Después que terminó de leer Los Sufrimientos del Joven Werther, cerró el libro y lo colocó muy delicadamente sobre su escritorio con la mirada perdida.
Tras soltar un largo suspiro, se levantó de la silla, rodeó su escritorio y cerró la puerta de su estudio con llave. Luego, regresó a su lugar, abrió la segunda gaveta de su escritorio y sacó un fajo de papeles, una pluma y un potecito de tinta.
Después de que le hubo escrito una carta al hombre que amaba y quien no le correspondia, guardo todo de nuevo en la segunda gaveta, menos la carta, que plazó sobre el libro de Goethe; y sacando una pequeña llavesita de su abrigo, abrió, ésta vez, la primera gaveta de su escritorio, donde guardaba su revolver.
Y de la misma manera que lo hizo el joven Werther, él, también, acabó con su sufrimiento.
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