«No me falta nada», piensa Chaparro mientras vuelve a su casa con la bolsa depan tibio en la mano. Cómo no va a estar tibio, si casi abren la panadería para él. Lo exaspera descubrirse esos incipientes hábitos de viejo, como tal vez a otros lesocurre con las arrugas o las canas. Mientras hasta su retiro dormirse era un premio yun placer al que se abandonaba sin miramientos y del que volvía remoloneando conplenitud, ahora le sobran horas de vigilia por todos lados. Por eso, cuando se cansa dedar vueltas en la cama, los ojos deslumbrados en la claridad que se cuela por lospostigos, se pone de pie y sale a comprar el pan a la otra cuadra, vestido con esmero,porque teme convertirse en uno de esos gerontes consumados que salen a la callevistiendo camiseta, tiradores y alpargatas.Al volver prepara mate y se lleva al escritorio un par de pancitos en un plato, parano hacer migas. Le causa un poco de gracia advertir que sus dos matrimonios hansido por lo menos capaces de amansarle un poco los hábitos domésticos.Cuando se sienta, revisa lo último que ha escrito y se entristece, Duda, por otraparte, de que tenga sentido conservarlo como parte del libro. ¿Hace a la historia queestá contando? Si la historia que está contando es la de Ricardo Morales o la deIsidoro Gómez no, no tiene que ver con ellos. Pero si la historia que está contando esla propia, la de Benjamín Miguel Chaparro, sí: esa visita fugaz a Buenos Aires enmayo de 1982 no puede quedar afuera.Vuelve a interrogarse acerca de cuál de las historias está escribiendo y lo asaltandudas nuevas, o viejas y repetidas. Porque si está escribiendo una suerte deautobiografía está dejando afuera un montón de circunstancias y de personas que hantenido mucho que ver con su vida. ¿Qué ha dicho de Silvia, su segunda mujer, sivamos al caso? Poco y nada. Debería revisar, pero le parece que solo la hamencionado en ese dichoso capítulo anterior sobre la muerte de Sandoval. ¿Pero quépuede agregar, después de todo? ¿Que convivieron diez años? ¿Que desde que seatrevió a volver a Buenos Aires a fines de 1983, cuando nadie les temía ya a losmilitares ni a sus esbirros, estuvieron juntos otros cuatro años? ¿Que durante esosúltimos cuatro años fue Silvia la que pareció vivir en el exilio, lejos de su familia, desus amigas, de esa sociedad de la que se quejaba cuando vivían en ella, pero a la queempezó a añorar desde el primer día en que pisó una Buenos Aires a la que siemprevivió como hostil y agresiva?Cuando Chaparro habló de matrimonio, ahora que a él lo habilitaba la nueva Leyde Divorcio, Silvia le había dado largas al asunto, y cuando pretendió arrinconarla,obligarla a decidirse, ella le confesó no estar segura de quererlo lo suficiente.El propio Chaparro la ayudó a hacer las valijas, pidió un auto prestado paraacompañarla al Aeroparque y le despachó con la puntillosidad de un escribano todaslas posesiones comunes que ella le fue solicitando luego, desde una tostadoraeléctrica hasta una edición primorosa de Moby Dick que habían comprado juntos enuna escapada a Salta.Después dejaron de hablarse. Chaparro se enteró de que se había casado, pero nunca quiso saber demasiado del asunto. Fue por esa época que decidió prescindir delas mujeres, o de las mujeres que fueran capaces de importarle y por lo tanto dedañarlo. Le resultó tan sencillo, al principio, que se dijo que era una decisión sabia.Que había sido un error pretender compartir su vida con alguien, porque siemprehabía terminado lamentándolo. A Marcela la había perdido por hastío, a Silvia porqueella misma lo había decidido. No quería seguir perdiendo. Mejor así. Siempre habríauna mujer a mano dispuesta a brindarle un placer efímero, a cambio del mismoobsequio. Mejor mudarse a Castelar, tal como había deseado con fervor cuando tuvoque partir a Jujuy. A la casa que había sido de sus padres. La casa en la que ahoraescribe esta historia, mirando de vez en cuando el jardín y levantándose cada tanto apreparar mate. ¿Eso va a contar en una novela? No tiene ningún sentido. Mejorvolver a Morales y a las pocas páginas que le faltan a su historia. ¿Y después?Después nada. O sí: devolver la máquina al Juzgado, al maldito Juzgado a cargode la doctora Irene Hornos, mal rayo la parta, porque todo (poner a las mujeres en unplano distante, intimar ocasionalmente con alguna sin compromisos profundos deninguna especie, llevar en Castelar esa existencia de viudo metódico) habíafuncionado bien hasta el 9 de febrero de 1991 cuando, después de quince años, ellavolvió a atravesar la puerta de la Secretaría, ahora convertida en jueza.Chaparro se había prometido que esa mina no iba a enloquecerlo de nuevo,porque él estaba bien así, y porque no necesitaba una nueva y brutal desilusión, unnuevo insomnio, un nuevo agujero en las tripas. Fue por eso que le dijo «qué taldoctora, tanto tiempo», aunque notó que ella se quedaba como cortada, porque veníaadelantando la mejilla para darle un beso y se trabucaba como se trabuca alguien queespera una cosa y encuentra otra, alguien que viene a tutearnos y se encuentra conuna pared de cuatro metros, sin fisuras, a la que hay que contestarle «bien, ¿y usted?,es cierto, tanto tiempo». Y por eso, porque la situación lo enojó, angustió o entristeció—o le produjo todos esos sentimientos—, Chaparro balbució como disculpa quehabía dejado un montón de trabajo sin terminar sobre su escritorio y salió disparado.Se retiró a velocidad suficiente como para escapar a su perfume de siempre, pero nopara ponerse a salvo de escuchar las consabidas respuestas a las consabidas preguntasde cómo anda tu familia, Irene, bien, gracias a Dios las chicas bien, tu marido, mimarido bien, trabajando mucho y de salud muy bien; mal rayo lo parta también a él,reventado hijo de mil putas, con perdón porque el estúpido no tiene la culpa dehaberse casado con ella pero igual, con qué derecho hacerle esto a él, que estaba tanbien solo o efímeramente acompañado.Porque de ahí en más nada va a tener gusto a nada o peor, porque todo va a tenergusto a ella: el aire y las tostadas, el insomnio y los besos de cualquier otra mujer quese le cruce, y así lo mejor será tramitar un pase, aunque tampoco; porque no tieneagallas para andar cambiando de Juzgado y de empleados, y así no hay solución de ningún tipo, salvo callarse, dejar pasar el tiempo, ignorar el fuego de sus ojos cuandomiran, desviar la vista lejos de su escote cuando uno se le acerca por atrás alescritorio con causas a la firma y, mierda, vivir así es un calvario.No. Definitivamente no va a escribir una novela que lo tenga como protagonista.Bastante harto está de sí mismo como para regodearse con la contemplación de suombligo. Pero ha decidido dejar el capítulo de la muerte de Sandoval. Esa malditahistoria de Morales está trenzada con su propia vida. ¿No se pasó siete años contandocabras en el Altiplano por haberse involucrado en esa tragedia? No se arrepiente. Noreniega de ese pasado. Pero precisamente por eso no va a quitar nada de lo que haescrito.Y ese es otro asunto: ¿qué va a hacer con todo lo que tiene escrito? Forma unalinda pila sobre el escritorio que hace seis meses estaba vacío, o mejor dicho con unaresma intacta a un lado de la Remington. Debería regalárselo a Irene. A ella le gustaque le lleve lo que escribe. No ha pasado semana, en el último mes y medio, en queno la visite para llevarle un par de capítulos. ¿Será bueno lo que escribe? Ella loelogia todo el tiempo. Ojalá sea malo. Porque, si es bueno, que lo elogie significa quele gusta lo que escribe y punto. Pero si es malo e igual lo elogia, es porque quiereagradarle a él. Y Chaparro sospecha que es para eso que lo escribe. Para dárselo aella, para que ella sepa algo de él, tenga algo de él, piense en él, aunque sea mientraslee. ¿Y si es malo y se lo elogia porque lo aprecia y nada más? Es decir, puede pensarque es un asco lo que escribe, pero no quiere dañarlo, pero no porque lo quiera, no enel sentido en el que Chaparro desea que lo quiera, sino como compañero, como viejojefe, como actual subordinado, como perro abandonado que, pobrecito, inspiralástima.En voz alta, Chaparro exclama «basta, y la reputísima madre que lo parió», queen términos menos soeces significa que debe detener sus elucubraciones y ponerse atrabajar. Oye el silbido de la pava y se anoticia de que mientras estuvo hundido en suscavilaciones amorosas el agua para el mate ha llegado a la temperatura de un volcánen erupción. Reemplazarla y esperar que se caliente le permite ir encontrando el tonoespiritual que necesita para ponerse a escribir este último tramo definitivo. El quetermina en pleno campo. En el tinglado con el portón corredizo.Cuando vuelca el agua en el termo, y una levísima columna de humo le indicaque ahora la temperatura es la adecuada, Chaparro se ha librado de las distracciones.Su mente ha viajado tres años atrás, a 1996, al verdadero final de aquella historia,veinte años después del ilusorio final en el que todos (Báez, Sandoval, él mismo,hasta el hijo de puta de Romano) han ingenuamente creído.Deja los elementos del mate sobre el escritorio y se encamina hasta el aparador dela sala. Sabe que las cartas están en el segundo cajón, cada una en su sobre. No estánamarillentas porque no son tan antiguas. Y aunque no ha vuelto a leerlas, cree recordarlas con exactitud, casi hasta sus textuales palabras. Pero no quiere falsear laverdad que tiene en las manos. Por eso las sacará de allí para llevárselas al escritorio.Para citarlas todas las veces que lo considere necesario.«¿Por qué semejante prurito de exactitud?», se pregunta. Porque sí, es su primerarespuesta. Porque en ellas se esconde la verdad, o la propia palabra de RicardoMorales que en este caso es la última verdad, se contesta luego. Porque así, con laspruebas documentales en la mano, citando lo que haya que citar, es como hatrabajado cuarenta años en Tribunales, agrega. Y esa otra respuesta también esverdadera.
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La pregunta de sus ojos
Mystery / ThrillerHace treinta años, Benjamín Chaparro era prosecretario en un juzgado de instrucción y llegó a su oficina la causa de un homicidio que no pudo olvidar. Ahora, jubilado, repasa su vida, las instancias de ese caso y sus insospechadas derivaciones, y la...