cafe

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Chaparro piensa que, si en la vida existen momentos sublimes, este es uno deellos. El perfeccionista que lleva adentro le sopla que podría ser mucho más sublimetodavía, pero el resto de su alma descarta rápidamente la objeción porque la felicidad,vestida de tierna serenidad, lo acuna en su indulgencia.Cae la tarde y está con Irene en su despacho. Tribunales a esa hora es un desierto.Acaban de tomar un café e Irene sonríe después de un silencio prolongado durante elcual sus miradas, interrogativas, se han cruzado a través del escritorio. Siempre esossilencios son incómodos, pero pese a eso Chaparro los disfruta muchísimo.En estos últimos meses siente que algo se ha movido, o modificado, y no solo enél mismo sino sobre todo en la mujer que tiene enfrente y de la que se sabeenamorado. Se han visto varias veces desde la tarde en la que Chaparro decidió noasistir a su despedida y volvió sobre sus pasos a pedirle prestada su vieja Remington.Seis o siete veces, cree. Siempre como hoy, con las últimas luces de la tarde. Las doso tres primeras, Chaparro ha buscado excusas para preservarse de quedar enevidencia y en ridículo. Después ya no. Irene, extrañamente directa, le ha dicho quele encanta que la visite, y que no quiere que lo haga sólo si tiene un motivo concreto.Se lo ha dicho por teléfono. Chaparro lamenta no haber visto su rostro mientras ellapronunciaba esas palabras. Pero al mismo tiempo sospecha que no habría tolerado exhibir el incendio de sus propias vísceras al escucharla decirlo. ¿Qué cara debeponer uno para oír una frase semejante?No todas las frases de Irene le dejan el mismo sabor dulce. Hace poco él seatrevió, tratando de generar una complicidad mayor, a insinuarle que esos encuentrosvespertinos tal vez dieran lugar a habladurías. Ella contestó, con naturalidad, casi conaltivez, acaso desde una dolorosa distancia, que no hay nada de malo en tomar uncafé con un amigo. Esa calificación le ha dolido porque lo aleja, lo condena a regresara una lejanía respetable y respetuosa. En sus esporádicos arranques de optimismoChaparro se dice que no es para tanto, que tal vez le salió con eso como un modo desolventar su propia y legítima turbación ante la posibilidad de quedar expuesta.Además las mujeres saben cómo enmascarar los sentimientos, cómo desactivar losdetonadores de las emociones que a muchos varones les estallan, sin más, en plenorostro. Al menos así lo cree Chaparro, o quiere creerlo. Es como si las mujeresestuviesen condenadas a comprender mejor el mundo y sus peligros. Por eso no esdescabellado pensar que Irene, al responderle así, tal vez está sosteniendo una disputaque a él lo excede, con ese mundo que los rodea y cuya extensión abarca todo elplaneta menos ese despacho que huele a madera y en el que Irene acaba de sonreír,incómoda, tal vez avergonzada.Esa turbación Chaparro sí la entiende, porque delata... ¿qué es lo que delata? Porempezar, que se han quedado sin tema para hablar. Chaparro ya le ha contado losúltimos vaivenes de su libro. Irene lo ha puesto al tanto de los últimos chismestribunalicios. Si ahora están en silencio, si ahora en ese silencio están interrogándose,si no quiebran ese silencio en el que están interrogándose con una sonrisa muda, esporque nada los retiene allí salvo eso, salvo estar sencillamente el uno frente al otro,dejando pasar el tiempo sin más objeto que tenerse cerca, y eso es lo bello de estar ensilencio interrogándose.

 

La pregunta de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora