Hacía un par de años que no nos veíamos con Báez, los que habían transcurrido desdeque al juez Fortuna se le habían apaciguado los delirios de camarista inminente.—Veamos, amigo. Lo que voy a decirle tómelo con pinzas. Estos días, después deque largaron a todos estos tipos, Devoto es un quilombo padre.Asentí. Sabía que el policía no iba a perder tiempo refiriéndose a ese desbarajustegeneral que ambos asumíamos como esencial en la realidad que nos tocaba, y cuyacomplejidad, aceptábamos, estaba más allá de nuestras entendederas.—Parece que la cosa vino más o menos así. Ustedes a Gómez lo remiten aDevoto en junio de 1972. ¿Digo bien? Lo alojan en un pabellón cualquiera... no sé...póngale que es el número siete. A las pocas semanas nuestro amigo Gómez se mandauna de las suyas: se mete en una riña que casi lo deja frito. En realidad, parece que sehizo el malo con los dos tipos más inofensivos del pabellón, y lo cagaron a golpes.Yo lo escuchaba. Me reportaba cierto placer pensar en un Gómez que sufríaporque equivocaba las decisiones.—Pero este Gómez parece que tiene un Dios aparte. En lugar de terminar seco enel piso con cuarenta y cinco agujeros de faca, llega a cortar a uno de los internos quelo han atacado. En el tumulto subsiguiente, y porque los presos temen que se lesdesangre el compañero, llaman a la guardia y se los llevan a los dos. Gómez se hasalvado. Pero aquí tenemos la primera curiosidad, porque... ¿sabe dónde consta todoeste incidente de la riña, los heridos y la mar en coche? En ningún lado. A ninguno delos dos heridos lo remiten al hospital. Los atienden ahí nomás, en la enfermería delPenal. No hay una sola actuación administrativa, ni la declaración de un solo guardia,ni de un solo preso. Lo que hay, lo único que hay en el legajo de Gómez, es una ordende traslado a otro pabellón, dos semanas más tarde, cuando al tipo le dan el alta.Usted dirá: es lógico, porque si vuelve al mismo pabellón lo hacen fruta. Sí y no, vea.Puede ocurrir que, si lo mandan al pabellón en el que lo fajaron, ahora que entra conel copete caído, alguno lo tome de mina y a otra cosa, todos en paz. Pero bueno, igualno es lo que ocurre. Lo que termina pasando es que lo envían al pabellón de delitospolíticos. Acá le confieso que me desorienté feo: ¿qué podía tener que ver Gómez ysu asesinato pasional con todos esos tipos de las FAR, el ERP, los Montoneros? Yencima esos presos estaban a disposición del fuero especial, y no del fuero penalcomún de los otros, ¿me sigue? Gómez no tiene nada que ver con eso, me dije.Hizo una pausa para revolver lo que le quedaba de café y apurarlo en un últimotrago. El pocillo quedaba ridículamente pequeño en semejante manaza. Me preparépara escuchar la médula del asunto. Esa era la diferencia entre Báez y los otrospolicías que conocía: otros se hubieran conformado con llevar la pesquisa hasta ahí,hasta el límite de sus posibilidades lógicas. Báez no. —Bien —prosiguió—, esto que le conté hasta acá lo averigüé más o menos fácil.De acá en adelante fue mucho más complicado. Primero, por esto que le digo delfuero especial: no tengo muchos contactos en el asunto de la contraguerrilla. Hanarmado como un clan separado. Se mandan la parte, la juegan medio de misteriosos,no sé si me entiende. Y, segundo, porque después de lo de la amnistía del otro díaestán desmantelando a las patadas toda la tienda de circo que tenían armada. Se hanquedado sin laburo, por ahora. Pero bueno, en medio del quilombo uno siempreencuentra algún nostálgico rencoroso con ganas de contar sus cuitas, ¿sabe?Alzó la mano para pedir otro café.—En fin. Parece ser que dentro del penal armaron un pequeño centro deinteligencia, dependiente del gobierno. Acá se pone más y más confuso. No sé sidependían de la Secretaría de Inteligencia, o del Ministerio del Interior, o del Ejército.Para el caso da igual, porque los que están en ese baile andan todos mezclados,vengan de donde vengan. El asunto es que dentro de la cárcel armaron ese quilombitode espionaje para vigilar a los «cuadros», como les dicen en la jerga a los de laguerrilla, y todo eso. Les daba pánico que pudiera pasarles algo como lo de Rawson,cuando la fuga. ¿Comprende?Ya era como una novela de intrigas, y Báez era un narrador consumado, pero yoseguía sin entender qué tenía que ver Gómez en todo esto. Se lo preguntédirectamente.