A cinco minutos para las ocho sacó el pastillero de su bolsillo, jugó con él por un momento en sus manos y, luego, lo miró con asco, rabía e impotencia; estaba cansado de depender de ese pequeño objeto y de su contenido para poder sentirse bien. Y en su frustración, tiró el pastillero contra el piso, solo para recogerlo, derrotado, cinco minutos más tarde porque ya le tocaba tomarse la pastilla y empezaba a sentirse mal.
