Después de que su padre, el Rey, le prohibiera ir a visitar a su amiga plebeya en el pueblo, la Princesa regreso a su habitación llorando desconsoladamente y justo en ese momento, fue visitada por un hada madrina que le dijo tiernamente:
- No llores, querida, dime lo que tu corazón desea para hacerlo realidad y transformar esas lágrimas de tristeza en lágrimas de felicidad.
- Quiero... Quiero... - dijo la Princesa entre sollozos - Quiero ser la reina de este pueblo ya, para que nadie pueda prohibirme nada, ni siquiera mi padre, y así ser libre de hacer lo que quiera, cuando quiera.
- Esta bien querida, cumpliré tu deseo, - le dijo el hada, dándole un beso en la frente a la Princesa y recostándola sobre su cama - ahora duerme, y mañana cuando despiertes serás la nueva reina de este pueblo.
Esa noche, mientras la Princesa dormía, el hada madrina guardo su varita mágica y sacó su látigo, pinzas, tijeras y pistolas para pasar la noche haciéndoles pagar a los reyes, con sus vidas, por todas las lágrimas de tristeza que le habían hecho derramar a la pobre Princesa.