—Ya llegamos, mi amigo, ya llegamos. Pero si no le explico esto no va a entenderlo otro. Parece que el fulano que estaba a cargo de todo el asunto de esa oficina enDevoto, y que se hacía llamar Peralta, trató de infiltrar a algunos de sus hombres en elpabellón de presos políticos. Ojo. Era un riesgo. Y parece que a uno o dos que losdescubrieron se los devolvieron tiesos, al tal Peralta. Por eso no tuvo mejor idea quereclutar algunos presos comunes para eso. ¿Suena peligroso? Sí, pero para él eragratis. En el peor de los casos, un preso menos. En el mejor, un testigo directo, casicomo ponerles un micrófono a los famosos «cuadros», como esos aparatitos que seven en las películas de espías. ¿Me comprende? A Gómez lo reclutan ahí adentro,porque lo toma el tal Peralta, ni más ni menos, para que haga ese laburo. No solo a él,guarda. Parece que en total eran tres o cuatro, no estoy seguro.Se detuvo un instante mientras el mozo nos servía nuevamente.—Y acá es donde tuve que preguntarme: ¿por qué uno de esos es Gómez? Porqueesa es la pregunta jodida. Lo otro, lo que sigue, es casi natural. Gómez habrácumplido: después de todo es un tipo despierto y frío como una estatua, cuando no sesale de sus casillas. Joyitas como esa no aparecen todos los días. Bah, si fue unajoyita yo no lo sé. Pero si llegó vivo hasta mayo en ese pabellón tan mal no lo habráhecho. ¿Por qué no seguir usándolo afuera? Así que el procedimiento para sacarlo essencillísimo. En realidad, no hay tal procedimiento. Se hace solo. Cuando los detenidos que saben que van a salir con la amnistía armen las listas, van a incluirlotambién a Gómez con todo gusto y con todos los honores. Y, si no, igual no hayproblema. Lo agrega al pie la gente de Peralta, y listo.Báez hizo ademán de buscar plata para pagar. Lo contuve y saqué unos pesos delbolsillo del saco.—Así que la pregunta que queda colgada es anterior a eso. ¿Qué lo lleva a estePeralta a meter a Gómez? Primero, le llama la atención la prestancia del fulano, esode entrar poco menos que rugiendo a la jaula de los leones. Segundo, es gratis. Ya ledije. Si sale mal, el tal Peralta no pierde nada. Y tercero... ¿quiere lo mejor?A juzgar por el gesto amargo del policía «lo mejor» era, en realidad, lo peor detodo.—Porque, si con todo lo anterior el jefe no se decide a usarlo, cuando pida datosde la causa por la que está preso, allí no le quedan dudas. Le mete para adelante comouna tromba. Acá, en la propia causa penal está la cosa, Benjamín.«Carajo», pensé. ¿Podía ser tan grave el asunto como para que tratara desuavizarlo llamándome por mi nombre de pila por primera vez en su vida?—Usarlo a este pibe es una manera brillante de cagarlo a usted.Me confundió absolutamente. ¿Qué podía tener que ver yo con todo eso? Hastaaquí el relato de Báez sonaba lógico, deprimente pero lógico. Pero esto último sonabadesafinado, como esas pesadillas que soñamos y que de entrada no parecenpesadillas, y que empiezan a serlo precisamente cuando saltan la cornisa de la lógicay de la razón y se vuelven incomprensibles e inquietantes.—Cuando me quedé sin datos para seguir preguntando por Gómez, se me ocurriótratar de sujetar el otro cabo de la cuerda. El famoso jefe, ese Peralta. Se suponía queiba a ser un poco complicado, tratándose de una oficina de inteligencia del gobierno,y adentro de una cárcel. Pero tampoco fue para tanto. No dejan de ser argentinos, yrascando un poco uno se da cuenta de que la armaron con alambre. De lo contrario nohabría sido tan sencillo conseguir la descripción y el nombre verdadero del supuestoPeralta.El mozo levantó los billetes de la mesa y empezó a demorar la entrega delcambio, como para convencerme de que le dejara el vuelto como propina. Lodespaché con un gesto.—Parece que es un tipo de su edad, Chaparro. Es pelado, usa un bigote grueso,dicen que parecido al mío, no es muy alto. De más joven era flaco, pero ahora pareceque está bastante obeso. ¿Y sabe qué? Trabajó varios años en Tribunales, en unJuzgado de Instrucción. ¿Ya lo adivinó?No podía ser. No era posible.—Sí, señor. Piense lo peor, mi amigo. Así, en general, acierta. Trabajó con usteden el Juzgado de Instrucción n.º 41, como oficial primero de la otra Secretaría. Hasta que lo sumariaron por una denuncia por apremios ilegales en 1968. La cosa quedó ennada, porque lo frenaron desde arriba. Pero el suegro parece que andaba en la pesada(coronel, general, algo por el estilo) y lo llevó de la mano a Inteligencia, parece. ¿Loubica? Romano, de apellido.
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La pregunta de sus ojos
Mystery / ThrillerHace treinta años, Benjamín Chaparro era prosecretario en un juzgado de instrucción y llegó a su oficina la causa de un homicidio que no pudo olvidar. Ahora, jubilado, repasa su vida, las instancias de ese caso y sus insospechadas derivaciones, y la...