas ocasiones usted se porte como un pelotudo, el culo lotiene lo mismo, ¿me sigue? Y eso es importante en la gente que uno elige para laburar.Hizo otra pausa para encender un nuevo cigarrillo. Le convidó a Gómez, quenegó con la cabeza.—¿Quiere que le dé otro indicio de que tiene un orto a toda prueba? Que esté acá,muchacho. Que esté acá delante de mí, que puedo convertirme en su nuevo jefe. ¿Quéle parece? Véalo de este modo. Yo necesito gente nueva y usted aparece acá, a mano,como caído del cielo.Lo consideró un largo minuto en silencio. Después siguió:—Y otra cosa, Gómez. Usted no necesita saber el motivo exacto, pero... usarlo austed es darme un gustazo, porque le jodo la vida a un tipo que primero me la jodió amí, ¿sabe?El pelado movió negativamente la cabeza, como si no pudiese creer el modo enque se habían encadenado las cosas.—Pero déjelo allí. No se haga cargo. Olvídese de eso último. Bastante va a tenerque preocuparse por hacer bien el trabajo que voy a encargarle.Dio la última pitada al nuevo cigarrillo. Soltó el humo hacia el techo. Se pasó lamano por la calva.—Supongo que no me hará quedar a mí como un boludo, ¿no?

La pregunta de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora